El lugar quedó vacío; pronto, a causa del soplo del viento y la economía interesada de los sacristanes, las linternas se extinguieron una por una, y el pueblo volvió a la sombra y el silencio. Sólo entonces encontré el Toledo que había venido a buscar, el Toledo medieval. De todas las ciudades de la Península, la antigua capital de las Españas es la más parecida a ella misma, la que el curso de los tiempos ha modificado menos. Los siglos han pasado sobre ella sin tocarla con sus alas; se ha conservado pura de una aleación extranjera, ha mantenido, con singular obstinación, su individualidad nativa. Es una moneda bien acuñada, cuyo canto todavía mantiene su relieve, y no parece dispuesta a perderlo durante mucho tiempo. Toledo está construido sobre una montaña de granito al pie de la cual fluye el Tajo; las casas descienden hacia el río; son de ladrillo y están tiradas una sobre otra sin orden ni plan; las calles, abiertas al azar, discurren del mejor modo posible, describiendo mil sinuosidades en las que es imposible orientarse; son tan estrechas que se puede fácilmente dar la mano de una casa a otra, y tan empinadas, que la Sierra Morena no tiene senderos mejores; se ha llegado al lujo de pavimentarlas con guijarros, pero tan mal y tan irregularmente que serían necesarias para caminar sin peligro y sin dolor en los pies, alpargatas de montaña.
Charles Didier. L'Espagne en 1835