Mucho más que un mercado

Por Manugme81 @SecretosdeMadri

El protagonista de hoy no es ningún secreto pero ya sabéis que en este blog también tienen cabida mis rincones preferidos de Madrid y el Mercado de San Miguel es uno de ellos. Desde hace un par de años este coqueto espacio se ha convertido en uno de los principales activos de la ciudad.

Pocos son lo que se dejan caer por Madrid y no lo tengan en su lista de recomendaciones. Aparece en todas las guías así que tanto nacionales como extranjeros están avisados, sucumbirán a los encantos de este sitio. Lo cierto es que cuando la arquitectura y la comida van de la mano es complicado resistirse.

A orillas de la Calle Mayor, en el Siglo XII, encontramos el origen de este mercado que arrastra una historia de varios siglos. En solar donde ahora se levanta el mercado estuvo ubicada la Iglesia de San Miguel de los Octoes, un templo que José Bonaparte, apodado ‘el Rey Plazuelas’ no tardó mucho en quitarse de en medio, exactamente en 1809. Durante su mandato en Madrid el hermano de Napoleón tuvo una fijación con la creación de espacios abiertos en el centro de la ciudad. El claustrofóbico y sinuoso corazón de la Villa no era de su agrado y se empeñó en hacerle un intenso lavado de cara.

Sobre la explanada resultante se comenzó a celebrar un mercado en el que los comerciantes montaban sus puestos ambulantes. Sobre cajas de madera, que servían de improvisados mostradores, los mercaderes despachaban productos perecederos como el  pescado. A mediados del siglo XIX se llegaban a contabilizar hasta 90 tenderetes en este solar pero no es hasta 1916 cuando se inaugura el mercado como tal. En esa fecha se crea un espacio techado y se levanta la impresionante estructura metálica que aún hoy conserva.

Con el paso de los años la actividad en el Mercado de San Miguel fue decayendo e incluso se planteó derribarlo ya que no era rentable, sin embargo, un grupo de particulares vio en este lugar un amplio abanico de posibilidades y decidió apostar por él. Tras 19 meses de intensas obras, en mayo de 2009, volvió a abrir sus puertas manteniendo elementos antiguos como su esqueleto de hierro fundido, lo que lo hace uno de los pocos ejemplos aún visibles de la arquitectura del hierro. Otras de las claves de este sitio son las cristaleras que dejan el paso de los rayos del sol y que ofrece al peatón, que observa desde el exterior, un espectáculo colorido y seductor. El consenso generalizado tras su reapertura fue el de haber logrado un rotundo éxito, una propuesta con aires clásicos que irrumpió con fuerza en el nuevo siglo.

Lo que más me gusta del Mercado de San Miguel es que, mires donde mires, ves cosas sugerentes. Si levantas la mirada y contemplas su centenaria estructura aciertas, si bajas la vista y te centras en los productos que se despachan a toda velocidad, también. Y es que ahí radica el segundo secreto, y buena dosis de su apabullante éxito, la excelente calidad de las materias primas que se venden. Desfilar entre sus mostradores es una actividad revitalizante. Pequeños escaparates de postal, colocados con mimo que nos reclaman a cada paso. La opción de comprar algo para tomarlo allí mismo o para degustarlo en la intimidad de nuestra casa ya depende de cada uno. En total 33 puestos con productos frescos y artesanos que saciarán a los paladares más exigentes. El paraíso de los sibaritas.

Desde diferentes tipos de pasta fresca a embutidos ibéricos, pasando por las ostras o las frutas más exóticas, sin olvidar los dulces o el pan o los deliciosos zumos naturales. Comercios con una dilatada trayectoria a sus espaldas se han dado cita en este espacio entrañable y poético. La única recomendación que os haría, además de visitarlo, es evitar las horas punta ya que se llena de gente sí o sí y un lugar como este merece ser disfrutado de forma pausada, haciendo trabajar a nuestros sentidos. El desfile de aromas, colores y sabores que nos ofrece no entiende de bullicios ni arreones. Tenedlo en cuenta.

Foto de la portada sacada de gentedigital.es y foto intrerior sacada de aviewcities.com