He tratado mucho a Emilio Sagi, que ha sido, entre otras cosas, director del teatro de la Zarzuela, del Teatro Real, ahora del Arriaga de Bilbao... Y siempre me ha atrapado su exquisita educación; es un hombre que nunca altera el tono, respetuoso siempre, amable, atento... Sus producciones son, en cierto modo, una prolongación de su carácter: elegantes, refinadas, claras... Las aborda siempre desde el respeto a la escena y a la partitura, sin pretender otra cosa que no sea subrayar los valores de la obra y las virtudes de los intérpretes, sin querer imponer «originalidades».
Sagi goza de un prestigio y un respeto que no sólo tienen que ver con su talento profesional, sus ideas teatrales y sus logros artísticos, sino con su manera de conducirse en la vida, de entender las relaciones con los demás y con su modo de encarar el trabajo. Viendo en el Real esas refinadas «Bodas de Fígaro», una ópera magnética y elevada, he vuelto a comprobar que Sagi es un magnífico director, y he recordado lo mucho que le aprecio y le admiro.
La foto es de mi compañero Ernesto Agudo