Tras sufrir un accidente y quedar cuadripléjico, Allan Mann (Jason Beghe) consigue a un mono amaestrado para que lo ayude en sus quehaceres domésticos. Sin embargo, pronto el mono comienza a comportarse de manera extraña, convirtiéndose en un peligro tanto para su dueño como para quienes lo rodean.
Tras romper la sociedad que había mantenido por un largo tiempo con el productor Richard Rubinstein (con quien había fundado la productora Laurel Entertainment), George Romero comenzó a buscar nuevos proyectos que llamaran su atención. Fue así como en 1986 conoció al productor Charles Evans, quien le entregó una copia de la novela “Monkey Shines”, del escritor británico Michael Stewart, junto con el guión de una adaptación que jamás se realizó. Entusiasmado con el relato, ya que le daba la posibilidad de alejarse por un momento del tipo de historias que había estado filmando en el último tiempo, rápidamente Romero escribió un tratamiento de 10 páginas donde detallaba las ideas que a él le interesaba rodar. Finalmente, el director le vendería el guión a la Orion Pictures, que le concedería un presupuesto de 6.7 millones de dólares, convirtiéndose en el proyecto más costoso de Romero hasta aquel entonces. Al mismo tiempo, “Monkey Shines” se convertía en la primera película que el director realizaba para un estudio importante, decisión que eventualmente lamentaría.
Básicamente, la historia se centra en Allan, un joven atleta que vive junto a su novia (Janine Turner) y que tras sufrir un accidente queda cuadripléjico, transformando su vida en un verdadero infierno. Es entonces cuando su amigo Geoffrey (John Pankow), quien trabaja en un laboratorio realizando experimentos con animales, le facilita una chimpancé llamada Ella para que le ayude a realizar parte de sus actividades de la vida diaria. Lo que Allan no sabe, es que su amigo le ha estado inyectando al animal un suero que contiene células cerebrales humanas, para que este se vuelva más inteligente. Es a raíz de dicho suero que Ella comienza a desarrollar un fuerte vínculo con su amo, el cual va más allá del simple cariño. Cuando Allan comienza a tener problemas con quienes lo rodean, específicamente con su posesiva madre (Joyce Van Patten), su molesta enfermera (Christine Forrest), y su ex novia, estos extrañamente comienzan a sufrir “accidentes” fatales. En cierta medida, la relación entre Allan y su mascota presenta ciertos paralelos con el tema de Jekyll y Hyde; el chimpancé se convierte en una extensión del protagonista, encargada de realizar todo lo que él no puede hacer.
El gran problema para el protagonista, es que sólo él cree en la teoría de Jekyll y Hyde; Allan está convencido de que es él quien está provocando que Ella actúe de manera agresiva con todos aquellos con los cuales se ha enfrascado en fuertes discusiones. Para sus familiares y amigos, estas ideas no son más que los simples delirios de un hombre que ha visto como de manera abrupta ha cambiado su vida, razón por la cual deciden no escucharlo, lo que inevitablemente provocará que algunos de ellos terminen siendo asesinados. Romero juega durante todo el transcurso del metraje con la idea de que existe un nexo telepático entre el protagonista y su mascota, pero esto jamás queda del todo confirmado. Y la verdad es que tampoco es necesario creer en esta hipótesis para que la cinta funcione. En cierta medida, Romero realiza algo similar a lo hecho por Alfred Hitchcock en “The Birds” (1963), donde no es necesario explicar la raíz del comportamiento de los animales para que este resulte aterrador. La simple idea de que lo cotidiano o lo en apariencia inofensivo puede volverse sin previo aviso en nuestra contra, ha sido un tema ampliamente tocado en el cine con distintos resultados, y en este caso Romero acierta en algunos puntos pero falla en otros.
Para retratar el nexo existente entre Allan y Ella, el director utiliza una serie de escenas en las cuales se da a entender que el protagonista está viendo el mundo a través de los ojos de su mascota. Esto no sólo se presenta como un recurso efectivo a la hora de sembrar la duda de quién es el verdadero responsable de las muertes (teniendo en cuenta la posibilidad de que el simio este actuando motivado por unos celos enfermizos), sino que además ayuda a crear una sensación de incertidumbre con respecto al accionar del animal. Por otro lado, también es un acierto el hecho de retratar a Geoffrey, el amigo de Allan, como una suerte de científico loco obsesionado con la posibilidad de desarrollar un suero que le permita a los chimpancés ser tan inteligentes como los humanos. Tan enceguecido está con sus experimentos, que no duda en utilizar a su amigo cuadripléjico como conejillo de indias, aún a sabiendas del riesgo que esto implica. En la vereda contraría, no se comprende la inclusión de la subtrama que involucra a Geoffrey y a uno de sus colegas, el cual desea robarle sus investigaciones. Pese a que a dicha subtrama se le dedican varias escenas, finalmente no tiene mayor importancia. Además resultan algo ridículas algunas escenas que pretenden otorgarle un cariz sobrenatural al simio, como aquella en la cual salta de un lugar a otro con un rayo de telón de fondo.
Es importante aclarar que durante gran parte de la cinta, somos testigos de los problemas del protagonista tanto para aceptar su realidad, como para lidiar con todos quienes lo rodean. Romero dedica una gran cantidad de tiempo a describir las dificultades que un cuadripléjico tiene para desarrollar las actividades de la vida diaria, por lo que hasta cierto punto esta película podría ser encasillada dentro del género dramático. Es durante la última media hora del relato que se concentra gran parte del suspenso, el cual es mantenido de manera eficiente por Romero a base de un buen trabajo de cámara. Más allá de las posibles falencias que pueda presentar la cinta, “Monkey Shines” presenta una historia interesante con bastantes matices, un elenco talentoso, buenos efectos especiales, y una espléndida media hora final. Todo esto en conjunto, convierte a esta película en uno de los buenos trabajos de Romero fuera del mundo de los zombies. La gran pregunta es: ¿puede un pequeño mono asustar al espectador? El mismo director se encargo de responder esta interrogante algunos años atrás: “Es la situación y los personajes, y como estos van evolucionando a lo largo de la historia lo que realmente afecta al espectador”. La verdad es que en este caso, no podría estar más de acuerdo con Romero.
por Fantomas.