Mujeres trabajadoras en el Gijón franquista

Publicado el 08 marzo 2014 por Aranmb

Pioneras en su profesión, obligadas o por vocación propia, fueron muchas las mujeres que lograron destacar en sus trabajos a mediados del siglo XX, algo extraordinario teniendo en cuenta que, dictadura manda, su sexo les impedía, entre otras muchas cosas, abrir una cuenta bancaria propia. VOLUNTAD, órgano de la Falange en Gijón, decidió sacarlas a la luz en dos ocasiones: la primera, en 1953; la segunda, nueve años después. Sobre ellas, constantemente, pesaba la sombra de las labores naturales de la mujer: la crianza de los hijos, la limpieza de la casa y el cuidado, casi sacramental, al esposo.

La primera entrevistada, en abril de 1953, fue María Alonso Nart, maestra reconvertida en médica. Nieta de farmacéutico y de familia de militares, cursó sus estudios en las Dominicas de Sama de Langreo y en el Santo Ángel de Gijón. Primero estudió magisterio, carrera que ofrecía una salida laboral más inmediata, ya que, y según sus propias palabras, procedía de “una familia numerosa, representativa del hogar cristiano y español, y había que crearse una situación”. Medicina vino después, ya estabilizado el hogar, y con una especialidad obvia: la pediatría. “Es la que considero más apropiada”, aseguraba Alonso, “teniendo en cuenta que toda mujer es una madre en potencia”. Y es que cada mujer, / porque Dios lo ha querido, / dentro del corazón / lleva un hijo dormido: así cerraba el VOLUNTAD un reportaje que, sin embargo, era casi revolucionario en aquella España llena, llenita de patas quebradas.

Tal era la fama negativa que sufrían las mujeres trabajadoras, especialmente si procedían de buenas familias y, por tanto, pudiera entenderse que lo hacían por gusto y no por necesidad, que Luisa Balanzat y Cavo, la segunda entrevistada, quiso ocultar su verdadero nombre. “La gente de Gijón, y especialmente los hombres, un tanto autoritarios, experimentan todavía ciertos prejuicios contra la mujer que trabaja, y sobre todo contra la que estudia. ¡Y si no, que demuestren lo contrario!” Nos lo creemos: una de las preguntas de la entrevista, tan capciosa hoy día como inocente por entonces, fue si el ejercicio de la profesión –maestra, en el caso de la licenciada en Humanidades Balanzat- alejaba a las mujeres de sus “funciones normales”. “En absoluto”, contestaba. “Cuando la mujer sabe organizarse, tiene tiempo para todo”. Y otra: “¿Crees en la inferioridad mental de las mujeres?” La respuesta, ¡vaya por Dios!, fue positiva.

No hay preguntas capciosas de tipo alguno -porque probablemente, y conociéndola, las hubiera contestado de forma bastante airada-, a la “forjadora de ensueños y fantasías”, Corín Tellado, gijonesísima de pro y fama rutilante, que contó su historia en mayo de 1953. Su carrera literaria había nació de una mala experiencia: cuando en el colegio, a los diez años, le mandaron recitó un poema y no lo hizo bien. Semanas más tarde se presentó con su primera obra en prosa. No creyeron que aquella chiquilla, tan mala recitadora, fuera buena escritora, y la llamaron mentirosa. Pero ahora, en el 53, ya llevaba setenta obras publicadas. Un talento tan precoz como el de María Asunción “Chona” Segura Risueño, pianista, profesora de música del colegio de la Asunción desde los quince años de edad y profunda admiradora de Chopin.

Virginia Leal empezó a trabajar porque lo necesitaba. Como enfermera, en 1925, en el recién estrenado Instituto de Puericultura (Gota de Leche). Tras cursar estudios de puericultura y comadrona, en el 35 llegó a delegada del instituto y en 1953 ya era una imponente personalidad en aquel Gijón de pura necesidad en el que las enfermeras del Instituto hacían las veces de segundas madres de las decenas de niños al cuidado de la Casa Cuna. “Sus madres los dejan aquí mientras van al trabajo”, contestaba Leal a Flavia, la entrevistadora, de manera natural pero un poco pensativa, quizás imaginándose que a aquellas madres, mujeres anónimas, nadie las entrevistaría nunca.

Cinco años, desde 1948, llevaba Beni Margot García trabajando como telefonista, puesto al que había entrado tras unas pruebas de acceso basadas, sobre todo, en la geografía. “Me gustaría trabajar solamente en las labores caseras”, confesaba García, “pero tengo que renunciar a ello, ante las ventajas que para la mujer representa el trabajo remunerado fuera de ellas.” Su ilusión, afirmaba, era “la de todas las mujeres: formar una familia”. “Ahí están condensados los anhelos de toda mujer: el hogar, del que se ven un tanto alejadas por las exigencias de la vida, que les pide el esfuerzo duplicado de su naturaleza cooperando al bien de la colectividad sin perder las puras esencias de su feminidad”, cerraba la periodista. Trabajar, coser, tener hijos y todo eso con la femineidad intacta: desde luego, nadie puede negar que era todo un reto.

Menos tradicional resultó la última entrevistada. La farmacéutica Guadalupe González Velasco, hija de Jerónimo González, abogado, había comenzado a trabajar con el mismísimo Gregorio Marañón. Una inoportuna fiebre de Malta, contagiada en el mismo laboratorio del ilustre endocrino. Cuando Guadalupe estudió, por fin, Farmacia, eran cincuenta mujeres contra doscientos cincuenta matriculados varones, y ahora, dueña de su propio establecimiento, renegaba de los trabajos asignados al bello sexo. “No hay cosa más horriblemente cansada que limpiar el polvo, fregar y secar la cera”.

