Muerto el perro, se acabó el ébola

Por Cooliflower

Si es que somos de lo que no hay. Hay gente que busca una misión en la vida, se juega el tipo para ayudar a otras personas y serán recordados como un estorbo. Y todo porque es mucho más mediático mandar aviones y movilizar un hospital, que tratar en origen una de las enfermedades contagiosas más peligrosas que existen. Destino ingrato: dos héroes anónimos se transforman en problema nacional.

Y váyase usted a saber la cantidad de tratamientos excluidos por las SS (Seguridad Social) que se podían haber pagado con la operación “Lavemos la imagen con un par de misioneros”. Desde ya, habrá que incluir el ébola en la lista de importaciones idiotas, junto a la canción del serrucho, serrucho… (amantes de The Walking Dead, ¡ya queda menos para un apocalipsis zombi!).

¿Y cómo lo vamos a solucionar? Matando un perro. Sí, ahora tenemos una nueva infectada, con la inestimable ayuda del protocolo de seguridad inexistente, y la culpa la tiene el inocente Excalibur… Oiga, ¿se podría aislar al perro (vivo), y estudiarlo para encontrar posibles anticuerpos, y un tratamiento para los humanos? ¿Sería posible verificar si el pobre animal está contagiado, o solo espera pasear por el parque? Nada, vosotros a vuestra ébola bola; continúa el proceso de añadir una tilde al apellido de la ministra de sanidad.

Seguimos sin enterarnos de lo débiles que somos comparados con el resto de los animales, de los que nos separa el sentido del humor y la inteligencia, aunque últimamente estemos sufriendo una pandemia de ambas cualidades. Ya lo dijimos en un antiguo post:

Con nuestra blanda piel, afecciones y desprovistos de tecnología, somos el eslabón más débil de la cadena; cualquier ratoncillo podría ser más resistente a un desastre medioambiental”.

¡Qué vida más perra, la del débil ser humano!