Vista hoy, Moscú no cree en las lágrimas, film soviético que logró el Oscar a la mejor película extranjera en 1980, resulta muy interesante desde un punto de vista sociológico, para obtener una visión de como era la vida en la sociedad comunista de la segunda mitad del siglo XX (la película abarca desde finales de los cincuenta a los ochenta), el periodo en el que se consiguió una cierta prosperidad en las ciudades, aunque finalmente el sistema fracasó estrepitosamente.
La vida de las tres jóvenes protagonistas, que habitan en una residencia comunitaria, se parece mucho, en sus aspiraciones, a las de cualquier mujer de occidente: escalar posiciones en su empresa y casarse con un hombre con buena posición social. Porque, por mucho que nos encontremos en un país socialista, las diferencias sociales siguen existiendo, como se pone de manifiesto en el episodio del apartamento que una tía presta durante un mes a su sobrina Katerina: una vivienda de lujo en un rascacielos en pleno centro de Moscú que no tiene nada que envidiar a las mejores viviendas neoyorkinas de la época. La noche moscovita también es animada (aunque con moderación) y los jóvenes salen a ligar y se entusiasman si se encuentran con celebridades soviéticas del momento.
A mí esta película me ha recordado a esas comedias que se hacían en nuestro país allá por los años sesenta, cuando se mostraba un Madrid espléndido y repleto de modernidades donde se movían unos personajes a los que se otorgaba premios o castigos según sus acciones, aunque todo terminaba siendo muy benévolo y por ello, poco realista. Es curioso como en la sociedad soviética ser madre soltera constituye un problema, pero no un estigma, ya que Katerina llega a desempeñar un puesto directivo en su empresa. También es interesante el personaje cuarentón y alcohólico, que todavía espera que el Estado le ofrezca una nueva oportunidad y así iniciar una nueva vida. Además, Gosha, el definitivo pretendiente de la protagonista es, a los ojos actuales, un machista que se enfada porque su futura mujer gana más que él... Moscú no cree en las lágrimas se hace algo larga y como película es simplemente correcta, pero despierta una enorme curiosidad, porque podemos asomarnos a la vida de gente corriente en un país de cuya realidad social se sabía poco en la época. Aunque se trate de una visión edulcorada y con muchas dosis de propaganda, algo de veracidad se acaba atisbando.