Las aguas del riachuelo estaban menos contaminadas que las de la rambla, pero un olor pestilente, mezcla de basura, limo y químicos, inundaba el barrio. Mientras no lo hubieras vivido no podías imaginar ese olor nauseabundo, el calor repentino, el agua del río que se hinchaba como un pulpo y la espuma ocre, teñida por las algas.
En un solo momento el paisaje se transformaba: la alarma rugía ensordecedora, se veían manos emerger de los edificios y cerrar rápido las ventanas, los pescadores levantaban campamento.
Fernanda Trías (Uruguay, 1976) es escritora, traductora y profesora de creación literaria. Es autora de las novelas "Cuaderno para un solo ojo", "La azotea" y "La ciudad invencible", y del libro de cuentos "No soñarás flores". Sus libros se han publicado en Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, España, Francia, México y Uruguay, y próximamente también en Brasil, Dinamarca, Estados Unidos, Grecia, Inglaterra e Italia.
Ha integrado numerosas antologías de nueva narrativa latinoamericana y sus relatos se han traducido al alemán, el inglés, el italiano, el hebreo, el francés y el portugués. Obtuvo la beca Unesco-Aschberg (Francia 2004), el Premio Fundación BankBoston a la Cultura Nacional (Uruguay 2016) y el premio SEGIB-EñeCasa de Velázquez por su proyecto de novela "Mugre rosa" (España 2021). Actualmente vive en Bogotá.
La trama sin spoilerAlgo ha pasado (¿en el mundo? ¿solo en Montevideo?), nadie sabe bien el qué. Un desastre natural que ha acabado con los peces, con los pájaros, que inunda de una niebla espesa y omnipresente toda la ciudad en los días buenos, en los días que se puede salir de casa sin peligro, sin miedo a terminar despellejado vivo por ese viento rojo tóxico súbito que la reemplaza y que transporta nubes rojas y enfermedad.
Alguna vez viste cómo queda uno de esos contaminados? —dijo.—¿Usted sí?—Despellejado. El otro día tuve que llevar a uno.—Me dejó el asiento lleno de piel, como si fuera caspa, ¿viste?, toda así, seca, blanca, un poquito transparente. Se despellejan, van quedando en carne viva.—Rumores hay muchos.—Sí, pero creeme lo que te digo. Yo lo vi. El viento los deja sin piel.
Una niebla cuya humedad te cala hasta los huesos, en sí inofensiva, pero que cuando se levanta, presagia algo mucho peor aún. Y unas algas misteriosas que cubren la superficie del mar rosado.
Los días de niebla el puerto se convertía en un pantano. Una sombra cruzaba la plaza, vadeando entre los árboles, y al tocar cualquier cosa iba dejando las marcas alargadas de sus dedos. Bajo la superficie intacta, un moho silencioso hendía la madera; la herrumbre perforaba los metales. Todo se pudría, también nosotros.
La carne de verdad ya no existe, ni ningún alimento de los de antes. La única comida disponible es la “mugre rosa”, una especie de sucedáneo de carne enlatada hiperproteica.
A veces me llevaba a recorrer la fábrica y hasta hoy recuerdo el olor rancio a gelatina de carne y a tierra enmohecida. Le llamaban mugre rosa y olía a sangre coagulada. Se llamaba Carnemás y estaba pensado para rendir, para ser untado en panes o como relleno de cualquier cosa. Carnemás era el producto estrella de la nueva procesadora, y los de adentro lo evitaban siempre que fuera posible. El alimento soñado: veinte gramos de proteína por porción, en un minúsculo vasito de plástico.
En medio del caos, dos personas intentan salir adelante cómo pueden: una madre postiza narradora de la historia, que por razones de trabajo y bajo contrato cuida de Mauro, un niño especial enfermo, con “el síndrome”. Un síndrome que le produce un hambre desmesurada, porque no es capaz de sentir saciedad y que le lleva a comerse todo lo que encuentra, sea comestible o no lo sea, por lo que requiere estrecha vigilancia y protección contra sí mismo. La madre biológica de Mauro, viene a recogerlo cada mes para llevárselo con ella “adentro” y lo devuelve unos días más tarde.
