Cádiz, inauguración del nuevo y brillante museo, en un futuro cercano…
Autoridades de medio mundo habían llegado a la preciosa ciudad española para lo que se había convertido en un evento global. Tras el discurso de bienvenida del alcalde de la villa, los mandatarios de los países hermanos, se pusieron en pie para aplaudir al presidente de la nación, que se dirigía sonriente a la tribuna. En frente, delante de la inmensa explanada del ultramoderno y flamante museo, se amontonaban decenas de miles de personas para contemplar con sus propios ojos el excepcional evento. Todos se sentían coprotagonistas de aquel acontecimiento inusitado, con la intensa emoción del que sabe estar viviendo un momento histórico. Sin embargo, pocos de los presentes podrían haber creído unos años antes, que lo que comenzó con un simple hastagh en las redes sociales, lograría erigirse en la realidad de la que ahora eran todos testigos. En los últimos tiempos, esas redes sociales habían conseguido cosas increíbles, pero nunca hacer realidad un sueño y ese día, miles de ojos lo contemplaban absortos en directo y millones a través de esas mismas redes.«Dronicópteros» de varios tamaños de la Policía Nacional y de la Guardia Civil controlaban todo el espacio aéreo y sobrevolaban la enorme explanada, para yugular cualquier amenaza. La tormenta de aplausos arreciaba mientras el mandatario se posicionaba ante la tribuna de oradores. –Señores jefes de Estado y de gobierno, señoras y señores: les doy la bienvenida a nuestra amada y hermosa ciudad de Cádiz. –Los entusiastas aplausos de los gaditanos, obvia mayoría entre la multitud y los más apasionados de los pasionales andaluces, interrumpieron el discurso.Cuando las palmas cesaron, las palabras volvieron a retumbar por la perfecta megafonía. –Esta maravillosa ciudad de Cádiz ha vivido no pocas vicisitudes, sus gentes vieron pasar por aquí a fenicios, griegos, cartagineses, romanos, vándalos, visigodos, bizantinos, árabes... Sus muros, los mismos que vieron salir y llegar flotas cargadas de mercancías y tesoros, resistieron a la tiranía de Napoleón y vieron el nacimiento de la primera constitución de nuestro país. Cádiz fue pionera en muchas y grandes cosas y hoy lo es de nuevo, con esta maravilla que tengo a mis espaldas.Los aplausos del pueblo cortaron de nuevo la palabra del político, quien tras unos instantes, la retomó.–Permítanme que me dirija ahora a las buenas gentes de Cádiz. En un tiempo récord, con una ejecución y gestión impecables, se ha levantado gracias a vosotros este hito de la historia, este fantástico edificio para recuperar nuestra memoria y sentirnos orgullosos de ella. Tras de mí, tenéis este sublime museo, vuestro museo ¡Y que desde este mismo momento, queda inaugurado! Al instante, la famosa patrulla Águila del ejército del aire pasó con estruendo sobre el cielo de Cádiz, proyectando sobre el museo la bandera de España con el humo de sus reactores. El delirio se apoderó de la entregada multitud que aplaudía y gritaba desaforadamente mientras los aviones se perdían hacia la bahía. El mandatario aprovechó para retomar la palabra. –Aquí pues tenéis al fin vuestro hermoso museo, pero nada de él habría sido posible sin vuestro esfuerzo e ilusión. ¡Un millón de gracias a todos! Y todo eso… –Otra nueva salva de aplausos detuvo las palabras del presidente… –Y todo eso decía, tampoco habría sido posible sin Gadea Núñez de Ayala, creadora y promotora de todo, corazón y detonante de esta maravillosa, de esta extraordinaria e increíble historia. El gobernante se giró y ahora fue él, quien mirando a una joven, comenzó a aplaudir. Una mujer menuda pero elegante, se levantó de la tribuna de invitados mientras un estruendo de palmas y vítores aclamaban con desatada locura a quien lo había originado todo, a quien lo había desencadenado todo, con tenacidad y tesón. Todos allí lo sabían y ahora se lo agradecían como si en vez de una historiadora, fuese un ídolo del fútbol o una estrella del rock. Caminaba despacio hacia la tribuna, en parte orgullosa, en parte abrumada, en gran parte feliz.Cuando se situó frente a los drones de las televisiones se hizo el silencio. Todos anhelaban sus palabras, pero entonces todo terminó. Las características sirenas de ataque aéreo lo llenaron todo, lo inundaron todo, demolieron todo…Y ya está. Decidido quedo, aunque vive Dios que muy bien no sé el motivo. No lo sé. No sé, digo, por qué me he dado a dejar sobre este blanco mis pensamientos en oscuro. No sé por qué me he lanzado a estas mis palabras tan gruesas y sin primor. Si por personal redención, si por la conciencia limpiar o por solo constancia dejar de mis leales servicios a la Corona y al Reyno, no vaya a ser que «ese», quien en mala hora nació, quien tan mal me quiere y quiere causar mi caída, quisiere