Montserrat Torrent nunca dejó de tocar el órgano: ‘Me han convertido en un mito’.

Publicado el 23 abril 2021 por Santiagomiro
El órgano de bolsillo de su casa que Montserrat Torrent toca cada mañana, en silencio. Foto de Àlex García.

Montserrat Torrent, con 95 años cumplidos hace unos días –“soy cuatro días mayor que la reina Isabel” ha tocado toda su vida el órgano, pese a su sordera que la dejó incomunicada. Maricel Chavarría la entrevista en La Vanguardia y resalta “la tenacidad de esta mujer que, en los sesenta se enfrentó a una sociedad misógina o, cuanto menos, contraria a que el sexo débil ocupara ciertos lugares en las iglesias. Ella siguió adelante y construyó una carrera internacional que ha contribuido al renacer de ese instrumento a menudo asociado sólo a la liturgia o a una mística tediosa. Hoy, en el salón de su casa convive en plena armonía con la estantería, la mesa o el sofá y el órgano de bolsillo que toca sin falta cada mañana, en silencio. Su irrecuperable sordera no la priva del estudio y la interpretación. Ha culminado la grabación de su integral de Correa de Arauxo que verá la luz en breve”

Torrent lleva medio siglo impulsando la construcción de un órgano en la iglesia de Sant Felip Neri, en Barcelona. Lo diseñó personalmente junto al organero Gabriel Blancafort. “Iba con una bolsita recogiendo dinero, y si alguien me daba 500 pesetas, me moría de la emoción”, recuerda. No superó el 15% de la financiación y su proyecto quedó parado. Hasta que, en esta pandemia, se constituyó la Fundació Montserrat Torrent y se recabaron fondos que han hecho posible que el hijo de Blancafort, Albert, lo esté ahora construyendo”. Confiesa que el órgano ha sido el motor de su vida y que es extraño, sí. “Antes de nacer, yo ya era pianista pues mi madre era discípula de Granados y tocaba muy bien e instruyó a todas sus hijas [Montserrat era la sexta, de siete]. Hace unos días, se cumplieron 90 años de la proclamación de la República y 90 años de la entrada de un piano de cola en mi casa. Así que era impensable que yo pudiera tocar el órgano. Con amigos pianistas íbamos al Palau Nacional a escuchar a Suñé Sintes como algo fuera de este mundo. Volvíamos cautivados, era inabarcable. Sin embargo, al llegar la guerra civil e ir a Santa Coloma de Farners, descubrí que allí también había un órgano que estaba bien”.

Torrent tocaba Nocturnos de Chopin y sonaban terribles. Pero un día escuchó un preludio y fuga de Bach y le enamoró. “Pensé en estudiar lo justo para tocar con dignidad cuando fuera en verano, pero el profesor Paul Franck dijo que no aceptaba discípulos amateurs y me acabó enganchando. Mi madre se llevó un disgusto: “Dejas el piano que es un instrumento tan expresivo para tocar el órgano que es algo frío, ¡una máquina! Parece mentira que hayas perdido la sensibilidad”, me decía. Así que me propuse hacer del órgano un instrumento expresivo. Ha sido la lucha de mi vida. ¿Qué cuáles eran los medios para conseguirlo? Hay diversos. Respirar entre frase y frase; usar la articulación, alternar el legato y el staccato; jugar con el fraseo, con el gozo de precipitar un poco... para llegar al punto álgido y recrearse. El instrumento es demasiado solmene para permitirse una ductilidad exagerada pero sí tiene potencial para tocar expresivo. Y los jóvenes de ahora... Óscar Candendo, Juan de la Rubia, Juan Seguí... tocan así. No se puede decir que el órgano sea una máquina”.

Reconoce que su condición de mujer en un mundo de hombres ha llenado páginas de su biografía. “Fue muy difícil. Era increpada, ‘qué se ha creído esta chica, nos quiere dar lecciones de cómo tocar’. Eso, por un lado, y, por otro, el hecho de estar el órgano muy ligado a lo religioso. Era difícil abrirse paso, no lo soportaban: la anécdota más clara fue en San Lorenzo del Escorial, tocando a dos órganos el Concierto del Pare Soler. Haciendo yo el solo, hubo un individuo que golpeaba el banco y gritaba ‘¡Párate, mujer tenías que ser! Has dejado tirado a tu compañero. ¡Qué presunción es esa!’ Fue terrible. Lo tuvieron que atar y cerrar en casa bajo llave. Para mí, aquel hombre solo era un loco. En aquel momento, yo era ilusa, inocente, recibía cartas violentas y no veía que el problema era que yo era mujer. Ahora me doy cuenta. Albert Torrent me ha ayudado a verlo, escribiendo mis memorias. Son recuerdos que no son anécdotas, son historia, reflejan el criterio de una época y demuestran la mentalidad de un país cerrado”.