“Habitación en Nueva York” (1932). Edward Hopper
Roberto estaba feliz. A pesar de los años transcurridos desde su boda, Marta estaba pendiente de él.
Cuando se levantaba para ir a trabajar, a ella no le importaba madrugar también. Le preparaba un desayuno magnífico y siempre le decía cuando se iba: “DIME QUE ME QUIERES”.
Roberto reconocía que era poco cariñoso. Con las prisas y el estrés, no estaba muy pendiente de Marta. Ella se sacrificaba y estaba siempre pendiente de sus deseos, y Roberto se dejaba querer, y tenía que reconocer que le encantaban esos detalles y esa predisposición de ella a tenerle siempre contento.
Cuando llegaba al trabajo y oía a sus compañeros quejarse de lo despegadas que eran sus mujeres, él sonreía y les decía que había tenido mucha suerte con Marta. Estaba seguro de que estarían juntos siempre, y de que nunca podría haber encontrado una mujer mejor.
En el fondo a todos los hombres les gustaba que sus esposas, fueran dulces y estuvieran siempre dispuestas. Tenía que reconocer que cada vez que quería hacer el amor, Marta siempre estaba dispuesta, nunca le rechazaba.
Esa mañana, cómo todas las demás se volvió a levantar con él y estuvo a su lado mientras desayunó, le sonrió y al marcharse le volvió a decir. “DIME QUE ME QUIERES”. Te quiero, contestó Roberto, marchándose feliz.
Marta le despedía desde la ventana y le mandó un beso con la mano. Cuando el coche arrancó, cogió el teléfono y marcó un número, esperando a que contestaran.”YA PUEDES VENIR, SE HA MARCHADO Y NO VOLVERÁ HASTA LAS SEIS DE LA TARDE. ANDA, DIME QUE ME QUIERES”
Ana Rivas
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