Mötorhead y Metallica dan sentido a Rock in Rio ante un mar de jevis

Por Alberto C. Molina

→Sus conciertos fueron los últimos de la segunda edición del festival en España

→Cerca de 50 000 personas acudieron a la Ciudad del Rock pese a ser lunes

→El negro fue el color predominante sobre y frente al escenario

→James Hetfield, y en especial Lemmy Kilmister, demostraron que los años sólo pasan para los demás

→Fue la única actuación de Motörhead en España en 2010; Metallica regresarán

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No sé tú, pero por parte del arriba firmante, fue escuchar Iron Fist, ver a esa leyenda viva que es Lemmy —no te confundas, el de arriba es James—, y principalmente a tanta mano en alto y de tantas edades recortando cuernos al contraluz, que sentí cómo un escalofrío visitaba hasta a las plantas de mis pies. No era para menos. Llegadas desde Barcelona, Holanda, Argentina… miles de personas se reunieron en Arganda del Rey para ver a sus ídolos y de paso poner de manifiesto que, pese a no gozar en condiciones normales de la atención de los medios de comunicación, su música, el Rock más duro, no es ningún fenómeno minotiratio y continúa vivito y coleando.

Con permiso de Bon Jovi, Jane’s Addiction y Rage Against the Machine —tal y como señalé en Rock in Rio Madrid: ¿Yo voy o no voy?—, hubo que esperar hasta el 14 de junio, es decir, hasta la última jornada, para disfrutar de conciertos que hicieran honor al nombre del festival.  Tuvieron que repetir Motörhead y Metallica en Rock in Rio en 2010 tras su paso por el de Lisboa, para que la cita de Madrid no pasara a la posteridad por los debuts de Miley “Hanna Montana” Cirus y Rihanna.

Sabíamos que en teoría el suyo sería el día más “jevi”, pero si en la práctica también acabó siéndolo,  lo fue, además, gracias a los 50 000 incondicionales que pasaron por alto el precio de la entrada, que  era lunes y que las nubes podían liarla en cualquier momento. Esos fueron los espectadores presenciales, pero a esta cantidad habría  que sumar a quienes no contaron con tanto valor, dinero, tiempo o suerte y tuvieron que conformarse con seguir los conciertos por televisión… y esto lo digo por mí, que nadie se moleste. Así pues, como decía, entre tanta camiseta negra fue el gris de las nubes lo más claro que se vio en pantalla, y cuando el sol se puso, ni eso. Oscura vestimenta, cual golondrina de Bécquer, empezando por la de los propios músicos.

Lemmy, "Dios", señala a alguien que haría bien en no esperarle a la salida si quiere seguir viviendo

Y los primeros en lucir modelitos —o al menos en TV, porque antes que la banda Sôber nadie pisó el Escenario Mundo— son los británicos Motörhead, incluido su líder, vocalista, fundador y único miembro original. Camisa negra arremangada, sombrero a lo cowboy, botas altas, gafas de sol y pantalón, como es lógico, del mismo color. De esta guisa aparece Lemmy Kilmister, “Dios” para sus fans. Si por casualidad no lo viste en directo, te aseguro que a ti también te impresionaría encontrártelo por ahí aunque no supieras quién demonios es. Un tipo así infunde respeto siempre, con 30 años o con los 64 que él no aparenta. Alguien como Lemmy no necesita abrir la boca, aunque cuando lo hace es para que la cerremos los demás en el acto y escuchemos sin rechistar en el sitio.  Lo primero que dijo al público de Madrid fue “buenas noches”, pero con esa voz rasgada hasta algo tan amable restalla en el aire con fuerza. Sin embargo, para energía la que desprende cuando acompaña sus palabras con su enorme bajo —pues, aunque al igual que la edad tampoco lo aparente, lo suyo no es la guitarra sino el bajo—.

Instrumento y músico comienzan con todo un clásico del 82, Iron Fist, pero no lo hacen solos. Sobre el escenario también están los incombustibles Mikkey Dee (batería) y Phil Campbell (guitarra). Precisamente un buen solo es lo que se marca el primero justo antes de Going to Brazil. Antes hace lo propio Campbell y en cuanto termina llega The Thousand Names of God, otro gran tema de la banda y uno de los de su último álbum, Motörizer (2008), por cierto, disco que, como indica la “carátula” que preside el escenario, es el protagonista de la velada con permiso de lo más granado de su restante discografía. Y tanto unas como otras son trallazos que ofrecen exactamente lo mismo. Más cortos que largos, no dan ni un segundo de respiro para los tímpanos. Tal es así que otra frenética como es Be My Girl, al bajar algún tipo de peldaño parece suave.

Nada de florituras ni saltitos de cara a la galería; por no moverse ni despegan los pies del suelo —podría decirse que el que más se agita es Mikkey cada vez que se pone en pie para animar al público—.  Pero esto no significa que se muestren arrogantes o distantes, todo lo contrario. Si hacen un mínimo descanso entre tema y tema es para que Lemmy dé las gracias y anime al gentío, aunque lo haga con esa voz tan poco amistosa. Es más, como el público en su mayoría ha acudido por Metallica, quizás sí está menos efusivo de lo que querría el grupo. Al margen de los 35 años de historia del grupo,  y pese a que el concierto dura poco más de una hora, a tenor de lo visto y escuchado, de la seriedad con que dan vida a Over the Top, Killed by Death, Ace of Spades, Overkill, el papel de Motörhead jamás podría ser confundido con el de teloneros de nadie. Antes de despedirse con Overkill a lo grande, dejándonos al borde del ataque epiléptico, el líder lo ha dejado bien claro: «¡Somos Motörhead y hacemos Rock ‘n’ Roll!». No sé si en la Ciudad del Rock se pidió algún bis por aquéllo de las ganas de ver cuanto antes a los que faltaban, pero uno que lo siguió por televisión se quedó con ganas de más…

CONTINUARÁ