Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Alberto Aguado
Publicado en: Noviembre 2016
Los héroes no pueden pelear en todos los frentes a la vez... y hay quien se zambulle en una guerra cuya naturaleza desconoce. ¿Qué sucederá cuando el Inmortal Puño de Hierro entre en escena?
Resumen de lo publicado: -¡Me habéis engañado! ¡Llevaré vuestras cabezas a Lord Birugenia y mi recompensa será aún mayor!
-Sigue soñando, monstruo -replicó El Motorista Fantasma-. Pronto sabrás lo que sufrieron tus víctimas inocentes... ¡Lo vivirás tú mismo!
Birugenia contempló aquella mansión. Sin duda, a los ojos de seres inferiores parecía un lugar tan lujoso como grande. La residencia der alguien rico, por encima de los meros mortales que le rodeaban. Sentía el poder que albergaba aquel lugar. Sería suyo, pero antes tenía que recuperar el que durante treinta mil años fue suyo.
Hasta que murió, derrotado de la manera más humillante por Shadow Moon.
Apretó los puños, consumido por la ira. Diminutos relámpagos como capilares de energía, surgieron rampantes y verdes de entre los nudillos del cuerpo que había poseído la noche anterior.
-¡Birugenia-sama! -El Mutante Jaguar se inclinó de modo servil ante su amo-. ¡Tened cuidado!
Vuestra terrible ira es demasiado fuerte para la carne mortal.
-¡No te atrevas a decirme como he de actuar! -observó a la reconstruida criatura de aspecto felino. A su lado se hallaba el mutante Hormiga. El sería el servidor elegido para recuperar su Biruescudo.
Tras los mutantes reconstruidos, dos docenas de sus siervos comunes. Una horda sin rostro, útil y no tan prescindible. Su número era limitado. Algo a lo que tenía que poner remedio cuanto antes. Desvió su atención hacia los poco humanos rasgos del Mutante Hormiga. Su voz rezumó una impaciente furia.
-Sabes cuál es tu deber. Cúmplelo. Recupera mi escudo. ¡Ve y demuestra el poder que te he dado!
-No fallaré, Birugenia-sama -dijo la criatura insectoide con una profunda reverencia.
El amo se retiró del lugar, dejando atrás a su siervo. Los ninjas y el mutante jaguar le siguieron hasta el punto por el cual habían alcanzado esa calle: Una alcantarilla. Uno a uno entraron, descendiendo a las fétidas entrañas de Nueva York.
-¡Tú! Antes quisiste decir algo -Birugenia se dirigió a uno de sus hombres, que trató de no mostrar miedo ante la furibunda actitud de su lúgubre líder-. ¡Habla ahora! ¡Más vale que sea lo que quiero oír, gusano!
-Así es, Birugenia-sama -el artista marcial llevó a cabo una poco profunda reverencia-. Hemos localizado vuestra espada. ¡Y se halla en esta ciudad!
El villano dejó de inmediato de prestar atención a las palabras que le dirigían. ¡Su Birusable! Sin el Biruescudo, su poder se veía reducido de forma drástica, pero continuaba siendo un arma formidable. Casi a la par del sable Satán de Shadow Moon. Cuando lo recuperase, solo le quedaría su armadura por reencontrar.
Entonces podría iniciar su conquista de la dimensión en la cual se hallaba. Ninguno de sus campeones había conocido un poder como el suyo. ¡Sería invencible, un auténtico dios de la conquista! Contuvo sus sueños de megalomanía, que amenazaban con estallar en dementes carcajadas. Reprimió un indigno carraspeo y dijo:
-¡Guíame hasta el lugar! Yo mismo en persona recuperaré mi arma.
-¿Amo? Vuestra carne necesita renovación. Sería preciso...
-¡ESTUPIDO! -bramó Birugenia-. El poder del Birusable es terrible. Si un mero mortal tratara de emplearlo, lo consumiría y sería destruido. ¡Por completo!
El eco de sus palabras murió en la cloaca, casi arrastrado por el gorgoteo de la corriente de inmundicias en la que chapoteaban como ratas erguidas. La luz era escasa y sucia. Todo allí era la sombra de otra sombra mayor. Sin embargo, los ojos de Birugenia parecían rielar con una luz espectral.
-Vuestra voluntad ordena mis actos, amo. Seguidme.
