Antes de llevar a cabo la visita averigüe algunos datos importantes tales como horario de visita (en el hotel me avisaron que no se podía ir en cualquier horario y que había una forma de ascender hasta la colina en un funicular, lo cual amortiguaba bastante la dura experiencia que podría resultar intentar subirlo a pie) y cualquier otra especificación que fuera de importancia cuando se está planeando una visita.
Y ahí me sorprendí gratamente; la mayoría de la gente que consulté me habló muy bien de la infraestructura del lugar, de los bares ubicados allí, de la posibilidad de tomar algo en uno de ellos con vidrios panorámicos desde donde se ven las plateas del estadio ubicado a un costado e incluso de la posibilidad de comprar algunos recuerdos del monte y de la iconografía griega.
Así fue como con toda esa información, una tarde, luego de recorrer una serie de museos (a los cuales les dedicaré un posteo especial) me dirigí a pie al fastuoso barrio de Kolonaki y, desde allí, emprender la subida hacia el preciado monte y pasar unas horas hasta poder presenciar la caída de sol y ver cómo se tiñen los cielos hasta volverse azulados, tal como los describió Homero en su inagotable obra.
Kolonaki es un sitio muy atractivo, lleno de casas, apartamentos y autos de lujo. Cuando se lo empieza a recorres es muy común ver a señoras con el uniforme de mucamas paseando a los perros o niños (algo que parece una rareza para la realidad social que vive el país y, sobre todo, Atenas), jardineros que hacen su labor como si se tratara de artistas y algunas tiendas de ropa que no son las que pueden verse en el resto de la ciudad. Pero pese a esas grandes diferencias, el barrio es característico por otro elemento que nada tiene que ver con cuestiones sociales o económicas: la irregularidad y el esfuerzo que hay que hacer para subir cuesta arriba, ya que el barrio está edificado ni más ni menos que sobre la ladera del mismo Monte Lycabeto.
Si bien desde la base del monte hasta la colina se puede ascender en funicular, lamento decirles que, a menos que lo hagan en taxi, hasta la base misma tendrán que caminar -en subida- no menos de mil metros. Recién allí es donde se puede tomar el funicular y llegar a la colina misma del monte. Créanme que mientras subía los mil metros dije cosas irreproducibles en este blog y pensé lo mismo que seguramente estarán pensando ustedes en este momento: "lo veo por foto que seguro es mejor". Pero no lo duden: cuando se está en la base del monte les aseguro que todo se ve de diferente manera y bien vale la pena el esfuerzo, sinó miren:
El funicular se encuentra ubicado en la base misma del monte. El valor del billete incluye ida y vuelta (sin límite de tiempo) y cada vagón parte desde la base, cada media hora. En su recorrido se proyectan diferentes frases en griego tomadas de pasajes de la literatura homérica.
A un costado de la colina se encuentra el gigantesco estadio Panatenaico. Allí se llevan a cabo las actividades deportivas más importantes y también se lo utiliza como anfiteatro para conciertos al aire libre y otros eventos de numerosa convocatoria.
Incluso los mismos griegos encuentran un gran atractivo en pasar un rato en el sitio más alto de la ciudad. No importa la edad ni las diferencias de clases, todos asisten con el mismo espíritu a este lugar cargado de magia y con unas vistas panorámicas que, en algunas ocasiones, aparecen como una proyección frente a los ojos del que las disfruta.
Si bien la colina no es tan alta (sólo 280 metros la separan de la base) desde ella, a ciudad aparece pequeña y se ve como si fuera una maqueta de estudio). Allí es muy interesante el contraste que hay entre las construcciones urbanas modernas y algunas de las que datan de miles de años, tal es el caso de la iglesia copta que aparece perdida entre la multitud de edificios.
Quienes sean amantes de la fotografía encontrarán en este lugar ciento de imágenes dignas de ser retratadas. Por eso es aconsejable ir unas horas antes de que el sol caiga para utilizar la luz natural que baña muchas de las cúpulas de iglesias y templos que abundan en la zona.
La colina cuenta con un bar/ restaurante cerrado y otros dos que se encuentran al aire libre. Estos últimos son aconsejables en épocas de primavera o verano puesto en invierno u otoño, los vientos que soplan en la altura pueden volver imposible la experiencia (Como pueden apreciar, desde cualquier lugar del monte se tienen vistas increíbles de la ciudad)
En el punto más alto se encuentra ubicada la pequeña Capilla ortodoxa de San Jorge. De clásico estilo griego y muy similar a las que abundan en las islas Cicládicas como Mikonos, Santorini o Tesalonika, la capilla es uno de los sitios preferidos por los que llegan al lugar. En su interior es muy sencilla y suelen abrirla pocas horas al día, dependiendo de que haya cuidador en el lugar.
Cuando llegué al monte pude verla abierta. Tuve suerte. He aquí a la cuidadora
Pero sin lugar a dudas, el momento cúlmine de la visita es cuando el sol comienza a caer y el cielo ateniense de a poco exhibe una paleta de colores que parecen la prueba certera de que el panteón de dioses griegos realmente existe.
La otra cara de Atenas, la más moderna, con el sol sobre su cabeza, se pinta de colores cálidos y evocan una paleta impresionista que le quitaría el sueño a Van Gogh.
La llegada inminente de la noche va oscureciendo el cielo y los azules rojizos se vuelven rosa y borra vino. Al fondo, la Acrópolis se enciende para demostrar que sigue manteniendo viva la llama de una historia que se renueva cada día frente a los ojos de los miles de turistas que la descubren a diario.
Finalmente la noche se impone y las luces la transforman en otra ciudad. El viento sopla sobre la colina del Lycabeto. El silencio es ensoredecedor. Los visitantes comienzan a descender. Abajo la ciudad se prepara para ofrecerles a los turistas música, gastronomía, historia y todo aquello que cuentan las guías viajeras que se puede (y se debe) hacer en Atenas.
Nada de lo que "me espera" abajo me seduce pensé... me quedo hasta el final, hasta que la anciana que custodia las puertas de la capilla se vaya, el gato se esconda entre las plantas o que parta el último funicular. La idea de estar en el Olimpo -literalmente, con todo lo que ello implicaba- me hizo tomar esa decisión. No todos los días se está cara a cara con los dioses. Esta vez, a mi me había tocado; y no podía desairarlos.