En la secundaria, cuando hacíamos fila para algo, no faltaba el chistoso que gritara "chorizo, chorizo", y entonces empezaba el desmadre: empujones, gritos, manotazos. No sé si alguien de mi secundaria estaba la tarde del sábado haciendo cola para entrar a la sala 1 de Cinépolis Centro en Morelia, pero el desorden de ese momento me recordó mis lejanos tiempos de secundaria. El asunto se (medio) justifica, pues se programaron en la misma sala, en funciones consecutivas, tres de las cintas más esperadas del festival: la ganadora de la Palma de Oro 2013 La Vie d'Adèle, el más reciente filme de los hermanos Coen y la (casi) unánimemente alabada Blue Jasmine, de Woody Allen. De hecho, en este último caso, no solamente no había una sola butaca libre -como en las dos anteriores películas- sino que, además, no había un solo escalón libre en las escaleras. Como estas tres cintas -programadas en la sección de Estrenos Internacionales- se exhibirán en las próximas semanas, ya tendremos tiempo y espacio para escribir más de ellas. Por lo pronto, unos comentarios a vuela pluma: La Vie d'Adèle, Chapitre 1&2 (Francia, 2013), sexto largometraje de Abdelatiff Kechiche (La Culpa la Tiene Voltaire/2000, La Venus Negra/2010), se extiende por tres horas, aunque no seré yo quien se queje por la duración... en este caso, por lo menos. La Adèle del título (Adèle Excharchopoulos) es una adolescente que, dice en una escena clave, "le falta algo". Cuando hace su aparición la un poco mayor artista plástica Emma (Léa Seydoux), rondándola/acosándola/conquistándola, Adèle descubrirá qué es exactamente eso que le hacía falta: la pasión sexual. Mucho se ha escrito de las intensas escenas sexuales entre las dos actrices y, en efecto, hay muy poco que se deja a la imaginación. Hay una escena en particular, que dura cerca de 10 minutos, que se vuelve particularmente fascinante -o incómodo, según cada quien- pues las dos muchachas aparecen fusionadas/fundidas en un solo cuerpo. El trabajo de las dos actrices -nombradas junto con el director al ganar la cinta la Palma de Oro en Cannes 2013- es impresionante, en especial el de la jovencita Excharchopoulos que, más allá de su atractivo y su belleza, muestra que tiene el suficiente aplomo para sostenerse no solo en las gráficas escenas sexuales sino en todas las demandas emocionales de su personaje. Inside Llewyn Davis (EU, 2013), de los hermanos Coen, es otra comedia de humor negro en el que el personaje del título, Llewyn Davis (Oscar Isaac), un compositor y cantante de música folk de los años 60, sufre un fin de semana de pesadilla circular. Se entiende que Davis es un tipo de verdadero talento musical, pero también es incapaz de tomar una decisión correcta. Como su hermano del alma Barton Fink (1991) -aunque sin el tono surreal de aquella obra maestra temprana-, Llewyn Davis está acorralado en el peor infierno posible: en el autosabotaje artístico/existencial permanente y persistente. Las canciones, espléndidas, hacen más llevadera la crueldad de todo el asunto. Carey Mulligan, encabronada durante buena parte de la película, ofrece una actuación hilarante. Otra actuación femenina notable -más bien: creo que puede ser definitoria- es la de Cate Blanchett en Blue Jasmine (EU, 2013), la más reciente película de Woody Allen. Todo mundo sabe que Allen ha sido un maestro en lograr grandes actuaciones de sus actrices, pero aún así la señora Blanchett sorprende en serio. De hecho, es probable que, con el paso del tiempo, Blanchett vaya a ser recordada por el personaje de esta ricachona venida a menos, alcohólica, empastillada, auto-ilusionada, histérica, insoportable, patética... Vamos: todo esto y más. Blanchett/Jasmine es un monstruo, en el mejor -y en el peor- sentido de la palabra. Por lo demás, estamos ante una de las películas más crueles que ha dirigido el septuagenario cineasta que parece tener la manda de hacer cine hasta que le quede el último aliento. Ojalá que así sea. Por supuesto, volveré a esta cinta en el momento del estreno. Pero volvamos a la competencia de largometraje