Mujeres de la Noche (Yoru no onnatachi, Japón, 1948), cinta número 73 de Kenji Mizoguchi, es considerada una de sus cintas más oscuras. Aunque, como ya he comentado en otra de las entradas de esta serie, esta afirmación habría que tomarla con un poco de escepticismo, pues apenas poco más de la tercera parte de la filmografía de Mizoguchi ha sobrevivido a la desaparición y no llega ni a la veintena de cintas -de un total de 86 filmes- que están disponibles en DVD para ser revisadas por el cinéfilo interesado. En todo caso, por lo menos en cuanto a mi experiencia se refiere, Mujeres de la Noche sí es la cinta más descarnada en su larga serie de filmes de mujeres "sufridas/explotadas/caídas". El entorno deprimente en el que fue filmada (la Osaka en crisis de la posguerra y la Ocupación), el tono semidocumental que le imprimió el cinefotógrafo Kôhei Sugiyama al filme (hay escenas realizadas en la auténtica ciudad en ruinas, tomas claramente influidas por el neorrealismo italiano que ya había conocido Mizoguchi), el melodramatismo exacerbado de la historia en el que tres mujeres son arrastradas hacia la prostitución, y hasta cierto colapso nervioso del propio Mizoguchi en pleno rodaje -se dice que dirigiendo la escena del hospital, el cineasta empezó a llorar y a maldecir la perversidad masculina, incluyendo la suya propia- produjeron un halo de tragedia que rodeó al filme. Para fortuna de Mizoguchi -que solía tomar muy en serio a la crítica y que en ese momento necesitaba ganar dinero-, Mujeres de la Noche fue un éxito entre los críticos japoneses -la canónica revista Kinema Jumpo la listó en el lugar tres de lo mejor del año- y entre el público, pues a pesar del tema tan deprimente y la forma tan directa de tratarlo, la cinta fue un trancazo taquillero.Siguiendo el mismo planteamiento dramático de otras de sus películas, aquí también tenemos a dos mujeres -dos hermanas- que tienen una visión de la vida muy diferente. Fusako (Kinuyo Tanaka, actriz fetiche del cineasta en esa época) es una viuda de guerra que no puede pagar ni las medicinas de su hijo tuberculoso. Cuando una mujer le propone que puede ganar dinero prostituyéndose, se horroriza de solo de pensar en ello. Su hijo, previsiblemente, muere. Mientras tanto, su hermana menor Natsuko (Sanae Takasugi), recién llegada de Corea, se dedica a ser "fichera" -es decir, a bailar y tomar por unos cuantos yenes- y no parece tener problema por estar dedicado a esa chamba que está a un paso de la prostitución. Las dos hermanas viven juntas hasta que el jefe de Fusako, Kuriyama (Mitsuo Nagata), que parecía estar interesada en ella, decide mejor encamarse con la más guapa y alegre Natsuko. Las dos hermanas se separarán hasta encontrarse, tiempo después, las dos en distintos estados de decadencia física y moral. Un tercer personaje, apenas atisbado al inicio del filme, aparece en papel preponderante hacia la mitad: la adolescente Kumiko (Tomie Tsunoda), cuñada de Fusako, a la que vemos huir de la casa materna robándose algo del dinero de la familia. Un dizque estudiante la engatusa, se la lleva a un cuchitril, la emborracha y en una de las típicas escenas escamoteadoras de Mizoguchi, la viola detrás de unos sacos. Poco después, Kumiko es asaltada, golpeada y humillada por otras mujeres que, uno intuye, han pasado por el mismo rito de iniciación. Como de costumbre, Mizoguchi echa mano del estilo one-scene-one-shot más de una vez, extendiendo la toma uno, dos o tres minutos, con los actores en movimiento frente/al-fondo del encuadre, siempre todo bien enfocado, obligando al espectador que sea partícipe en el descubrimiento de cada detalle preparado por el cineasta. La ya mencionada secuencia de la violación de Kumiko -compuesta por varias escenas que inicia en exteriores en el día y que finaliza también en exteriores pero en la noche- es otra muestra más de la táctica narrativa de Mizoguchi, de mostrar/ocultar, casi al mismo tiempo, las peores tragedias que viven sus personajes.Aquí estamos, por cierto, en el terreno social más bajo posible. Las protagonistas no son "geishas" -un "bien intangible japonés", como lo diría una maestra de geishas en la posterior Los Músicos de Gión (1953)-, sino deshonrosas prostitutas de la calle, mujeres enfermas de sífilis que paren hijos muertos, golpeadas y explotadas todos los días por sus chulos o entre ellas mismas, porque no parece haber otra forma de sobrevivir en esas calles de Osaka que actuando como una depredadora. Por eso, hacia el final, la ya endurecida Fusako le reclama a cierta "dama mejoradora" casi griffithiana o a cierto médico bienintencionado que no le den sermones ni le digan cómo vivir. Que se guarden sus consejos para ellos. Los reproches de Fusako se parecen a los que el propio Mizoguchi gritó en el colapso nervioso ya descrito. Ah, cómo odio a mi género cada vez que veo un Mizoguchi. Somos bien malditos, me cae.
