En días pasados aludía a los usos políticos e ideológicos que se puede hacer de la historia y que, de hecho, se hacen en nuestro país. También hace unos días me refería a los vanos intentos nacionalizadores —infames, muestras del patrioterismo más barato— a los que asistimos por parte de los gobernantes valencianos. Hoy contemplo una noticia que no puede dejar indiferente a nadie: el Centro de Historia Contemporánea de Cataluña, dependiente de la Generalitat, organizará unas jornadas bajo la forma de un simposio tituladas España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014). Repito: no es algo que no vaya a provocar reacciones porque es un congreso donde asistirán historiadores de reconocido prestigio. Es un acto que busca conmemorar el 300º aniversario de 1714 y del fin de la Guerra de Sucesión, todo enmarcado en la pugna soberanista del gobierno de Artur Mas.
¿Qué valoración puede merecernos un acto así? En principio, las jornadas tienen una “mirada histórica”: una mirada que se atreve a llegar hasta 2014, ¡es tal su providencia! Ojalá tengan una mirada histórica y no una mirada ahistórica, forzada o ideológica; pero tengo mis serias dudas. Josep Fontana, reconocido historiador y uno de los participantes, afirma que no tiene un carácter político; Jaume Sobrequés niega un carácter partidista y defiende que los historiadores no son asépticos y pueden partir del compromiso. Sí, es totalmente cierto: los historiadores no son, ni han sido nunca asépticos, y pueden tener un compromiso social, político y militante; sin embargo, partir de ese compromiso para justificar una acción política es, a mi juicio, una violentación histórica de gran calibre. Utilizar la historia como recurso para fortalecer el sentimiento nacional, o para abanderar una causa nacionalista, es instrumentalizarla para un fin poco noble —desde mi punto de vista y con mi indiferencia hacia el nacionalismo—. No ha habido consenso historiográfico, como es lógico, y especialistas como John H. Elliot, hispanista inglés, han criticado duramente la organización de estas jornadas calificándolas de “disparate”.
Realmente, creo que cada una de estas jornadas puede tener gran provecho y pueden servir para acercar un poco más la historia a la sociedad pero, incluirlas dentro de un proyecto casi gubernamental de legitimación, invirtiendo un millón de euros de dinero público, es ciertamente inadecuado. Titular un congreso de esta forma es ya una construcción ideológica al tomar un punto de partida y la configuración de dos entidades políticas, Cataluña y España —que no existen desde 1714 hasta 2014 de una forma monolítica, definida y clara, ni mucho menos—, como motivo para el acto.
Estas jornadas, sin saber muy bien qué fruto tendrán y qué repercusión protagonizarán sobre la sociedad catalana y española, acercarán la disciplina histórica al conjunto de la sociedad. Esto no puede ser sino claramente positivo: la historia debe estar en la sociedad, no únicamente en las aulas; las publicaciones deben llegar al gran público, y los historiadores deben encontrar su sitio. Que su sitio sea el servicio al poder y el de la legitimación nacionalista es algo bastante discutible. En los siguientes meses veremos cómo se desarrolla este asunto de gran interés y cuáles son las reacciones de otros historiadores, y si en nuevos espacios como el blog Historia (S) de El País hay un comentario acerca del particular. Todo ello no deberá confundirnos pues los recursos nacionalizadores no sólo se dan desde estos nacionalismos que se han considerado tradicionalmente como “periféricos”: la nacionalización en sentido español es también evidente y tiene, por supuesto, demostraciones de fuerza como las del catalán.