Muerte y resurrección de santa Teresa

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Daniel de Pablo Maroto, ocd
  “La Santa” (Ávila)

El día 4 de octubre de 1582 murió la madre Teresa en Alba de Tormes (Salamanca) que, por reforma del calendario, pasó a ser el día 15 cuando celebramos su fiesta. He recordado la fecha en la iglesia de “La Santa”, en Ávila, construida sobre el solar de la casa de sus padres y lugar de su nacimiento. Ante su imagen extasiada y adornada para su fiesta he repensado el momento de su muerte no como el final del camino, sino el comienzo de una nueva etapa de su vida, el momento de la expansión de su mensaje que ha ido in crescendo desde entonces. Ofrezco mis reflexiones después de esos momentos contemplativos.

Comienzo recordando los caminos andados por la madre Teresa después de la turbulenta e inacabable fundación de Burgos desde enero a abril de 1582, aunque continuó allí algún tiempo más. Teresa hubiera preferido descansar, retirarse a su querido convento de San José en Ávila para repensar despacio lo ya hecho en sus fundaciones, lo escrito en libros y en las hojas volanderas de sus cartas, y seguir maquinando en su imaginaria y talento, sus deseos y lo que le quedaba por hacer. Conociendo su trayectoria mental de lo deseado y pensado, creo que una de sus principales preocupaciones sería la soñada fundación de Madrid al menos desde el año1575; la licencia del cardenal Quiroga, de quien dependía eclesiásticamente Madrid hasta finales del siglo XIX, le llegó todavía en vida, pero cuando ya no le quedaban fuerzas ni tiempo para realizarla.

   Pero, como estos y otros sueños se frustraron, asistamos a lo que realmente sucedió reviviendo mental y afectivamente el cuadro de su muerte: celda austera de un convento de la Reforma Teresiana, Alba de Tormes; la madre Teresa agoniza con paz, repite salmos dando gracias a Dios y esperando de Cristo la salvación; dice que muere hija de la Iglesia que la ha hecho gozar y sufrir, a la que ha servido todo lo que ha podido y le han dejado, no todo lo deseado y preferido, por ser ella “mujer”. Pide perdón por sus pecados, da consejos y expresa deseos de “caminar” porque ya ha llegado la hora de conocer mansiones más deleitosas que las de la tierra; no le preocupa el lugar de su enterramiento optando por el lugar donde está, al menos eso es lo que nos han transmitido algunos testigos albenses, ¿interesados?

Seguimos junto al lecho de muerte. La moribunda está rodeada de las monjas de la comunidad, la más cercana y apenada, es sin duda, su fiel y amorosa enfermera, Ana de San Bartolomé, con el alma afligida por la inminente despedida; también estaba presente el sacerdote que le administró los últimos sacramentos. Puesto a imaginar, pienso que si, por un milagro, ella hubiese podido hablar después de muerta, podría haber dicho: es una pena haberme muerto ahora, tan pronto y sin esperarla cuando me quedaban todavía tantas cosas por pensar y por hacer; ahora que vivo la plenitud del ser cristiana unida a mi esposo Cristo; ahora que había aprendido a resolver tantos problemas y necesidades en el mundo y en la Iglesia. Por ejemplo, le quedaba por cumplir el sueño de ir a tierra de herejes e infieles para atraerles a la Iglesia católica, y no llorar más de pena por no poderlo realizar “por ser mujer”.

Mi ocurrencia mental contradice lo que la moribunda Teresa contestó al P. Antonio que le decía que no se muriese tan pronto porque todavía le quedaban muchas cosas por hacer: “Ya yo, padre, no soy menester”, le respondió. ¡Qué le podía decir cuando casi le faltaban las fuerzas hasta para hablar! Me quedo con mi versión que corresponde más y mejor al modo de ser y de obrar de la madre Teresa, como lo demuestra la historia de sus fundaciones: es andariega por constitución vital y sugiero a los lectores que no pensaba en morirse. Además, la acción, los quehaceres, eran la mejor medicina para sus achaques corporales, como confesó en más de una ocasión y lo prueba la actividad agotadora de su vida aun en medio de tantas y gravísimas enfermedades.

Cambiando de tercio, dos lugares soñaban con la posesión de su cuerpo: el convento de San José de Ávila, con todos los derechos, porque de allí era priora, aunque estuvo varios meses ausente, y adonde se dirigía al salir de Burgos; sin embargo, acabó sus días en Alba de Tormes por mandato del provincial, Jerónimo Gracián, ausente, o de su delegado, el P. Antonio de Heredia al llegar la madre Teresa a Medina del Campo. Y fue el convento de Alba, lugar de su muerte, el que al final consiguió quedarse con el preciado tesoro. Temporalmente volvió a Ávila en 1585, pero al año siguiente retornó a Alba y allí sigue a la espera del juicio final.

   He recordado el momento de la muerte de Teresa en su aniversario, que era mi principal intención; pero la historia posterior al suceso es muy rica como narran los testigos del suceso. Fueron momentos apoteósicos que no caben en una sencilla crónica. Acaecieron milagros en torno a su sepulcro y con posterioridad que sirvieron para iniciar los Procesos para su beatificación y canonización en 1591. Fue beatificada en 1614 y canonizada en 1622, como es sabido. Recuerdo solo un hecho prodigioso, además de muchas curaciones del cuerpo y del alma: la conservación de su cuerpo incorrupto durante decenios con la frescura del primer día sin haber sido embalsamado, sino más bien maltratado en el lugar del enterramiento en la iglesia de las carmelitas descalzas de Alba.

Concluyo diciendo que no todo acabó con la muerte, sino todo lo contrario. La figura de Teresa sigue viva en la Iglesia, en la familia del Carmelo, en la ciudad de Ávila y de Alba, en la de tantos peregrinos que frecuentan los “lugares” teresianos. Ella, con su vida y con su muerte, es un testigo cualificado de que Dios existe y eligió a Teresa como testigo de esta verdad. Convencida de esa verdad y con su ayuda, ha realizado una obra de gigantes al servicio de la Iglesia cristiana y de la humanidad. Y lo sigue haciendo porque Teresa vive en sus escritos, sobre todo en los escritos de su mano milagrosamente conservados; y vive en todos los seguidores de su camino de creatividad cristiana y de humanismo. Por todo ello, Teresa de Jesús es una mujer universal.

(Como el tema es tan amplio e interesante y cabe tan poco en una breve crónica, remito a mi biografía de la Santa: Mi Teresa. Mujer. Fundadora. Escritora y Santa, Burgos – FONTE – Editorial de Espiritualidad, 2019, capítulo 1, pp. 15-41: y capítulo 15, pp. 315-340).