VOLUNTAD recuperó la sección de mujeres trabajadoras, con ánimos renovados, a principios de 1962. La primera entrevistada de aquella temporada fue Carmen Menéndez Manjón, abogada experta en Derecho Penitenciario desde 1934, y con un discurso progresista… con algún pequeño matiz. “Ninguna persona”, afirma en las páginas del diario falangista, “debe vivir desocupada. La mujer no es una excepción (…) Somos todos seres humanos y es justa la equiparación, sin que con esto no quiera decir que yo admito que en el seno de la familia debe haber una autoridad y ésta ejercerla el marido que es hombre, padre y esposo y, si me apuras, el amparo de todos.

Ana Suberviola, la primera odontóloga gijonesa, lo fue no por vocación, sino por elección de su padre, un coronel retirado que la mandó a estudiar a Madrid. Acabó en 1932 y el trabajo, en su opinión, era estupendo para compatibilizar con su sexo: “Tiene una la clínica en su propia casa, y puede atender a ambas facetas a la vez.” Y más: Suberviola defendía la necesidad absoluta de la mujer soltera a trabajar, pero no tanto de la casada: “Habrá épocas en que los hijos e impidan el trabajo y otras en que sea compatible. Ahora bien, si por el trabajo de la mujer casada se resiente su hogar, entonces no debe trabajar.”

Engracia Domingo García, palentina, ocupaba desde enero de 1961 la cátedra de Griego en el Instituto de Jovellanos cuando fue entrevistada por el VOLUNTAD. Dominaba, además, el latín, el alemán, el inglés y el francés. En cuanto a la laboriosidad femenina, doña Engracia lo tenía claro. “Es un error pensar que la mujer no debe trabajar. (…) La mujer debe prepararse para la vida, igual que el hombre. Creo que con eso respondo a su pegunta.” Quedó más que claro. Pero Rosalía Oliver, bibliotecaria del Instituto Jovellanos y licenciada como tal en 1952, en Madrid, no compartía un discurso tan moderno. A la pregunta de si entendía que la mujer debía trabajar, contestó que sí… en su tiempo libre. “Y en cuanto a la mujer casada, si considera que su trabajo resulta vital para ella, por tratarse de algo vocacional, debe compaginarlo con sus obligaciones hogareñas.”

Rosalía Oliver, bibliotecaria del instituto Jovellanos

La de Gumersinda Menéndez Tuya sí que era vida laboral. Funcionaria de la Comisaría General de Abastos y Transportes en excedencia, desempeñaba, en febrero de 1962, el puesto de taquillera en el Hernán Cortés. La necesidad venía de su condición de viuda con una hija a la que mantener. “Como nunca se sabe lo que la vida puede depararnos, es preciso estar preparadas para saber defenderse y sostener la educación de los hijos y nuestro propio mantenimiento.” Más que necesidad, lo de su compañera de sección, Nélida “Nelly” Rodríguez Díaz, era una vocación clara. Llevaba cerca de los micros desde los 14 años. “Profesionalmente he trabajado siete meses en Radio Madrid, un año en Radio Oviedo y ahora, desde hace ocho meses, en Radio Emisora Gijón.” Pero Nelly era mucho más que eso: había cursado bachillerato y estudiado Filosofía y Letras y, ahora, abogaba por el derecho de la mujer a trabajar. “Me parece fundamental que se prepare para trabajar y en ese sentido debe ser educada desde niña. Luego, ese mismo trabajo le dará seguridad en la vida.”

 Nelly Rodríguez, locutora de radio

Más entrevistadas. Enriqueta “Titi” Candela Díaz, peluquera desde hacía más de 29 años, 21 con negocio propio, y dos hijos. María del Carmen Larroza Suárez, enfermera, practicante y matrona. Gloria Alvarez Rodríguez, fotógrafa. Manolita Herrero, funcionaria –la única de sexo femenino- de la Dirección General de Seguridad. Sonia Martínez García, estudiante de tercero e perito industrial. Ana María Ortiz Corbato, funcionaria de Hacienda Pública. Ana María Ramos, telefonista de la Universidad Laboral. Todas fueron sometidas al cuestionario de VOLUNTAD en unos tiempos en los que, sobremanera, se exigía al “bello sexo” que se desdoblase si no en dos, en tres: en aguerrida trabajadora, en esposa y madre abnegada y en mujer, mujer. Sin perder la compostura ni las formas, sin dejar de atender una sola necesidad del hijo y sin que faltase un solo día el plato caliente para el marido que llegaba a casa y, además, permaneciendo guapa, elegante e impasible. Ése era el precio que había que pagar por haber nacido mujer en una sociedad que quería acercarse ya a sus vecinos europeos, pero sin perder un ápice del trasnochado conservadurismo que había llevado a pensar que la hembra, por serlo, tenía unas funciones propias por naturaleza o, más bien, por la gracia de Dios.

A todas ellas, que se adelantaron a su tiempo, pensasen como pensasen; a todas las que se quedaron detrás del papel y permanecieron anónimas, a todas las que, hoy en día, siguen (o seguimos) luchando en un mundo laboral aún, muchas veces, hostil, feliz día de la mujer trabajadora. Feliz 8 de marzo. Que no hagan falta muchos más. Y que no volvamos a ver anuncios como el que sigue…