Muerte en la Sangha

Por Ane
 
Helena Urgel ha muerto (dicen desde el Dojo Zen de Navarra)
Ni thuigfidh td an bs go dtiocfaidh sf ag do dhors flin: "Jamás comprenderás la muerte hasta que llame a tu puerta".
Porque cuando hay vida, todo es vida. Cuando hay muerte, todo es muerte. (asegura Dôgen)
Una muerte bella
He presenciado muchas muertes. Muchas. Una vez...
El sacerdote que la asistía conocía su alma y su espíritu.
Al darse cuenta de que moriría esa noche, la mujer se asustó. Él le cogió la mano y rezó desesperadamente en su corazón para recibir las palabras que le permitieran construir un puente para el viaje. Como conocedor profundo de su vida, empezó a exponer sus recuerdos. Habló de su bondad y belleza. Era una mujer que nunca había hecho mal a nadie. Ayudaba a todos. El sacerdote recordó los momentos más importantes de su vida. Le dijo que no debía tener miedo. Se iba a casa, donde la esperaban para recibirla. Dios, que la había llamado, la abrazaría, la recibiría con ternura y amor. Podía estar plenamente segura de ello. Poco a poco la inundó una gran serenidad y placidez. Su pánico se transfiguró en un sosiego como pocas veces he visto en este mundo. La angustia y el miedo desaparecieron por completo. Estaba en consonancia con su ritmo, totalmente serena. Al sacerdote le dijo que debía realizar el acto más difícil de su vida: despedirse de su familia. Era un momento de gran desolación.
Él salió del cuarto y reunió a los familiares. Les dijo que cada uno podía entrar y quedarse unos cinco o diez minutos. Debían hablar con ella, decirle cuánto la amaban y valoraban. Nadie debía llorar ni angustiarla. Ya llegaría el momento de llorar, por ahora debían concentrarse en facilitar su tránsito. Entraron, le hablaron, la consolaron y la bendijeron. Y todos salieron del cuarto con el ánimo destrozado, pero después de haberle dado reconocimiento y amor, los mejores regalos para su viaje.
Ella misma se hallaba maravillosamente bien.
El sacerdote la ungió con los óleos sagrados y todos rezamos. Sonriente, serena, inició con toda felicidad ese viaje que debía hacer sola. Fue un gran privilegio para mí estar presente. Por primera vez se transfiguró mi propio miedo a morir. Descubrí que si uno vive en este mundo con bondad, si no aumenta las cargas ajenas, sino que trata de servir con amor, cuando llegue el momento del viaje recibirá una paz, una serenidad y una liberación que le permitirán partir hacia el otro mundo con elegancia, gracia y resignación (eso que significa situarse voluntaria y dignamente bajo un signo distinto. No esa otra cosa que es como una derrota lamigosa sin pelea).
Es un gran privilegio acompañar a quien viaja al mundo eterno. Cuando estás presente en el sacramento de la muerte, debes ser muy consciente de la situación. Dicho de otra manera, no debes concentrarte en tu propia pena. Antes bien debes esforzarte por estar presente con y para la persona que está a punto de partir. Se debe hacer todo lo posible para facilitarle la transición, a fin de que esté cómoda y serena.
Amo la tradición irlandesa del velatorio. El ritual le da al alma el tiempo que necesita para despedirse. El alma no abandona el cuerpo bruscamente; la despedida es lenta. Observarás cómo cambia el cuerpo en los primeros estadios de la muerte. Durante un tiempo la persona no abandona realmente la vida. Es importante no dejarla sola. Las casas de velatorios son lugares fríos y asépticos. Si es posible, conviene que el muerto quede en un lugar conocido para que realice su transición de manera cómoda, serena y confiada. Las primeras semanas después de la muerte, hay que atender y proteger el alma y la memoria de la persona. Hay que rezar mucho para ayudarle en el viaje a casa. La muerte es un tránsito a lo desconocido para el que hace falta mucha protección.
La vida moderna margina la muerte. Los funerales y entierros suelen ser espectaculares, pero eso es externo y superficial. La sociedad de consumo ha perdido el sentido de la ceremonia y la sabiduría necesarias para el rito de la transición. Durante el viaje de la muerte, la persona necesita cuidados profundos.
Cuando la muerte llega...
... y pasa por tu casa, nada vuelve a ser igual que antes.
Hay un lugar vacío en la mesa, una ausencia en la casa.
La muerte de un ser querido es una experiencia increíblemente extraña y desoladora.
Algo se rompe en tu interior y las piezas jamás volverán a unirse.
Se ha ido un ser amado, cuya cara, manos y cuerpo conocías tan bien.
Por primera vez, ese cuerpo queda totalmente vacío.
La muerte de un ser amado trae una amarga soledad.
Cuando amas de verdad a alguien, quisieras morir en su lugar. Pero cuando llega el momento, nadie puede ocupar el lugar de otro. La muerte se afronta en soledad.
Lo extraño de la muerte es que alguien desaparece. Alguien alcanza la última frontera.
El fallecido desaparece del mundo visible de la forma y la presencia.
Al nacer, vienes de ninguna parte; al morir, te vas a ninguna parte.
Si riñes con la persona amada y ella se va, y si estás desesperado por volver a encontrarla, recorrerás cualquier distancia con tal de hacerlo.
El momento de dolor más terrible es cuando comprendes que jamás volverás a ver al muerto.
La ausencia de su vida, la ausencia de su voz, rostro y presencia se vuelve algo que, como dice Sylvia Plath, empieza a crecer a tu lado como un árbol.
Incienso en los dojos para que su tránsito esté siendo sin dolor y sin miedo.