"Creo que en todo el teatro, el que ha llegado hasta nosotros, ha habido siempre un discurso político y social, tendente a estimular el interés, la participación, la solidaridad... o la indignación. En resumen, tomaba postura, colocándose a menudo como acusación contra ciertos modelos o actitudes de la sociedad, desde el teatro griego al teatro más cercano a nosotros."
Fo es el maestro del teatro bufo, aquel que trata los temas más importantes desde una mirada burlesca, representada aquí por el protagonista, un loco que adopta varios papeles (a través de los disfraces más grotescos), con el exclusivo propósito de mofarse de la autoridad, para que sus representantes aparezcan al desnudo, como tontos e incompententes. ¿Quien es más loco, el propio loco o el que es engañado por el loco? Sigue hablando el propio Fo:
"(...) Pero la clave de la historia se sitúa en una situación de diversión, porque para provocar el juego cómico, además de satírico, elegimos el personaje de un loco, un maníaco de los disfraces que, mediante la lógica de la paradoja más enloquecida, trata de destruir la lógica de los "mentalmente sanos". Y así ocurre que los auténticos locos resultan ser "normales". ¡Locos y criminales, además! Este juego de lo grotesco, de la paradoja, de la locura se sostendría perfectamente incluso sin el discurso político."A pesar de su inmensa fama, Muerte accidental de un anarquista no es un obra redonda, porque va demasiado obviamente a su objetivo de ridiculizar a la autoridad, a través de un humor de trazo grueso al que le falta algo de ironía, de caminos más sinuosos para llegar a la razón y el corazón del espectador. El protagonista es demasiado omnipotente y los representantes de la autoridad demasiado estúpidos. La lección final sí que aparece de manera cristalina: que nada es más absurdo que lo que pretende ser solemne, que de lo sublime a lo ridículo solo hay un paso.