Mi segundo día en Morelia 2011 inició con Los Últimos Cristeros (México-Holanda, 2011), tercer largometraje de Matías Meyer (Wadley/2008, El Calambre/2009, desconocidas por mí). El hijo del gran historiador de la cristiada Jean Meyer dirige una cinta visualmente impecable pero dramáticamente tan austera que es imposible involucrarse con ella emocionalmente. La trama -es un decir- sigue los ires y venires de un pequeñísimo grupo de cristeros que apenas si sobreviven en los llanos de Jalisco. La cámara de Gerardo Barroso Alcalá los sigue caminando, ocultándose, comiéndose un conejo, cantando algún corrido y, desde la butaca, un servidor bosteza. Meyer hijo trabaja la fórmula Hubert Bals Fund -es decir, en el slow movie tan en boga- y lo hace razonablemente bien. El problema -o mi problema, en todo caso- es que este cliché minimalista y austero de tomas largas y preciositas estampas cinefotográficas ya me cansó hace rato. Eso sí: en algún momento del filme, recuperé la fe en Cristo Rey. Le recé con toda la vehemencia de la que soy capaz para que ya se acabara. A continuación, corrí a una función de cortos de ficción en competencia. El primero que vi, Eskimal (México, 2011, 9 minutos), dirigido por Homero Ramírez Tena, es un corto de animación cuadro-por-cuadro usando marionetas. El mensaje es tan loable como ingenuo: un esquimal y su mascota Morsa ven como su mundo glaciar está a punto de colapasarse por el calentamiento global. El segundo corto del grupo, Vendaval (México, 2011, 12 minutos), de Jesús Torres Torres, es un mal ejercicio de estilo en el que un prostituto de postín sufre mucho porque vende caro su amor aventurero (2 mil pesos por "servicio completo") aunque, al final del día, le pide a su amada que lo abrace y que le diga que lo quiere. Me cae que sufre mucho.Con una Nota (México, 2010, 18 minutos), de Jordi Mariscal, es mucho mejor. Un niño violinista usa su instrumento como un arma contra la tragedia y contra la muerte. De lo mejor que vi en el día. Más redondo resultó aún En Aguas Quietas (México, 2011, 14 minutos), de Astrid Rondero, sobre la relación lésbica entre una mujer aún joven que regresa al pueblo y una adolescente que huye de ese mismo lugar. Hay un manejo notable de la sensualidad en este corto, algo nada común en el cine mexicano contemporáneo. La escena del baile entre las dos protagonistas mientras se escucha como telón de fondo "Enamorada", cantada por Toña la Negra, es la mejor pieza de cine que vi en todo el día.Cenizas (México-España-Francia-2011, 14 minutos), de Ernesto Martínez Bucio, trata sobre el cumplimiento de la última voluntad de una mujer, que le ha pedido a su hija que esparza sus cenizas en algún lugar del océano. La muchacha se resiste a hacerlo, por más que la presencia de su madre fallecida aparece para darle fuerzas y, de pasada, regañarle por fumar tanto y tener otro tipo de cenizas en su boca. El final es lo mejor del corto. Ya no pude ver La Otra Emma (México, 2011, 20 minutos), de Jhasua A. Camarena, porque corrí para la función de Amigos por Accidente (The Runway, Irlanda-Luxemburo, 2010), opera prima de Ian Power, una agradable, ligera y sencilla comedia familiar/infantil en la que Paco (simpático Jamie Kierans), un niño huérfano de padre pero con mamá guapa (Kerry Condon), adopta a un extraño, Ernesto Córdova (Damián Bichir), que cae literalmente del cielo en cierto pequeño y alejado pueblo irlandés. El extraño de marras es un piloto colombiano que tiene ciertos secretos, pero el pueblo entero, empujado por la creativa traducción español-inglés que hace Paco de todo lo que dice Cordova, termina ayudándolo para que su avión vuelva a volar. El asunto se deja ver con agrado por su buen reparto y sus dosis de buen humor. Un cine industrial inocuo si usted quiere, pero nunca inicuo. Algo que el cine mexicano industrial -o lo que sobrevive de él- debería aprender. Vi muchas cosas más en este día, pero continúo mañana. Hay que descansar.
