La primera cinta del día fue No Quiero Dormir Sola (México, 2012), opera prima de Natalia Beristáin Egurrola quien, por sus dos apellidos, se dará usted cuenta que forma parte de dos familias centrales en el cine y, especialmente, el teatro mexicano del siglo pasado y lo que va de este. Basado vagamente en la relación que la propia cineasta tenía con su abuela, la actriz recientemente fallecida Dolores Beristáin (1926-2010), he aquí a la solitaria treintona y con perpetua jeta de hastío Amanda (Mariana Gajá) que, ante las constantes ausencias de su distante papá actor (Arturo Beristáin, padre de la cineasta), se tiene que hacer cargo de su ingobernable abuela alcohólica de 83 años Lola (Adriana Roel), que hace años fue una importante actriz, pero que ahora, sea por la edad, sea por el exceso de alcohol, sea por las dos cosas, empieza a tener lagunas mentales y ya no puede valerse por si misma. La debutante Beristáin ha contado con la cámara de Dariela Ludlow, quien sabe muy bien cómo filmar ancianos con respeto -recuérdese su documental Un Día Menos (2009), sobre sus propios abuelos-, por lo que no hay aquí explotación morbosa de nada, ni sordidez de ningún tipo. La cinta cobra altura a partir de una escena clave en la que la Amanda de Gajá (de 36 años que no se le notan) ve su cuerpo desnudo aún atractivo, mientras la Lola de Roel (de 78 primaveras), también desnuda, le dice que la vida -el tiempo, pues- no perdona. A partir de este momento, el filme se sostiene firme en la interacción/complicidad entre estas dos actrices, quienes encarnan personajes cuya confianza y amor va creciendo en la medida que avanza el la película. El desenlace es previsible y aunque escuché que algunos de mis colegas lo objetaban, creo que es el justo y más con el guiño hacia la comunión entre estas dos almas, la de la abuela y la de la nieta, cuando Lola empieza a recitar el último diálogo de Sonia en el Tío Vania de Chejov. "¿Qué se puede hacer? ¡Hay que vivir!". Sí, hay que vivir hasta el final. Hasta la última gota de eso que llamamos vida. Si No Quiero Dormir Sola resultó ser una apreciable sorpresa, la siguiente película que vi, Cosmopólis (Cosmopolis, Francia-Canadá-Italia-Portugal, 2012), la más reciente del clásico viviente David Cronenberg, resultó ser una decepción. Como el filme se exhibirá en la 54 Muestra y posteriormente merecerá la corrida comercial de rigor, dejaré el análisis de la película para otro momento, aunque no puedo dejar de admitir que Cronenberg logra algunos momentos brillantes -entre ellos la última escena, la de final- y que Robert Pattinson no se ve nada mal como el decadente multimillonario Eric Packer que, por cortarse el cabello, atraviesa Manhattan, en su enorme limusina blindada el mismo día que el Presidente de Estados Unidos visita Nueva York, el yuan se está derrumbando y hay revueltas y protestas en toda la ciudad. Cosmopólis es un fracaso interesante -como casi todos los fracasos de los grandes autores fílmicos- pero fracaso al final de cuentas.
La que sí es un triunfo es La Sirga (Colombia-México-Francia, 2012), opera prima de William Vega. La película está ubicada y filmada en la Laguna de la Cocha, Colombia, un lago enorme -el segundo más grande de aquel país- ubicado a 2,800 metros sobre el nivel del mar. Nuestra protagonista, Alicia (Joghis Seudyn Arias), es una estoica jovencita que ha huido de su hogar luego que los guerrilleros (o los milicos o los paramilitares, da lo mismo) quemaron su casa. Sin padre, sin madre, sin familia, Alicia llega a La Sirga del título, un derruído hostal turístico regenteado por su huraño tío Don Óscar (Julio César Robles) y ubicado precisamente frente a la Laguna de la Cocha. La situación es precaria: la violencia ha ahuyentado a los visitantes que solían ir a vacacionar y a pescar en ese ídílico sitio ubicado entre nubes y montañas, así que ahora Don Óscar sobrevive como puede trabajando en una cooperativa en la que cría truchas y, terco a no huir del lugar, decide remodelar el hotelucho de marras con la ayuda de Flora (Floralba Achicanoy), su discreta ayudante/amante, y la recién llegada y solovina Alicia. La inesperada visita de Freddy (Heraldo Romero), hijo de Don Óscar y primo de Alicia, provoca un clima de mayor tensión, por más que en la cinta dominen los silencios. Vega exige un espectador atento y paciente: muchas cosas se dan por entendidas y otras no se explican porque no es necesario hacerlo. El cadáver empalado que aparece al inicio (¿el mismo que el final?) es la única muestra de violencia de un filme que privilegia las elipsis, sea por la eliminación de acontecimientos claves en la narración, sea porque la cámara de Sofía Oggioni Hatty deja la acción fuera del encuadre, sea porque se niega a explicar el por qué de ciertas miradas, el por qué de ciertas decisiones. Estos escenarios húmedos y pantanosos, estos personajes secos y lacónicos, esta violencia brutal que nunca se ve, me hicieron pensar en las novelas hard-boiled ubicadas en el sur americano y, aunque parezca extraño, a las ruminaciones fatalistas del James Joyce de Eveline, ese magistral relato contenido en Dublineses. Los caprichos de la mente. La Caza (Jagten, Dinamarca, 2012), el más reciente largometraje de Thomas Vinterberg, ha sido otro de los muchos puntos fuertes de la sección de estrenos internacionales. La película está programada para exhibirse en la próxima 54 Muestra, así que aquí o en Reforma escribiré in extenso sobre ella. En todo caso, adelanto que el filme bien merece el adjetivo de hitchockiano, por uno de los temas recurrentes del maestro inglés -el falso culpable- y por uno de sus filmes más subestimados pero más personales: El Hombre Equivocado (1956). En La Caza, un berrinche de una niñita despechada desata el infierno alrededor del amable profesor de pre-escolar Lucas (Mads Mikkelsen), quien es acusado de haber abusado de una de sus alumnas. Un filme que alarga y sostiene la tensión hasta su desazonante final muy hitchcockiano.