Cuando uno ha leído “Confesiones de una máscara” y “El marinero que perdió la gracia del mar” y se entera de qué manera se suicidó Yukio Mishima, uno puede asumir que todo lo que escribió Mishima era igual de morboso y tremendista. Entonces uno se encuentra con la colección de cuentos “Muerte en mitad del verano y otros relatos” y descubre a un escritor versátil, capaz de manejar muchos registros y que hasta tiene un sentido del humor fino.
El cuento que inicia la colección, “Muerte en mitad del verano” es un drama intimista sobre un matrimonio que pierde a dos de sus tres hijos ahogados en la playa. Al final del cuento, el matrimonio de Masaru y Tomoko regresa con el hijo que sobrevivió y otro que han tenido después a la playa de la tragedia. Mishima escribe:
“Masaru había visto esa cara antes [se refiere a la expresión del rostro de Tomoko]. Desde la tragedia, la cara de Tomoko había exhibido a menudo esa expresión, como si se hubiese olvidado de sí misma y como si estuviese esperando algo.
- ¿Qué estás esperando?- quiso preguntarle suavemente.
Pero las palabras no salieron. Pensó que lo sabía sin preguntar.
Agarró con más fuerza la mano de Katsuo [el hijo que sobrevivió].”ç
Me sorprende la economía de medios. Sin alharacas y con gran sencillez, cuenta muchísimo y transmite una emoción que un escritor menor habría intentado transmitir a base de verborrea sentimentaloide.
En “Tres millones de yenes” una joven pareja con problemas de dinero deambula por unos grandes almacenes, haciendo tiempo para una cita muy importante que tienen. Todo el rato algo ominoso flota en el escenario. Sólo al final, cuando el lector descubra qué cita es, comprenderá que efectivamente algo ominoso se preparaba, algo que Mishima ha sabido sugerir con gran sutileza.
En la medida en la que Mishima tenía sentimientos religiosos, éstos se concretaban en un Japón idealizado y en el culto al cuerpo que le atacó en los últimos años y con el que se puso bien pesadito. Por eso sorprende en esta colección un cuento “El sacerdote del Templo Shiga y su amor”. Es un cuento en el que demuestra una comprensión notable del budismo. Cuenta la historia de un anciano monje venerable al que todos tienen por santo, que de pronto pierde la cabeza por una Gran Concubina Imperial a la que apenas ha entrevisto. Descubre que su celibato se había basado en rechazar la abstracción de la carne, pero cuando la carne real se ha mostrado ante sus ojos, ha sucumbido a la tentación. A partir de entonces su obsesión es ver cara a cara a la Gran Concubina. Y mientras lucha por alcanzar ese deseo, acaba por descubrir cuál es el significado de la Tierra Pura de Amitabha.
“Los siete puentes” es un relato cómico sobre un grupo de mujeres que deben atravesar en silencio siete puentes de Tokyo para que se les cumpla un deseo. Inician la procesión y el universo entero conspira en su contra para forzarlas a hablar. “Dojoji” es una pieza teatral breve, medio burlesca y medio absurda, que recuerda la atracción que Mishima sentía por la escena.
También está relacionado con el teatro el cuento “Onnagata”. Narra la historia de un estudiante de literatura, Masuyama, que comienza a trabajar en un grupo de teatro kabuki y queda fascinado por Mangiku, un actor que sólo representa papeles femeninos. “… A diferencia de los demás onnagata [actores kabuki que representan papeles femeninos], era incapaz de representar con éxito papeles masculinos. Su presencia en escena era colorida, pero con tonalidades oscuras; cada uno de sus gestos era la esencia de la delicadeza. Manguki nunca expresó nada (…) sino mediante el único medio que le estaba abierto, la expresión femenina, pero a través de este medio podía filtrar cada variedad de la emoción humana.” Es un cuento delicado, donde Mishima juega con todos los matices de la emoción erótica y de la lucha de voluntades, que a veces no es sino otro aspecto de la emoción erótica. Irónicamente, unos quince años después de haber escrito el cuento, Mishima se enamoraría de un onnagata, Miwa Akihiro.
“La Perla” es otro relato humorístico. Un grupo de señoras de la alta burguesía, a las que Mishima clasifica como pertenecientes a la Sociedad Mantegamos-Nuestra-Edad-Secreta, se reúne para celebrar el cumpleaños de una de ellas. Durante la celebración, una de las invitadas pierde la perla de su anillo y a raíz del suceso, descubren que sus relaciones no eran lo que parecían ser.
“Pañales” es otro cuento extraño, donde lo ominoso acecha. Una mujer sensible, Toshiko, recibe un shock al ver cómo su marido bromea con unos amigos sobre un incidente que a ella le pareció horrible. Su empleada estaba ocultando su embarazo y de pronto dio a luz en el salón de su casa. Los primeros pañales del bebé fueron unos periódicos atrasados. Toshiko se pregunta cuál será el destino de ese niño que ha llegado al mundo en unas circunstancias tan desafortunadas y fantasea horrorizada con la posibilidad de que un día dentro de 20 años su camino se cruce con el de su propio hijo recién nacido.
Para los que echen de menos al Mishima sadomasoquista de “Confesiones de una máscara” la colección incluye el cuento “Patriotismo”. El cuento narra la última noche de un oficial y de su mujer. Involucrado en el Incidente Ni Ni Roku, el oficial decide que el honor le obliga a hacerse el sepukku. Su mujer decide suicidarse también por amor y lealtad hacia él. El cuento tiene su parte intimista en la descripción de la última vez que hacen el amor y escriben sus cartas de despedida. La parte fuerte del cuento, la que de verdad le interesaba a Mishima y que llegó a interpretar dos veces, una en una película y otra en la vida real, es la del sepukku. Son cuatro páginas y media de una descripción tan pormenorizada que salpica sangre y uno siente que Mishima, mientras la escribía, se estaba regodeando, que para él esa descripción tenía algo de erótico, el orgasmo que supera a todos los orgasmos y que encima es el último.