Mi segundo día en Morelia 2011 inició con Los Últimos Cristeros (México-Holanda, 2011), tercer largometraje de Matías Meyer (Wadley/2008, El Calambre/2009, desconocidas por mí). El hijo del gran historiador de la cristiada Jean Meyer dirige una cinta visualmente impecable pero dramáticamente tan austera que es imposible involucrarse con ella emocionalmente. La trama -es un decir- sigue los ires y venires de un pequeñísimo grupo de cristeros que apenas si sobreviven en los llanos de Jalisco. La cámara de Gerardo Barroso Alcalá los sigue caminando, ocultándose, comiéndose un conejo, cantando algún corrido y, desde la butaca, un servidor bosteza. Meyer hijo trabaja la fórmula Hubert Bals Fund -es decir, en el slow movie tan en boga- y lo hace razonablemente bien. El problema -o mi problema, en todo caso- es que este cliché minimalista y austero de tomas largas y preciositas estampas cinefotográficas ya me cansó hace rato. Eso sí: en algún momento del filme, recuperé la fe en Cristo Rey. Le recé con toda la vehemencia de la que soy capaz para que ya se acabara. A continuación, corrí a una función de cortos de ficción en competencia. El primero que vi, Eskimal (México, 2011, 9 minutos), dirigido por Homero Ramírez Tena, es un corto de animación cuadro-por-cuadro usando marionetas. El mensaje es tan loable como ingenuo: un esquimal y su mascota Morsa ven como su mundo glaciar está a punto de colapasarse por el calentamiento global. El segundo corto del grupo, Vendaval (México, 2011, 12 minutos), de Jesús Torres Torres, es un mal ejercicio de estilo en el que un prostituto de postín sufre mucho porque vende caro su amor aventurero (2 mil pesos por "servicio completo") aunque, al final del día, le pide a su amada que lo abrace y que le diga que lo quiere. Me cae que sufre mucho.Con una Nota (México, 2010, 18 minutos), de Jordi Mariscal, es mucho mejor. Un niño violinista usa su instrumento como un arma contra la tragedia y contra la muerte. De lo mejor que vi en el día. Más redondo resultó aún En Aguas Quietas (México, 2011, 14 minutos), de Astrid Rondero, sobre la relación lésbica entre una mujer aún joven que regresa al pueblo y una adolescente que huye de ese mismo lugar. Hay un manejo notable de la sensualidad en este corto, algo nada común en el cine mexicano contemporáneo. La escena del baile entre las dos protagonistas mientras se escucha como telón de fondo "Enamorada", cantada por Toña la Negra, es la mejor pieza de cine que vi en todo el día.Cenizas (México-España-Francia-2011, 14 minutos), de Ernesto Martínez Bucio, trata sobre el cumplimiento de la última voluntad de una mujer, que le ha pedido a su hija que esparza sus cenizas en algún lugar del océano. La muchacha se resiste a hacerlo, por más que la presencia de su madre fallecida aparece para darle fuerzas y, de pasada, regañarle por fumar tanto y tener otro tipo de cenizas en su boca. El final es lo mejor del corto. Ya no pude ver La Otra Emma (México, 2011, 20 minutos), de Jhasua A. Camarena, porque corrí para la función de Amigos por Accidente (The Runway, Irlanda-Luxemburo, 2010), opera prima de Ian Power, una agradable, ligera y sencilla comedia familiar/infantil en la que Paco (simpático Jamie Kierans), un niño huérfano de padre pero con mamá guapa (Kerry Condon), adopta a un extraño, Ernesto Córdova (Damián Bichir), que cae literalmente del cielo en cierto pequeño y alejado pueblo irlandés. El extraño de marras es un piloto colombiano que tiene ciertos secretos, pero el pueblo entero, empujado por la creativa traducción español-inglés que hace Paco de todo lo que dice Cordova, termina ayudándolo para que su avión vuelva a volar. El asunto se deja ver con agrado por su buen reparto y sus dosis de buen humor. Un cine industrial inocuo si usted quiere, pero nunca inicuo. Algo que el cine mexicano industrial -o lo que sobrevive de él- debería aprender. Vi muchas cosas más en este día, pero continúo mañana. Hay que descansar.