Estaba ultimando una actualización del blog esta mañana cuado me sorprendió el fallecimiento de Gómez Llorente y, evidentemente, no dudé en postergar el ya de por sí varios días postergado texto anterior para reservar mi actualización de hoy a la muerte de uno de los principales referentes del socialismo español de la última mitad de siglo.
Podría recordar la figura de Gómez Llorente como el firme defensor que fue de la enseñanza pública y laica, pero ése, un valor que debe suponersele a un socialista, no debe centrar el resumen de su vida pocas horas tras su muerte. La figura de Llorente es sinónimo de socialista convencido y convincente, que unido eternamente a su pipa reencarna los valores clásicos del socialismo pablista y en quien todos aquellos que somos socialistas encontrábamos un referente.
En mi casa, con varias generaciones de socialistas a la espalda, siempre fue recurrente la referencia a Gómez Llorente, entre otros muchos, como esos ejemplos de socialistas sinceros que el aparato de turno fue usando y tirando, desprendiéndose por el camino de algunos de los mejores miembros que componían su capital humano durante décadas.
Con la muerte de Luis Gómez Llorente muere gran parte de ese socialismo digno, que cuando en el XXVIII Congreso del PSOE, un Felipe González que ya había abandonado a Isidoro en el camino y acataba las órdenes de la Internacional Socialista y la socialdemocracia alemana para desarmar ideológicamente el partido obrero por excelencia de la historia de España, supo plantar cara y defender con la razón y el corazón el legado por el que muchos habían dado su juventud y su vida. La pugna de si marxismo sí o marxismo no, no fue una guerra meramente formal de nomenclatura, fue una pugna entre la dignidad del socialismo clásico y el oportunismo de los arribistas que priorizaron el marketing a las ideas. Felipe González consiguió eliminar el marxismo de la definición del PSOE y muchos gritaron “¡Felipe, Felipe!”, extasiados por el retorno del líder mesiánico que volvía ufano al ver su órdago cumplirse a la perfección. Sin embargo algunos, como hicieron toda su vida, preferían gritar “¡PSOE, PSOE!”, desde su dignidad a un ideal tan noble como prostituido desde entonces.
Con Gómez Llorente, quienes nos sentimos socialistas por tradición y convicción estamos un poco más huérfanos. Muchos somos quienes tuvimos que buscar refugio en otras formaciones políticas más respetuosas con el ideal del socialismo democrático. Otros muchos más, como decía Hildegart al abandonar el PSOE en 1932, son esos marxistas sin partido, hartos ya de quienes traicionaron al socialismo para imponer “el socialenchufismo”.
Hoy, un hijo predilecto de aquellos que traicionaron no solo a Gómez Llorente, sino al propio ADN del PSOE le elogia, sin rubor. Quizá si las tesis de gente como Gómez Llorente o Francisco Bustelo hubiesen triunfado, el devenir del PSOE en la Historia reciente y de la Transición, podrían haber sido muy diferentes.
Dejo unas palabras de Luis Gómez Llorente publicadas en El País el 10 de julio de 1981 bajo el título de “Los socialistas ante su 29º Congreso”:
“Tomen ustedes los discursos de Prieto, de Largo, aun de Besteiro, o los escritos de Pablo Iglesias, vean lo que decían sobre el régimen económico capitalista, sobre el nacionalismo vasco o catalán, sobre el problema militar, sobre la Iglesia española, sobre el orden internacional, fíjense incluso en los programas electorales que planteaban, y compárenlos con las piezas oratorias o con los escritos de Felipe González, sea en el lenguaje -cosa bien significativa-, sea en el fondo de sus actitudes con respecto al sistema económico y social existente. Resulta obvio que algo habría que cambiar, puesto que la realidad actual es en parte diferente, pero se ha cambiado tanto en las posiciones que, naturalmente, no todos los socialistas han de pensar que tenían que modificarse en la misma forma”.
¡Que la tierra te sea leve compañero!