La misma alineación de circunstancias que suele asistir a las películas privilegiadas, alumbra a sus imágenes. La emoción, la feliz armonía de un casting encabezado por la venerable Madeleine Renaud (y Jean-Pierre Aumont y Bulle Ogier, adustos y ambiguos), cómo regresa el pasado y cómo se niega a ser desalojado el presente, la belleza de los encuadres, el dinamismo y la imprevisibilidad... difícil descripción, imposible.
Ahí están la compasión, el fracaso, la memoria - una sola y tan distinta según quién la convoque -, la libertad para elegir aunque te lleve a sentarte en un decrépito sofá en lugar de en una chaise longue y el baile de disfraces cotidiano que al menos sirve para matar horas y no sentirse asesinado por ellas.
A Duras le basta con poner la cámara a la altura de la barbilla, justo donde la mueca delata al que finge.
Y desde luego, propicia un ritmo en el que una escena de una comida, filmada frontalmente, puede ser muy divertida, pero unas pocas notas al piano sonando tras un silencio, aturdan y puedan retirarse - como hace siempre Godard - justo antes de hacerse obvias.
Con tanta suavidad, brilla con fuerza otro dilema en el film, no sólo el del paso tiempo como se le supone (ligado además a un ya muy lejano momento en que se bifurcó el camino de madre e hijo para no volver a juntarse más), también el de la resistencia, cómo se afronta la vida, si recompensa más luchar denodadamente para levantar contrariedades o es preferible dejar que todo llegue y se vaya, aprovechando los buenos vientos y no enfadándose cuando hay calma chicha, pues no se tiene derecho.
Cinematográficamente la oposición no puede ser trivial, sobre todo porque no hay solución.
Alguien que devora con ganas todo, engendró y perdió a quien se ha convertido en un calculador, al que mira con la extrañeza del que debe tratar de entender cuando su costumbre es encarar y fijarse en cómo camina para adoptar su paso, con el que prueba señuelos como si aún fuese un niño... y al que no puede evitar querer como entonces, cuando se pasaba el día entero encaramado a los árboles.