Me encuentro en Palos de la Frontera para visitar el monasterio de la Rábida. Me recibe en un ambiente cuasi caribeño, un paisaje flanqueado de palmeras y una hermosa columna de blanco nupcial, donde se erige enhiesto el descubridor más afamado de todos los tiempos, aquel eximio y pertinaz navegante genovés de nombre Cristóbal Colón. El autor de tamaño "menhir" es Velázquez Bosco, quien en 1891 recibió el encargo para conmemorar el IV aniversario del descubrimiento de América.
Nada más entrar ya quedó epatado al penetrar en la magnífica sala monotemática de Cristóbal Colón. Las pinturas que cubren las paredes son de Vázquez Díaz y las dejó ahí inmortalizadas en el año 1930, para que turistas como yo quedásemos después con esa expresión en la faz como de haber descubierto un universo nuevo. Colón omnipresente se pasea ante mi mirada. ¡Ahí están los 90 hombres que le acompañaron en su gloriosa gesta!
Una virgen de alabastro del siglo XIII reclama mi devoción un instante.
Parece un lugar de lo más sereno, sin duda, para beneficio de los cinco frailes que aún habitan aquí. Es interesante la sala capitular, donde Colón y los capitanes de las carabelas más conocidas del orbe marino prepararon el viaje allende los mares que doraría sus nombres con barniz de grandeza. Este monasterio es pues un lugar sin parangón para ahondar en la leyenda de los hermanos Pinzón, Cristóbal Colón y Juan de la Cosa, artífices de una gesta sin precedentes que marcaría un antes y un después en las crónicas
transoceánicas.
tripulación excesiva.