desprestigiar mi vida, dar mi fama por los suelos, arruinar mi nombre y el de mi familia, que tanta fama y buen servicio dio a España a lo largo de los siglos. Sé que es osadía dejar su nombre por escrito, mas tal hago sin miedo, pues hasta hoy, el miedo mil veces salvó mi vida y quizá muchas más las de los hombres que sirvieron bajo mi mando. Ese «ese», del que os hablo, no es otro que Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar. Le quito el don porque le sobra, empero quizá os suene más si os lo resumo por la grandeza de España, que sin merecer, posee: el conde duque de Olivares. Y ahora, tras su nombre, el mío, que es de gente mal educada, de pocas luces, e inculta, anteponer el propio de uno. Soy quien soy mas non siempre quien fui, pues poco a poco me forjé, en definitiva, soy Fadrique de Toledo Osorio y Mendoza, hijo de mi padre, el V marqués de Villafranca del Bierzo, don Pedro Álvarez de Toledo Osorio y Colonna, grande de España y a la sazón, capitán general de las galeras de Nápoles, hijo de mi madre, doña Elvira de Mendoza y Mendoza.Sepan pues vuesas mercedes, que este humilde siervo de Dios y de la iglesia y que lo susodicho suscribe, vio la luz en el año de gracia de mil y quinientos ochenta y ocho, el treinta de Mayo, San Fernando pues para más señas, en la longeva villa de Nápoles. Al contrario que tantos y tantos nobles e hidalgos españoles, que por no tener apellido los recargan para darles brillo y pompa con extraños patronímicos, a mí no me fue tal necesario, pues de cuna me cayeron. No encontraréis por tanto en mi nombre apelativo alguno a la ciudad que me vio nacer y en la que mi padre, con honor, siempre sirvió a su católica majestad Felipe el tercero. Os preguntaréis quizá, si la curiosidad es vuestra natural condición, qué pinta un descendiente de bercianos, de toledanos y de los poderosos Mendoza, naciendo en Nápoles y escribiendo en Veracruz, en la otra punta de España. Sosegaos. No es otra mi intención que dejarlo bien claro. Y hablando de dejar cosas claras, dije que soy quien soy, mas aún no lo sabéis. Aunque os he hablado de mi linaje y sangre, por mis venas no corre tal rojo humor, sino la salobre agua de la mar, en mi pecho moran las tormentas, mástiles en mis huesos, pólvora en mi aliento y en mi cuerpo, el acero, la metralla… y el fuego de mis cañones. Soy nieto de un Virrey de Sicilia, Cataluña y capitán general de la mar, hijo (como ya sabéis) del capitán general de las galeras de Nápoles, hermano del capitán general de las galeras de España. Vengan aquí y ahora los títulos que me he ganado y que en prez llevo: soy, amén de capitán general de la Armada del Mar Océano, de las Gentes de Guerra del Reyno de Portugal, Caballero de la orden de Santiago y Comendador de Valderricote en la misma orden, Comendador Mayor de Castilla y de la Encomienda de Azuaga y primer Marqués de Villanueva de Valdueza. A mis órdenes se han formado, se forman y se preparan flotas para la guerra. A mi mandato acuden prestas y siempre fieles, las escuadras de todos los rincones de las Españas: la de las Cuatro Villas, la de Vizcaya, la de Guipúzcoa, la de Portugal, la de Tierra Firme, la de Nueva España, la de Aragón, la del Mar Océano, la de Indias… siempre fui ganador del berberisco, azote para el pirata, verdugo del holandés, temor del inglés, espanto del turco y odiado por el francés. En todo momento y lugar, para mayor gloria y honor de la Corona de España, los derroté. Jamás ellos lo hicieron conmigo. Jamás ninguno dellos vio lo que soñaba, arriar de mi capitana la gloriosa cruz de San Andrés. Tuve el infinito honor, perenne gracia que jamás podré pagar, de que el mismísimo Francisco de Quevedo, escritor inmortal, compusiera sobre mí este verso:
Al bastón que le vistes en la manoCon aspecto Real y florecienteObedeció pacífico el Tridentedel verde emperador del océano
…Y… sin embargo… no. No me obedeció pacífico. Me batí el cobre como bravo en las sus aguas, que pocas dellas me quedaron por surcar. Del Estrecho de Gibraltar al Brasil, de los Países Bajos a Túnez, de los mares de Berbería al Caribe y, no me tomen vuesas mercedes esto como arrogante jactancia sino como vera certeza, siempre vencedor. Así seguían los ripios del titán Quevedo
Fueron oprobio al Belga y Luterano
Sus órdenes, sus Armas y su gente;
Y en su consejo y brazo, felizmente
Venció los Hados el Monarca Hispano.Lo que en otros perdió la cobardía,
Cobró armado y prudente su denuedo,
Que sin victorias no contó algún día.Esto fue don Fadrique de Toledo.
Hoy nos da, desatado en sombra fría,
Llanto a los ojos, y al discurso miedo.
Me llamaron «el Alejandro», «el Julio César» de los mares, muchos halagos, gruesas lisonjas para quien solo quiso servir, y servir bien, luchar y luchar bien, sentir, libertar, navegar y… vive Dios, hacerlo bien.