Este distanciamiento entre cuerpo y mente permite que experimentemos esas disonancias y batallas con nosotras mismas. Al no percibirnos como un todo, es mucho más fácil odiar a nuestros cuerpos, echarles la culpa y maltratarlos. También nos resulta mucho más sencillo creer que nuestra mente racional es más lista que nuestro cuerpo; creemos que podemos estar delgadas, como esas mujeres que salen en las revistas y en la televisión, y a la vez estar saludables. El problema es que nuestros cuerpos saben lo que necesitan, y muchas veces nuestras mentes, aunque piensan que son capaces de controlarlo todo, no tienen ni idea. Con el tiempo, y después de innumerables luchas, es posible que comencemos a ser conscientes de esas necesidades y que intentemos cubrirlas, para así ser capaces de empezar a liberarnos y buscar una ruta más saludable, cuerpo y mente caminando de la mano.
Ser conscientes del lazo tan profundo que nos ata a nuestros cuerpos nos permite abrir la puerta a un nuevo mundo de preciosas oportunidades. No tenemos por qué ver a nuestro cuerpo como algo con entidad propia, al que debemos controlar, sino que puede llegar a convertirse en nuestro mejor compañero de viaje. Un hogar y no un lugar en el que nos sintamos como extrañas. Un lugar de paz, armonía y acuerdos, y no uno de luchas, enfrentamientos y conflictos. Un lugar en el que podamos comunicarnos desde el respeto y la escucha, en lugar del control y la restricción.
La naturaleza nos enseña que somos una unidad y no podemos separar el cuerpo de nuestro yo. Te guste o no, eres tu cuerpo. Y no queda otra que aceptar que como seres físicos que somos, tenemos una relación compleja y estrecha con nuestros cuerpos. Así que procuremos estar en armonía con ellos, mejorar nuestra relación con ellos, disfrutar tratándolos como se merecen para que ellos, a su vez, también nos traten bien.
Disfrutemos siendo nosotras mismas, con orgullo y sin remordimientos.