Morir de amor

Publicado el 16 octubre 2020 por Rubencastillo

Sabemos algunas cosas de Miriam, pero no podemos estar seguros de que todas resulten ciertas, porque en la construcción del personaje que lleva a cabo la dramaturga Diana M. de Paco Serrano se confunden lúdicamente las verdades y las posibles hipérboles mentirosas. Es incuestionable que tiene “unos 55 años”, que ha perdido todo interés por su marido (nos dice que es “gordo” y que la mira con “complejo de superioridad”) y que acaba de pasar la noche en un hotel con el hombre que se ha convertido en su “amante oficial”. Y resultan menos fiables los episodios (parecen exagerados) en los que explica sus aventuras sexuales con un asistente de vuelo llamado Javier y con el piloto del avión, quienes la usaron a la vez para formar un trío de besos lúbricos, magreos y quién sabe si algo más.

Pero todo ese dibujo nebuloso, de mujer al mismo tiempo abatida y resuelta, acoquinada y frenética, constituyen tan sólo el preámbulo para escucharla en la habitación del hotel, donde se dirige al anónimo amante. Porque ahí es donde se encuentra la auténtica esencia del drama: en la operación en la que, entre bromas sobre noticias periodísticas, anécdotas libidinosas y lágrimas escondidas, Miriam va desnudando su alma y nos deja ver sus heridas, largas, hondas, terribles. Porque a la amargura de haber perdido el amor de su marido (cuya degradación física y moral ha sido constante) se une la conducta celosa e impresentable que su amante “oficial” despliega con Miriam: la golpea con violencia cada vez que se le antoja. Así, el lector de esta pieza tiene la sensación amarga (pero firme) de que el asistente de vuelo y el piloto del avión se erigen en sublimaciones amorosas que ella urde para no sucumbir al llanto: dos hombres que la rondan, la desean y la tratan con tanto frenesí sexual como respeto.

Rodeada por esas cuatro figuras varoniles, que se combinan en su cuerpo y en su mente, Miriam nos conduce de la mano hasta el tristísimo final de la obra, que nos deja tragando saliva y con el estómago revuelto.