Pioneras en su profesión, obligadas o por vocación propia, fueron muchas las mujeres que lograron destacar en sus trabajos a mediados del siglo XX, algo extraordinario teniendo en cuenta que, dictadura manda, su sexo les impedía, entre otras muchas cosas, abrir una cuenta bancaria propia. VOLUNTAD, órgano de la Falange en Gijón, decidió sacarlas a la luz en dos ocasiones: la primera, en 1953; la segunda, nueve años después. Sobre ellas, constantemente, pesaba la sombra de las labores naturales de la mujer: la crianza de los hijos, la limpieza de la casa y el cuidado, casi sacramental, al esposo.
Cinco años, desde 1948, llevaba Beni Margot García trabajando como telefonista, puesto al que había entrado tras unas pruebas de acceso basadas, sobre todo, en la geografía. “Me gustaría trabajar solamente en las labores caseras”, confesaba García, “pero tengo que renunciar a ello, ante las ventajas que para la mujer representa el trabajo remunerado fuera de ellas.” Su ilusión, afirmaba, era “la de todas las mujeres: formar una familia”. “Ahí están condensados los anhelos de toda mujer: el hogar, del que se ven un tanto alejadas por las exigencias de la vida, que les pide el esfuerzo duplicado de su naturaleza cooperando al bien de la colectividad sin perder las puras esencias de su feminidad”, cerraba la periodista. Trabajar, coser, tener hijos y todo eso con la femineidad intacta: desde luego, nadie puede negar que era todo un reto.
Menos tradicional resultó la última entrevistada. La farmacéutica Guadalupe González Velasco, hija de Jerónimo González, abogado, había comenzado a trabajar con el mismísimo Gregorio Marañón. Una inoportuna fiebre de Malta, contagiada en el mismo laboratorio del ilustre endocrino. Cuando Guadalupe estudió, por fin, Farmacia, eran cincuenta mujeres contra doscientos cincuenta matriculados varones, y ahora, dueña de su propio establecimiento, renegaba de los trabajos asignados al bello sexo. “No hay cosa más horriblemente cansada que limpiar el polvo, fregar y secar la cera”.
Ana Suberviola, la primera odontóloga gijonesa, lo fue no por vocación, sino por elección de su padre, un coronel retirado que la mandó a estudiar a Madrid. Acabó en 1932 y el trabajo, en su opinión, era estupendo para compatibilizar con su sexo: “Tiene una la clínica en su propia casa, y puede atender a ambas facetas a la vez.” Y más: Suberviola defendía la necesidad absoluta de la mujer soltera a trabajar, pero no tanto de la casada: “Habrá épocas en que los hijos e impidan el trabajo y otras en que sea compatible. Ahora bien, si por el trabajo de la mujer casada se resiente su hogar, entonces no debe trabajar.”
Rosalía Oliver, bibliotecaria del instituto Jovellanos
La de Gumersinda Menéndez Tuya sí que era vida laboral. Funcionaria de la Comisaría General de Abastos y Transportes en excedencia, desempeñaba, en febrero de 1962, el puesto de taquillera en el Hernán Cortés. La necesidad venía de su condición de viuda con una hija a la que mantener. “Como nunca se sabe lo que la vida puede depararnos, es preciso estar preparadas para saber defenderse y sostener la educación de los hijos y nuestro propio mantenimiento.” Más que necesidad, lo de su compañera de sección, Nélida “Nelly” Rodríguez Díaz, era una vocación clara. Llevaba cerca de los micros desde los 14 años. “Profesionalmente he trabajado siete meses en Radio Madrid, un año en Radio Oviedo y ahora, desde hace ocho meses, en Radio Emisora Gijón.” Pero Nelly era mucho más que eso: había cursado bachillerato y estudiado Filosofía y Letras y, ahora, abogaba por el derecho de la mujer a trabajar. “Me parece fundamental que se prepare para trabajar y en ese sentido debe ser educada desde niña. Luego, ese mismo trabajo le dará seguridad en la vida.”
Nelly Rodríguez, locutora de radio
Más entrevistadas. Enriqueta “Titi” Candela Díaz, peluquera desde hacía más de 29 años, 21 con negocio propio, y dos hijos. María del Carmen Larroza Suárez, enfermera, practicante y matrona. Gloria Alvarez Rodríguez, fotógrafa. Manolita Herrero, funcionaria –la única de sexo femenino- de la Dirección General de Seguridad. Sonia Martínez García, estudiante de tercero e perito industrial. Ana María Ortiz Corbato, funcionaria de Hacienda Pública. Ana María Ramos, telefonista de la Universidad Laboral. Todas fueron sometidas al cuestionario de VOLUNTAD en unos tiempos en los que, sobremanera, se exigía al “bello sexo” que se desdoblase si no en dos, en tres: en aguerrida trabajadora, en esposa y madre abnegada y en mujer, mujer. Sin perder la compostura ni las formas, sin dejar de atender una sola necesidad del hijo y sin que faltase un solo día el plato caliente para el marido que llegaba a casa y, además, permaneciendo guapa, elegante e impasible. Ése era el precio que había que pagar por haber nacido mujer en una sociedad que quería acercarse ya a sus vecinos europeos, pero sin perder un ápice del trasnochado conservadurismo que había llevado a pensar que la hembra, por serlo, tenía unas funciones propias por naturaleza o, más bien, por la gracia de Dios.
A todas ellas, que se adelantaron a su tiempo, pensasen como pensasen; a todas las que se quedaron detrás del papel y permanecieron anónimas, a todas las que, hoy en día, siguen (o seguimos) luchando en un mundo laboral aún, muchas veces, hostil, feliz día de la mujer trabajadora. Feliz 8 de marzo. Que no hagan falta muchos más. Y que no volvamos a ver anuncios como el que sigue…