Con el tiempo empecé a pensar en su síndrome como un impostor que le había tomado el cuerpo. Ni siquiera era un gen que dominaba su hambre, sino la ausencia de uno, un pedacito de información faltante en el cromosoma quince, la niña bonita. A primera vista había sido un bebé como los otros, solo que sin fuerza para succionar, los músculos laxos, la cabeza floja. Un futuro monstruo, incapaz de saciarse. ¿Cómo será sentir hambre constante? Un hambre que avasalla e impide cualquier otro pensamiento. La necesidad vital de apagar la voz, de llenar un vacío incomprensible.
Los “de adentro” son los que mejor viven, porque allí parece que no llegó la enfermedad. Ellos miran el fenómeno por la tele, ven subir las cifras de enfermos y muertos temiendo que toda esa gente, los apestados, se muden algún día a sus ciudades limpias y seguras.
Poco a poco a través de sus recuerdos, la narradora nos va contando cómo era su vida de antes y cómo se ha ido alejando de sus seres más queridos, e intenta averiguar porqué todo su mundo parece desmoronarse.
Los puntos fuertes de la novela
Soledad radical, personajes solitariosLa soledad, así como la niebla y la mugre rosa, lo impregna todo en esta novela, una soledad emocional densa, espesa, que también cala hasta los huesos. Porque, aunque pueda no dar esa sensación, al final todos están solos: -- Ese niño, Mauro, semirepudiado por sus propios padres debido a su enfermedad.
La enfermedad nunca les perteneció a quienes jamás conocieron el agujero del hambre en su propio estómago, el llamado irrefrenable a masticar paredes, a tragar basura.
-- Nuestra protagonista y narradora que ha roto con todos sus lazos afectivos .
-- Su madre, con la que tiene una relación de amor-odio que ya venía de antes, una madre con la que no se entiende y que desaprueba todo lo que hace.
Era como si habláramos idiomas distintos y ninguna de las dos estuviera dispuesta a aprender la lengua de la otra. Hubiera preferido volver a la manera cómoda en que antes nos odiábamos.
-- Y su ex, Max, ingresado en el saturado Hospital de Clínicas en el pabellón de los enfermos crónicos, al que visita de vez en cuando y con el que intenta desligarse emocionalmente de una vez por todas.
Los médicos querían vivos a los crónicos mucho más que a los agudos o a los de cuarentena. Los crónicos guardaban en ellos el secreto de las algas.
La maternidad elegida y la no elegida
La relación entre la protagonista y el niñito Mauro, es en un principio algo fría, porque ella solo quiere que sea estrictamente laboral. Pero como suele decirse, el roce hace el cariño y al final ambos terminan adoptándose mutuamente. El niño la elige a ella como madre y ella no puede evitar encariñarse, encontrando en él un amor más auténtico, más tierno y más sentido que con sus otros amores tóxicos, que no funcionan.La autora pretende expresar que se puede querer y cuidar a otros niños, que se pueden crear vínculos con ellos muy satisfactorios que te llenen por completo, aún no habiéndoles parido y que se pueden crear lazos salvadores muy íntimos, incluso con aquellos que no son tus propios familiares, ni sangre de tu sangre.
¿Anticipación? ¿Premonición?Me ha fascinado saber que Fernanda Trías llevaba cuatro años pensando en escribir sobre un mundo surrealista de una sociedad que se enfrenta a un aire que mata, de una sociedad recluida en sus casas, con hospitales saturados y que terminó de escribir la novela unos días antes de que el mundo, nuestro mundo se viniera abajo, de que el coronavirus cambiara nuestras vidas. Es alucinante empezar a leerla y encontrarte con esos términos que ahora forman parte de nuestro día a día (tapabocas, máscaras, enemigo invisible, teorías conspiratorias, filtros de aire, la espera del encierro, la ciudad completamente vacía ¿os suena algo?).
