Muerte en Venecia

Por Lamadretigre

Transpórtense conmigo a febrero de dos mil ocho. La familia tigre está recién llegada a tierras germanas. Si nos asomamos a su ventana veremos a una madre tigre de dos retoñas ultimando los detalles del que será el primero de muchos disfraces para la fiesta de carnaval. Lleva varias semanas afanada en la ardua labor de convertir a La Primera en el pirata más primoroso de los mares del norte. Teniendo en cuenta la poca maña que se gasta para las manualidades en general y el corte y confección en particular esto tiene doble mérito.

Con la última pincelada de la barba negra da por concluida la sesión de maquillaje y armada con una espada de madera en la diestra y un bebé de un año en la siniestra se lanza a la calle henchida de orgullo. En aquellos tiempo llevar a La Primera a la guardería era tarea del padre tigre pero esta madre tigre casi primeriza no quiere perderse la primera fiesta de su primera niña con su primer disfraz.

Retando al frío polar que suele hacer por estos lares en dichas fechas la familia tigre al completo consigue personarse en la guardería con tiempo de sobra. El padre tigre que tiene un corazón de piedra decide que no es necesario que toda la clá esté presente para el debut de La Primera y continua su camino a la oficina mientras la madre tigre hace su entrada triunfal de la mano de su pirata de agua dulce.

La profesora les recibe con un muy neutral “Andá si eres un pirata” que descifran a duras penas puesto que su manejo de la lengua germana es todavía rudimentario. Con las mismas, se abren paso hasta la zona de juegos donde hay una media docena de niños. Algunos sin disfrazar. Esto indigna a la madre tigre en extremo pues no acierta a comprender qué tipo de madre desnaturalizada no tiene tiempo para agenciarse un disfraz infantil para su retoño. Peor para ellas. Ella está decidida a que su hija crezca sin traumas.

Como la madre coraje que es se pasa veinte minutos haciéndole foto tras foto a su pirata del alma. Es imperativo que este hito en su desarrollo emocional y cognitivo quede inmortalizado para siempre desde todos los ángulos posibles. Entre tanto un niño repelente se acerca a decirle algo así como que qué hace de carnaval. Ella inasequible al desaliento le contesta en español que si su madre no tiene tiempo para él es su problema y sigue fotografiando a su primogénita como si no hubiera un mañana. Finalmente, tras un discreto ejem de la profesora, consigue recomponerse y abandonar el lugar no sin antes robar un par de instantáneas a través de la ventana.

De camino a casa llama indignada al padre tigre para confirmar que las madres alemanas son unas siesas que ni siquiera disfrazan a sus retoños para la fiesta del colegio. Esto constituye un claro atentado contra la dignidad y autoestima del niño. A medida que avanza con paso firme su subconsciente empieza a proyectar sobre su conciencia unas imágenes perturbadoras. Ahora que lo piensa no es que algunos estuvieran sin disfrazar. Es que ninguno estaba disfrazado. Y la cara de la profesora al verlas venir desde luego había sido un poco rara. Por no hablar de que allí ambiente festivo lo que se dice festivo había más bien poco…

El espanto se apodera de ella a medida que la amarga realidad va tomando forma. Ya en casa abalanza sobre la nevera para comprobar con horror lo que ya se temía: La fiesta de carnaval había sido hacía exactamente una semana. De ahí a una espiral de desesperación y risa floja seguida de un millón de llamadas al padre tigre para que pasara él el bochorno de recoger a la niña con el sombrero ladeado, la barba desteñida y los harapos manchados de salsa de tomate. Angelito.

Este episodio los hemos borrado con alevosía del album familiar pero ayer, al leer a Hija no hay más que una, recordé el escarnio al que sometí a mi hija a la tierna edad dos años.

Para matarme. Lentamente.


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