Bilbao. Principios de los años ochenta. En la antesala de un quirófano, un hombre espera. Al otro lado de la puerta, los médicos luchan por salvar la vida de su hijo Pablo. El joven de dieciocho años, se ha tirado por la ventana de un tercer piso ante la mirada incrédula, atónita y horrorizada de sus padres. Mientras aguarda noticias, un padre abrumado se dirige a su hijo en un monólogo lento y desesperado con el que trata de encontrar las razones que han podido causar un acto tan atroz. Es un monólogo en voz muy baja, sin mayúsculas ni puntos, que recuerdan al de Cinco horas con Mario de Delibes; un conjunto de esas reflexiones que afloran en el momento de la verdad, teñidas de un inevitable sentimiento de culpa.
De Pablo, el hijo, sabemos lo que nos cuenta su padre y lo que nos dicen las páginas de su diario, cuyos extractos en cursiva van apareciendo intercalados en las páginas de la novela. Pablo tiene dieciocho años y estudia Derecho en la Universidad de Deusto. Es un joven infeliz e inseguro que no consigue adaptarse al entorno en el que le ha tocado vivir: obsesionado con las chicas, decepcionado con los amigos, con intereses intelectuales e inquietudes literarias que no logra canalizar. Su diario nos revela un estado emocional en el que actitudes y sentimientos opuestos se suceden sin solución, con el ritmo vertiginoso de una montaña rusa. Tan pronto anhela vivir una Aurea mediocritas (“las personas inteligentes prefieren una vida anónima”, nos dice en la página 20) como sueña con la gloria y escribe artículos de tinta político en El Correo, sin darse cuenta -en su juvenil inmadurez- que está siendo utilizado por adultos que sólo persiguen intereses espurios. Se debate también Pablo entre dos amores: Iratxe y Marta, sin ser capaz de llegar a una conclusión definitiva. Adora a su madre pero, al mismo tiempo, la desprecia. Y, con respecto a su padre, la maltrecha imagen que de él tenía como un hombre conformista, mediocre y cobarde, se hace añicos de forma irremisible tras un terrible descubrimiento con el que se topa de manera accidental.
Al lado de todo esto y mientras espera noticias, un hombre trata de averigua qué es lo que fue mal. En su monólogo catártico, el padre de Pablo repasa su vida, su matrimonio y sus conflictos existenciales. Nos habla de sus sacrificios y de sus renuncias, de ese miedo a perderlo todo que tiene una clase media sin nada a lo que asirse excepto su trabajo, repite los consejos que ha dado a su hijo y justifica las decisiones que ha tomado con respecto a su educación: sólo quería que Pablo tuviera una vida mejor que la que él tuvo.
La segunda novela de Gonzalo Garrido (Bilbao, 1963) supone un claro cambio de registro con respecto a la primera, Las flores de Baudelaire. El patio inglés es una crónica de la incomunicación absoluta entre un padre y un hijo. Pero es también la crónica de una ciudad -Bilbao- inmersa en una crisis social y económica que sufre el azote del terrorismo: “¡Qué pena! ¡Un pueblo con esas virtudes metido en el fango de la violencia!” nos dice en la página 47. El patio inglés es una novela intimista y reflexiva y, en cierta medida, un homenaje a la figura del padre; una novela dura, que no dejará a nadie indiferente y con la que Gonzalo Garrido se ha superado. Un texto imprescindible para quienes vivieron su madurez o su primera juventud en los años ochenta del pasado siglo.
*El camino de Itaca