mexicano de ficción. A los Ojos (México, 2013) es el tercer largometraje de Michel Franco -dirigiendo aquí con su hermana Victoria-, quien se ha concentrado en realizar películas que, mal que bien, bien que mal, intentan "épater-la-bourgeoisie", como dirían los clásicos. En la fallida Daniel y Ana (2009) había un secuestro express y un incesto; en la muy lograda Después de Lucía (2012), el bullying, un secuestro y un asesinato; ahora, en A los Ojos, el tema son los niños de la calle y... bueno, no voy a decir qué sigue, aunque la sinopsis misma de la película deja entrever el tema. En cuanto a los resultados, este filme no es tan satisfactorio como Después de Lucía pero tampoco es el desastre que fue Daniel y Ana. Mónica (Mónica del Carmen, muy justa) es una seria trabajadora social que ayuda a niños y jóvenes de la calle -drogadictos, huérfanos, abandonados- a través de la Casa Alianza. La mujer es dedicada, profesional e, incluso, acaso hace más de lo que debiera, pues parece preocuparse genuinamente por el adolescente drogadicto Benjamín (Benjamín Espinoza), quien empezó a fumar mota desde los 6 años y no tiene dónde quedarse. Mónica tiene otro problema personal, familiar, que parece imposible de resolver: su único hijo Omar (Omar Moreno) tiene una enfermedad degenerativa que le puede provocar ceguera y la lista de espera para recibir una donación de córneas en el Seguro Social es demasiado larga. El giro en la historia es más o menos previsible, pero de todas formas la segunda parte del filme es realmente inquietante. En todo caso, no deja de sorprender que Casa Alianza México haya apoyado esta película que, en efecto, retrata en un tono documental y sin concesiones la situaciones de los niños y jóvenes de la calle pero que, al mismo tiempo, cuestiona el papel de las instituciones de beneficencia o, por lo menos, de la gente que trabaja en ellas. Lo cierto es que la película nunca deja de provocar, una intención que, después de tres filmes, podemos decir que es emblemática en la obra de Franco.
En la secundaria, cuando hacíamos fila para algo, no faltaba el chistoso que gritara "chorizo, chorizo", y entonces empezaba el desmadre: empujones, gritos, manotazos. No sé si alguien de mi secundaria estaba la tarde del sábado haciendo cola para entrar a la sala 1 de Cinépolis Centro en Morelia, pero el desorden de ese momento me recordó mis lejanos tiempos de secundaria. El asunto se (medio) justifica, pues se programaron en la misma sala, en funciones consecutivas, tres de las cintas más esperadas del festival: la ganadora de la Palma de Oro 2013 La Vie d'Adèle, el más reciente filme de los hermanos Coen y la (casi) unánimemente alabada Blue Jasmine, de Woody Allen. De hecho, en este último caso, no solamente no había una sola butaca libre -como en las dos anteriores películas- sino que, además, no había un solo escalón libre en las escaleras. Como estas tres cintas -programadas en la sección de Estrenos Internacionales- se exhibirán en las próximas semanas, ya tendremos tiempo y espacio para escribir más de ellas. Por lo pronto, unos comentarios a vuela pluma: La Vie d'Adèle, Chapitre 1&2 (Francia, 2013), sexto largometraje de Abdelatiff Kechiche (La Culpa la Tiene Voltaire/2000, La Venus Negra/2010), se extiende por tres horas, aunque no seré yo quien se queje por la duración... en este caso, por lo menos. La Adèle del título (Adèle Excharchopoulos) es una adolescente que, dice en una escena clave, "le falta algo". Cuando hace su aparición la un poco mayor artista plástica Emma (Léa Seydoux), rondándola/acosándola/conquistándola, Adèle descubrirá qué es exactamente eso que le hacía falta: la pasión sexual. Mucho se ha escrito de las intensas escenas sexuales entre las dos actrices y, en efecto, hay muy poco que se deja a la imaginación. Hay una escena en particular, que dura cerca de 10 minutos, que se vuelve particularmente fascinante -o incómodo, según cada quien- pues las dos muchachas aparecen fusionadas/fundidas en un solo cuerpo. El trabajo de las dos actrices -nombradas junto con el director al ganar la cinta la Palma de Oro en Cannes 2013- es impresionante, en especial el de la jovencita Excharchopoulos que, más allá de su atractivo y su belleza, muestra que tiene el suficiente aplomo para sostenerse no solo en las gráficas escenas sexuales sino en todas las demandas emocionales de su personaje. Inside Llewyn Davis (EU, 2013), de los hermanos Coen, es otra comedia de humor negro en el que el personaje del título, Llewyn Davis (Oscar Isaac), un compositor y cantante de música folk de los años 60, sufre un fin de semana de pesadilla circular. Se entiende que Davis es un tipo de verdadero talento musical, pero también es incapaz de tomar una decisión correcta. Como su hermano del alma Barton Fink (1991) -aunque sin el tono surreal de aquella obra maestra temprana-, Llewyn Davis está acorralado en el peor infierno posible: en el autosabotaje artístico/existencial permanente y persistente. Las canciones, espléndidas, hacen más llevadera la crueldad de todo el asunto. Carey Mulligan, encabronada durante buena parte de la película, ofrece una actuación hilarante. Otra actuación femenina notable -más bien: creo que puede ser definitoria- es la de Cate Blanchett en Blue Jasmine (EU, 2013), la más reciente película de Woody Allen. Todo mundo sabe que Allen ha sido un maestro en lograr grandes actuaciones de sus actrices, pero aún así la señora Blanchett sorprende en serio. De hecho, es probable que, con el paso del tiempo, Blanchett vaya a ser recordada por el personaje de esta ricachona venida a menos, alcohólica, empastillada, auto-ilusionada, histérica, insoportable, patética... Vamos: todo esto y más. Blanchett/Jasmine es un monstruo, en el mejor -y en el peor- sentido de la palabra. Por lo demás, estamos ante una de las películas más crueles que ha dirigido el septuagenario cineasta que parece tener la manda de hacer cine hasta que le quede el último aliento. Ojalá que así sea. Por supuesto, volveré a esta cinta en el momento del estreno. Pero volvamos a la competencia de largometraje mexicano de ficción. A los Ojos (México, 2013) es el tercer largometraje de Michel Franco -dirigiendo aquí con su hermana Victoria-, quien se ha concentrado en realizar películas que, mal que bien, bien que mal, intentan "épater-la-bourgeoisie", como dirían los clásicos. En la fallida Daniel y Ana (2009) había un secuestro express y un incesto; en la muy lograda Después de Lucía (2012), el bullying, un secuestro y un asesinato; ahora, en A los Ojos, el tema son los niños de la calle y... bueno, no voy a decir qué sigue, aunque la sinopsis misma de la película deja entrever el tema. En cuanto a los resultados, este filme no es tan satisfactorio como Después de Lucía pero tampoco es el desastre que fue Daniel y Ana. Mónica (Mónica del Carmen, muy justa) es una seria trabajadora social que ayuda a niños y jóvenes de la calle -drogadictos, huérfanos, abandonados- a través de la Casa Alianza. La mujer es dedicada, profesional e, incluso, acaso hace más de lo que debiera, pues parece preocuparse genuinamente por el adolescente drogadicto Benjamín (Benjamín Espinoza), quien empezó a fumar mota desde los 6 años y no tiene dónde quedarse. Mónica tiene otro problema personal, familiar, que parece imposible de resolver: su único hijo Omar (Omar Moreno) tiene una enfermedad degenerativa que le puede provocar ceguera y la lista de espera para recibir una donación de córneas en el Seguro Social es demasiado larga. El giro en la historia es más o menos previsible, pero de todas formas la segunda parte del filme es realmente inquietante. En todo caso, no deja de sorprender que Casa Alianza México haya apoyado esta película que, en efecto, retrata en un tono documental y sin concesiones la situaciones de los niños y jóvenes de la calle pero que, al mismo tiempo, cuestiona el papel de las instituciones de beneficencia o, por lo menos, de la gente que trabaja en ellas. Lo cierto es que la película nunca deja de provocar, una intención que, después de tres filmes, podemos decir que es emblemática en la obra de Franco.