Se inspiraba ayer un prescriptor en la buena pluma, Jaime Poncela, en las moscas que, despedido el verano ya ni me acuerdo, perduran en nuestros hogares, fuera del tiesto ellas. Ya saben, daño colateral del fenómeno tiempo chiflado, donde las estaciones reclaman camisa de fuerza. Me acordaba esta mañana de la digresión que el comunicador conducía, por la altura, hacia caminos hondos desde la cotidiana co-existencia de estos insectos parias mas atrevidos donde los haya. Venía este artículo de saldo a mi memoria al amanecer Menda y mi prole un día más comidas por los inmisericordes mosquitos. Juntas hacemos una paella de ronchones cocinada ¡en noviembre!…. Y no son fechas para este plato en el menú.
Los cargan con agua.
Oigo a los enanitos de BlancaMosca planear estas noches sobre mi cabeza presumiendo de acróbatas aéreos y demostrando su pericia en el arte del camuflaje cuando la durmiente desvelada enciende la luz zapatilla en mano y ojo de lupa.
«El tiempo está loco», dice mi madre. Y estos bichejos aprovechan la coyuntura. La naturaleza doméstica, mínima expresión del orden nacional, se alinea con la capa supra de este orden (desorden, si hablamos sin eufemismos) donde los moscones se atiborran, a espuertas y sin sonrojo, del pan del resto de pobladores del reino insectívoro.
Las moscas en otoño nos tienen moscas.
Las hormigas, que se antojan tontas a los ojos de estas moscas y mosquitos de raza chorizo forrados ilegalmente y sin que medie clandestinidad, se dejan chupar la sangre por estos bichos parásitos desprovistos de cualquier ética y sentido de la vergüenza, mientras miran hacia otro lado.
He ahí el secreto de la falsa felicidad de la hormiga española, mirar hacia otro lado mientras la expolian.
Se impone una versión actualizada del cuento de La cigarra y la hormiga, a la vista de los últimos acontecimientos en la política y economía nacional, en nuestra abultada, lustrosa y creciente historia de fraude y la corrupción, tan de actualidad.
Un cuento
Mientras el mosquito se alimenta de nosotras y la mosca hace honor a su mote popular (cojonera) un día sí y otro también, fuera de temporada, a las hormigas nos empieza picar el gusanillo de la metamorfosis y empezamos a soñar con echar alas y unirnos a estos chupones de altos vuelos. Nosotras también queremos chupar del bote en vez de tratar de llenarlo con nuestro currele, con el sudor de nuestro esfuerzo. ¿Sudor? ¿Esfuerzo? Palabras en desuso. Cualquier día las tumba la RAE. Eso de trabajar y guardar para sobrevivir al frío invierno pasó a la estratosfera. Un cuento.
Las hormigas españolitas sueñan con transformarse en mosca Rato o en mosquito Blesa, que en el cuento ya no hay cigarras que al final se reconvierten arrepentidas de su pecado de vagancia. ¿Vagancia? Pecata minuta de pecado al lado del choriceo crónico de los opulentos.
Hormiga obrera, una especie en extinción.
Por mi parte, he perdido ya toda confianza en las armas que la sociedad de consumo pone en nuestras manos para deshacernos de estos insectos voladores. Estoy convencida de que los aparatos esos eléctricos para aniquilar moscas los cargan con agua del grifo y que en los sprays mata-mosquitos hay más de lo mismo. Las hormigas nos enfrentamos desde el suelo con pistolas de juguete a un enemigo que nos ataca desde el cielo, viste de camaleón y al que la ley natural y sus controles favorecen. Así, no se puede ir a la guerra
Acostumbrados como estamos a tanto desmán, invertebrados dóciles, tenemos un cupo aaaaamplio de transigencia, pero reZeusle…. que ya no estamos en temporada de recibir picotazos. Detengan la sangría, que ahora no toca.
Y torcemos la cabeza para mirar a otro lado, en vez de frente. A ver si atisbamos alguna flor y unas mariposas. Como estamos en primavera….