El nombre de Erri de Luca me resultaba familiar antes de acercarme a su literatura: me lo habían recomendado, o lo había visto en algún blog de reseñas, o quizá lo conocía por ser miembro del jurado de los premios Piolet de Oro que se entregan en Chamonix a los montañeros más destacados del año, o qué sé yo; el caso es que su sonoro nombre no era nuevo para mí. A pesar de ello, nunca me había planteado leer su obra. Pero un día, alguien muy cercano, alguien cuyas recomendaciones suelo seguir, me dijo: “no te pierdas este libro”. Se trataba de un volumen bastante fino, menos de ciento cincuenta páginas, publicado por la editorial Akal y titulado “Montedidio”. En un primer momento abrí el volumen con apatía, pretendiendo ser cumplido y poco más, y de este modo me leí el primer relato (los relatos ocupan por lo general menos de una página). No tardé mucho en sentirme cautivado por la voz tierna y naíf del niño narrador; constructor de breves textos que nos hablan del (y desde) el barrio napolitano de Montedidio. Una zona pobre que sufre la precariedad de la posguerra y donde el niño se forma como aprendiz de carpintero. Los relatos contienen una unidad temática, un hilo conductor formado por varias líneas de tensión creciente que convierten a la obra en una especie de novela. Estas líneas de tensión, que actúan como pilares de la historia, funden lo imaginario con lo real en un entorno de fantasía que no es más que el modo en que el protagonista y narrador, un muchacho de trece años, entiende el mundo:
-Por un lado tenemos el bumerán, un arma nueva, extraña e innovadora en el Nápoles de la época. El joven quiere aprender a lanzar el arma, pero tiene miedo de no hacerlo bien y que no regrese, así que el bumerán, también como metáfora, permanece siempre agarrado a su mano.-Por otro lado está el romance con una niña vecina suya que sufre abusos del casero. María, que así se llama, interpretará el papel de gurú en el viaje iniciático del chico por el mundo de la sexualidad. -Luego, y directamente relacionado con su romance con María, descubrimos la enfermedad de la madre del muchacho, que provoca que el pobre esté casi siempre solo en casa y que María no sólo haga la función de amante, sino también la de figura femenina de referencia. -Y por fin la joroba con alas del viejo zapatero judío, don Rafaniello, el mejor amigo del joven, que pretende desplegarlas un día para volver a su tierra prometida. Pues bien, todas estas líneas ejercen en la obra una fuerza dramática creciente que explota al final del libro provocando una bella eclosión narrativa. No obstante, la poética es tan sólida, y está tan cuidada, que consigue convertir una historia amarga en una fábula simbolista sobre la búsqueda interior, sobre la espiritualidad y sobre el monte de Dios; Montedidio.
Cada uno de nosotros tiene un àngel, eso dice, y los ángeles no viajan, si te vas, lo pierdes, no puedes encontrar otro. El que encuentra en Nápoles es un ángel lento, no vuela, va a pie: "No puedes ir a Jerusalén", le dice en seguida. Y a qué debo esperar, pregunta Rafaniello. "Querido Rav Daniel", le responde, que conoce el nombre original de Rafaniello, "tú irás a Jerusalén con alas. Yo voy a pie, aunque soy un ángel, y tú irás hasta el muro occidental de la ciudad santa con un par de alas fuertes como las del buitre". (p. 27)
Montedidio, de Erri de Luca. Akal, 2008. [Traducción de César Palma]