Era miércoles o jueves. Era viernes o sábado. Daba igual; los días, la hora, si era invierno o primavera. Lo que importaba era la espesura de la niebla o los hilos rojos de nubes; lo que importaba era el silencio o el estallido de la alarma que anunciaba el viento. Había aprendido a leer las nubes, a temerle a la claridad del día.
Y es que la propia autora reconoce que quedó impactada cuando releyó su obra durante el confinamiento, cuando, aún no siendo exactamente el mismo caos descrito, fue consciente de esas similitudes, esa conexión con lo que todos estábamos viviendo en ese momento. Según sus propias palabras: “mi pensamiento fue que quise escribir una novela distópica y terminé escribiendo una novela realista”. Sin duda ese dato le confiere si cabe más horror a la novela del que ya hubiera tenido en una época prepandémica.
Una maravillosa ambientaciónLa ambientación es otro de los aspectos muy bien conseguidos por parte de la autora, que sabe construir a la perfección un relato distópico ambientado en un Montevideo emborronado por la niebla, devastado. Creo que si se conoce la ciudad, si se ha visitado o vivido en ella, aún impactará más recorrer con la protagonista la Ciudad Vieja, la plaza Zabala, la Rambla Sur. Una ciudad que se ve y sentimos gris, con edificios grises, parques grises, todo gris y caos, mucho caos.
Dos símblos subyacentesComo también explica la propia Fernanda Trías, el aire mortífero tiene un poder simbólico muy fuerte, porque si algo tan primordial como respirar es ya de por sí una amenaza, parece que todo lo demás en ese mundo supondrá también un peligro. Y Mauro, cuya enfermedad no le permite sentir saciedad y devora todo lo que se le pone por delante, otro símbolo, de todos nosotros, de la sociedad actual que también pretende devorarlo todo, destruirlo todo.
Una prosa espectacularLo mejor de todo ha sido encontrarme con la prosa de Fernanda Trías. Ya había escuchado opiniones coincidiendo en que es genial, pero aún así, me ha sorprendido tanto. . . Toda una delicia su forma de narrar sobria, elegante, también es cierto que algo oscura, un poco tétrica y perturbadora, pero que consigue encandilarte de tal forma que no puedes soltar la novela, que te pega a sus páginas y no puedes dejar de leer.
La memoria es una vasija rota: mil pedazos y lascas de barro seco. ¿Qué partes tuyas quedan intactas? El barro te hace resbalar, perdés el equilibrio. Y era un equilibrio tan precario, te esforzaste tanto en mantenerlo, para luego irte de culo al piso.
Y también un estilo curioso que mezcla frases en pasado, para seguidamente hablar en presente. Algo así:
La niebla era ahora el cemento que me endurecía los pulmones. Caminé otro poco, cada paso un movimiento inútil. No hay nada y sé que nada habrá. Pero unas cuadras más adelante, al mirar hacia la fachada de una de esas casas coloniales con balconcito de hierro, veré la silueta de un hombre en la ventana, con la cara pegada al vidrio y una brasa encendida en los labios. Al descubrir mi mirada, el hombre se esconderá tras la cortina. Entonces saltará la alarma.
Esta vez, en vez de mi habitual “Resumiendo”, os quiero dejar unas palabras que resumen lo que encierra “Mugre rosa”a la perfección, lo que la poeta colombiana Piedad Bonnett ha dicho sobre esta novela:
"Mugre rosa" es una metáfora poderosísima de un mundo afectivo en crisis, donde todo está a punto de hundirse, aunque sostenido todavía por los hilos débiles de la memoria, la ternura, la solidaridad y el esfuerzo para llegar a un lugar donde la vida sea otra cosa. El lenguaje está cargado de aliento poético, y al mismo tiempo es concreto, sabiamente apoyado en los detalles. La lectura de esta novela singular resulta a la vez estimulante y perturbadora, y después de cerrarla sus imágenes seguirán persiguiéndonos por mucho tiempo, con su carga de belleza y melancolía. Realmente extraordinaria.
Pues eso. . . Una novela muy disfrutaba que os recomiendo efusivamente. Mi nota es la máxima: