ISABEL PAVÓN
Cualquier persona que viva con dignidad, aunque piense en su muerte, nunca la imaginará de manera brutal. Idea enfermedades, accidentes graves, dormir y no despertar... Desea, ya que no hay más remedio que partir, que sea de un modo rápido y sin dolor, sin darse cuenta.
Lo que no puede imaginar un ser humano, en este caso una mujer joven madre de dos hijos pequeños, es morir a martillazos en la cabeza.
A no ser que ya haya sido amenazada con frecuencia, que el miedo le domine el cuerpo, nadie sueña con esa horrible expectativa. Mejor no pensar en vivir una agonía así.
Hemos de suponer que el suceso no fue un arrebato momentáneo. Lo más probable es que, hasta llegar ese último día, esta mujer, de tan solo 34 años, fuese recibiendo martillazo tras martillazo en el alma, poco a poco, a fuego lento, sin que dejasen huellas externas visibles.
Puede leer aquí el artículo completo de esta escritora y parte de la Junta de ADECE (Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos) de fe protestante titulado Muerte a martillazos