"¿Existir? Todo existe, y lo ideal más que lo real"
(Rafael Barret)Hay escritores (creadores en general) que (injustamente en este caso) pasan por la vida sin pena ni gloria, sin hacer ruido, siendo más anónimos que los demás miembros de la sociedad que giran a su alrededor.
Uno de ellos ha sido, durante mucho tiempo, Rafael Barret.
Como bien dice Gregorio Morán en el maravilloso y sugestivo prólogo a modo de biografía que abre el libro que ha editado Pepitas de calabaza, de nombre "Moralidades actuales", la historia de Barret es la historia de un fracaso contínuo ("superposición de fracasos", dice). Y es tristemente cierto.
Barret nació un 7 de enero de 1876 en Santander, en el seno de una familia más que acomodada, adinerada y cultivada, y moría un 7 de Enero de 1910, sólo, sin nada, como un pordiosero, en Arcahcon, herido de muerte por la tuberculosis.
Duelista y pendenciero, bohemio y mujeriego, vió como su estatus social y la comodidad de su vida se desvanecían por un altercado que le enfrentó con el Duque de Arión, miembro de la nobleza, viéndose obligado a huír de España y esconderse en Argentina primero, donde comenzó a desarrollar su capacidad periodística, y a Paraguay después, donde ya se consagró definitivamete como tal y también como escritor.
Su periodismo era de un género y una verosimilitud que ya casi no existe. No se casaba con nadie y su pensamiento libertario, radical, existencialista, vitalista, anarquista ("Anarquista es el que cree posible vivir sin el principio de autoridad", solía decir), universal, era como un aguijón repleto de crítica y rabia ante lo que sus ojos veían que acontecía en todos lados, un elegante y bello estilete contra la injusticia social imperante. Su intención era tratar de dar a conocer a todos los habitantes del planeta, a todos aquellos que quisieran abrir los ojos ante sus letras, el mal que asolaba el mundo, a denunciar para que su sensibilidad se viese herida ante el horror y pudiesen luchar para acabar con toda la negrura que se cernía (se cierne) sobre el planeta.
La vigencia de sus textos, modernistas a la par que viscerales, heredero en la escritura de Valle-Inclán, continúa siendo válida hoy día, y para nada ha envejecido (salvo en la forma de escribir alguna palabra que otra) el mensaje que Barret quiere darnos, lo cual nos hace ser conscientes de lo poco que hemos cambiado y evolucionado.
Ese ideal crítico que le caracterizaba, hizo que fuese apresado y desterrado a Brasil primero y a Uruguay después, donde encontró nuevamente un público lector que le recibió con los brazos abiertos.
Personalmente, me llena de un gozo enorme y de fascinación enfermiza, descubrir nuevas cosas, sean películas, artistas o escritores, como es el caso. Siempre me ha gustado indagar y bucear en las procelosas estanterías de las librerías con ánimo de explorador decimonónico, cual Livingstone aventurero, ávido de descubrir nuevos mundos que conquistar y de los que enriquecerme. Ahora que le he leído, entiendo perfectamente el entusiasmo y la insistencia de Jorge Luis Borges en recomendárselo a su amigo Roberto Godel: "Con lágrimas en los ojos y de rodillas te ruego que cuando tengas un nacional o dos que gastar, vayas derecho a lo de Mendesky -o a cualquier librería- y le pidas al dependiente que te salga al encuentro un ejemplar de "Mirando la vida" de Rafael Barret."
Dice, también en el prólogo, Gregorio Morán, que "estamos ante un maestro y no haberlo leído nos limita". Y es cierto también.
Les puedo asegurar que tras la lectura de los textos que alimentan las páginas del libro en cuestión, uno acaba enriquecido mentalmente y no se pueden imaginar cuanto.