Ayer la Unión Europea se trató de quitar el problema de los refugiados de encima. Un acuerdo para que Turquía controle a los casi tres millones de refugiados que tiene más lo que le vienen a diario, a cambio de dinero, y eviten que vengan a Grecia, parte de esa Europa maravillosa que muchos se empeñan en alabar y en la que yo no encuentro nada más que insolidaridad y desigualdad.
Y dentro de los refugiados, son precisamente las mujeres y sus hijos los que son más vulnerables. Las mujeres tienen, además de ser refugiadas, otra culpa que expiar: ser mujer. Por lo que le da ‘derecho’ a poder ser violada, maltratada, explotada por su género, vendida si viene el caso o separada de sus hijos.
Estas mujeres que huyen de un país en guerra, donde no pueden vivir, donde ya la propia cultura las tiene discriminadas, donde la contienda las expone en mayor medida a abusos sexuales y esclavistas, cuando pretenden huir se encuentran con un camino más difícil, situaciones llenas de peligros y obstáculos adicionales por el hecho de ser mujeres y en muchas ocasiones cargando con niños. Extorsiones, rapto de sus hijos, trata de mujeres, abusos sexuales, bien por otros refugiados, por los bandidos que las transportan, bien por los soldados o vigilantes de los países por los que pasan. Y todo ello sin que nadie haga nada, a sabiendas del problema, Europa se lava las manos y prefiere pagar a Turquía, deshacerse de ‘la escoria de los refugiados’ y olvidarse del tema. Cargándose sin pudor, los más elementales derechos humanos, siendo mucho más grave en el caso de las mujeres.
No hay razón que pueda defender la actuación miserable de esta vieja y cada vez más insolidaria Europa. Olvidando que no hace tanto, menos de un siglo, europeos de todas las nacionalidades fueron refugiados y emigrantes, y en muchos casos acogidos con solidaridad por naciones más pobres. Ahí está el caso de España que va a acoger –ya veremos cuándo— a 285, cuando se había comprometido a que fueran 14.900 (hoy son 18 los refugiados aceptados). ¡Suma y sigue!
Ni una medida positiva para las refugiadas que, por el hecho de ser mujeres, sufren mucho más en los campos de concentración hacinados en los que quedan retenidas. Dificultades añadidas por su género que llevan a partos sin asistencia, falta de material de aseo y de médicos especializados, riesgos de violaciones u otros abusos sexuales, etc.
Recordar a las mujeres refugiadas es una necesidad ética, y denunciar el trato que reciben en su accidental destino –con mayor razón en los países europeos que podrían paliar gran parte del problema y no lo hacen— es una obligación humanitaria e ineludible. Se trata de un problema global que nos afecta a todos y del que todos somos responsables.
¡Solidaridad y respeto para las mujeres refugiadas!
Salud y República