La tétrica procesión de muerte avanzó por las sucias arterias de la urbe. Vadearon en un par de ocasiones la repugnante corriente de basura imposible de identificar y se ocultaron del paso de varios equipos de poceros. De hecho, cruzaron casi media Nueva York hasta detenerse bajo una escalerilla más ancha de lo usual en aquellas alcantarillas.
-Como os dije, amo, aquí esta aquello que buscáis. En él...
Museo Hussie de Historia Bélica
Los carteles anunciando la inmediata apertura de la nueva exposición permanente colgaban como orgullosos, largos pendones del alto techo del edificio. Una sala dedicada a las armas de filo más desconocidas por la civilización occidental.
El Mutante Jaguar dio un formidable salto que le llevó del suelo hasta el techo. La bala impactó en el punto donde se hallaba instantes antes, levantando un surtidor de esquirlas de mármol. Agarrado a la parte superior de una columna, el secuaz de Neo-Gorgom lanzó un bufido felino a quien le había disparado.
El guardia de seguridad tragó saliva. Trabajando en nueva York, el riesgo de un encuentro como aquel estaba presente como en ningún otro lugar. Pero aquello no lo hacía más agradable ni fácil de enfrentar. Levantó el revolver a dos manos, intentando seguir la sobrehumana rapidez de su objetivo. Pero el guardia era solo mortal. Y estaba aterrado.
La criatura humanoide se arrojó desde las alturas sobre el humano. El balazo falló su hombro por varios centímetros, repicando contra una vitrina blindada. Las zarpas del Mutante Jaguar descendieron apenas tocó el suelo. Rajó rostro, cuello, pecho y abdomen del humano. Este se derrumbó con un alarido de dolor. De las pavorosas heridas se elevó un humo feo y azul.
Su verdugo ladeó la cabeza de modo exagerado. Había oído algo. No era su amo Birugenia. Los pasos de aquel a quien servía sonaban más firmes, más poderosos, con segura arrogancia. Estos eran sigilosos, pero humanos al fin y al cabo. No podían ocultarse de él.
-¡Muéstrate humano! ¡No puedes esconderte tras esa columna junto a la pared!
Entre aquel punto y una vitrina en cuyo interior se exhibía una espada hecha de obsidiana, se alzó un humano. Vestía un mono verde del cuello a los pies. Los puños y sandalias eran amarillos y se cubría con una máscara que le tapaba la cabeza, también amarilla. En dorado, un estilizado dragón alado marcaba su torso.
-Me llamó Puño de Hierro -se presentó, adoptando una cauta pose de guardia.
-Tu nombre no importa. ¡Solo tu muerte! -Con un prodigioso brinco, el siervo de Neo Gorgom atravesó los siete metros que le separaban y se lanzó contra el artista marcial con las zarpas por delante.
Puño de Hierro se deslizó a un lado, pero no logró esquivar del todo a su enemigo. Las zarpas rasgaron el traje, abriendo sangrantes cortes en su pecho. Retrocedió jadeando mientras su atacante daba la vuelta.
-¡Tu muerte será un regalo para Lord Birugenia, Puño de Hierro!
El artista marcial gruñó. Aquel no era un zarpazo normal. Notaba como las heridas burbujeaban con un muy molesto escozor. Tenía que concentrarse, emplear su chi, su energía vital, para luchar contra aquella misteriosa ponzoña. Pero mientras continuara siendo atacado, era algo casi imposible.
Cediendo a su naturaleza felina, el Mutante Jaguar jugó de manera sádica con su enemigo. Asestó veloces zarpazos y se retiró con igual celeridad. Puño de Hierro no podía hacer más que esquivarle. Desistía de emplearse a fondo por su intención de conseguir respuestas de él.
El secuaz de neo-Gorgom cerró sus mandíbulas sobre el brazo derecho del humano. Este gritó de dolor casi al tiempo que disparaba su puño izquierdo contra el enemigo. Le partió un colmillo, que se quedó clavado en su extremidad. Puño de Hierro decidió que "capturar con vida"no significaba «en condiciones de hablar».
-Tú lo has querido, monstruo -Los dedos de su mano izquierda comenzaron a brillar cuando los cerró en un puño-. ¡Ahora sabrás cual es el poder del Puño de Hierro!
El Mutante Jaguar sacudió la cabeza con una carcajada animal.
-¡Muere! -Saltó hacia el humano con un rugido al tiempo que una figura irrumpía en la gran sala del museo.
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