Mujeres de la Noche (Yoru no onnatachi, Japón, 1948), cinta número 73 de Kenji Mizoguchi, es considerada una de sus cintas más oscuras. Aunque, como ya he comentado en otra de las entradas de esta serie, esta afirmación habría que tomarla con un poco de escepticismo, pues apenas poco más de la tercera parte de la filmografía de Mizoguchi ha sobrevivido a la desaparición y no llega ni a la veintena de cintas -de un total de 86 filmes- que están disponibles en DVD para ser revisadas por el cinéfilo interesado. En todo caso, por lo menos en cuanto a mi experiencia se refiere, Mujeres de la Noche sí es la cinta más descarnada en su larga serie de filmes de mujeres "sufridas/explotadas/caídas". El entorno deprimente en el que fue filmada (la Osaka en crisis de la posguerra y la Ocupación), el tono semidocumental que le imprimió el cinefotógrafo Kôhei Sugiyama al filme (hay escenas realizadas en la auténtica ciudad en ruinas, tomas claramente influidas por el neorrealismo italiano que ya había conocido Mizoguchi), el melodramatismo exacerbado de la historia en el que tres mujeres son arrastradas hacia la prostitución, y hasta cierto colapso nervioso del propio Mizoguchi en pleno rodaje -se dice que dirigiendo la escena del hospital, el cineasta empezó a llorar y a maldecir la perversidad masculina, incluyendo la suya propia- produjeron un halo de tragedia que rodeó al filme. Para fortuna de Mizoguchi -que solía tomar muy en serio a la crítica y que en ese momento necesitaba ganar dinero-, Mujeres de la Noche fue un éxito entre los críticos japoneses -la canónica revista Kinema Jumpo la listó en el lugar tres de lo mejor del año- y entre el público, pues a pesar del tema tan deprimente y la forma tan directa de tratarlo, la cinta fue un trancazo taquillero.Siguiendo el mismo planteamiento dramático de otras de sus películas, aquí también tenemos a dos mujeres -dos hermanas- que tienen una visión de la vida muy diferente. Fusako (Kinuyo Tanaka, actriz fetiche del cineasta en esa época) es una viuda de guerra que no puede pagar ni las medicinas de su hijo tuberculoso. Cuando una mujer le propone que puede ganar dinero prostituyéndose, se horroriza de solo de pensar en ello. Su hijo, previsiblemente, muere. Mientras tanto, su hermana menor Natsuko (Sanae Takasugi), recién llegada de Corea, se dedica a ser "fichera" -es decir, a bailar y tomar por unos cuantos yenes- y no parece tener problema por estar dedicado a esa chamba que está a un paso de la prostitución. Las dos hermanas viven juntas hasta que el jefe de Fusako, Kuriyama (Mitsuo Nagata), que parecía estar interesada en ella, decide mejor encamarse con la más guapa y alegre Natsuko. Las dos hermanas se separarán hasta encontrarse, tiempo después, las dos en distintos estados de decadencia física y moral. Un tercer personaje, apenas atisbado al inicio del filme, aparece en papel preponderante hacia la mitad: la adolescente Kumiko (Tomie Tsunoda), cuñada de Fusako, a la que vemos huir de la casa materna robándose algo del dinero de la familia. Un dizque estudiante la engatusa, se la lleva a un cuchitril, la emborracha y en una de las típicas escenas escamoteadoras de Mizoguchi, la viola detrás de unos sacos. Poco después, Kumiko es asaltada, golpeada y humillada por otras mujeres que, uno intuye, han pasado por el mismo rito de iniciación. Como de costumbre, Mizoguchi echa mano del estilo one-scene-one-shot más de una vez, extendiendo la toma uno, dos o tres minutos, con los actores en movimiento frente/al-fondo del encuadre, siempre todo bien enfocado, obligando al espectador que sea partícipe en el descubrimiento de cada detalle preparado por el cineasta. La ya mencionada secuencia de la violación de Kumiko -compuesta por varias escenas que inicia en exteriores en el día y que finaliza también en exteriores pero en la noche- es otra muestra más de la táctica narrativa de Mizoguchi, de mostrar/ocultar, casi al mismo tiempo, las peores tragedias que viven sus personajes.Aquí estamos, por cierto, en el terreno social más bajo posible. Las protagonistas no son "geishas" -un "bien intangible japonés", como lo diría una maestra de geishas en la posterior Los Músicos de Gión (1953)-, sino deshonrosas prostitutas de la calle, mujeres enfermas de sífilis que paren hijos muertos, golpeadas y explotadas todos los días por sus chulos o entre ellas mismas, porque no parece haber otra forma de sobrevivir en esas calles de Osaka que actuando como una depredadora. Por eso, hacia el final, la ya endurecida Fusako le reclama a cierta "dama mejoradora" casi griffithiana o a cierto médico bienintencionado que no le den sermones ni le digan cómo vivir. Que se guarden sus consejos para ellos. Los reproches de Fusako se parecen a los que el propio Mizoguchi gritó en el colapso nervioso ya descrito. Ah, cómo odio a mi género cada vez que veo un Mizoguchi. Somos bien malditos, me cae.