El hambre y las enfermedades que azotan al mundo, son la cara más viva de los horrores de esta civilización patriarcal y sus instituciones, cuyas ideologías han controlado y controlan los cuerpos y pensamientos de los seres humanos, sus creencias y sus conocimientos, sus deseos y sus sueños, sus alegrías y sus dolores, su alimentación y su vestimenta, su salud o enfermedad, sus ideas y sus sueños, en fin, que controla la vida, principalmente la de las mujeres.
El debate sobre los bienes comunes se inserta en este contexto en el cual los rumbos que está tomando el proyecto capitalista lo hace cada vez más peligroso para la subsistencia de la vida humana y la vida del planeta. Es un debate que alerta hacia el peligro de las privatizaciones y el recrudecimiento de la exclusión de la gran mayoría de seres humanos del acceso a los elementos que posibilitan la vida, como el agua, la tierra, el aire, los mares, los bosques, las plantas, las semillas; y los elementos por medio de los cuales la vida se manifiesta, como las culturas, el arte, la sabiduría y el conocimiento, las tecnologías, las prácticas, las relaciones que construimos con el entorno.
De acuerdo con Silke Helfrich, en el prefacio al libro Un mundo patentado: la privatización de la vida y del conocimiento, el debate sobre los bienes comunes denuncia la relación entre la privatización de la vida por medio de la ingeniería genética aplicada a las plantas, animales y a los seres humanos – y la privatización del conocimiento generado por las tecnologías de la información y comunicación.
Pese a esta riqueza y pertinencia, hasta ahora el debate ha estado marcado por la neutralidad con respecto a las desigualdades de poder entre mujeres y hombres en el acceso a los comunes. Debido a ello, aquí propongo algunos apuntes para que reflexionemos sobre el hecho de que los comunes no han sido tan comunes para las mujeres en el transcurso de la historia y del presente, y que tampoco lo serán en el futuro si el debate no asume el compromiso de una real transformación del sistema patriarcal en el cual se sostiene el capitalismo y su paradigma desarrollista.
Teniendo como punto de partida las violencias, exclusiones e invisibilidad a la que estamos sometidas por el sistema patriarcal y capitalista, la pregunta que surge es porqué hasta ahora las mujeres hemos estado ausentes del debate sobre los comunes, ausentes en el sentido de que dicho debate no ha incluido de manera comprometida las problemáticas específicas de las mujeres y toda la complejidad que ello conlleva.
Finalmente, la idea es que estos apuntes nos inquieten, nos motiven, nos reten a repensar el discurso sobre los comunes desde la perspectiva de las mujeres lationamericanas, ubicadas histórica y geopolíticamente en contextos de hambre, pobreza, exclusiones y violencias, y también en contextos de organización, de creación de significativos espacios de rebeldías teóricas y prácticas, atrevimientos, resistencias, actuancias para transformar esta civilización basada en la muerte y depredación.
1. El cuerpo de las mujeres como bien común
La opresión de las mujeres en el sistema capitalista radica en que este está marcado por la estratificación social, por la jerarquización, la división sexual del trabajo y por la propiedad privada de las cosas, principalmente de las personas. Nuestro cuerpo de mujeres ha sido y sigue siendo propiedad privada de los varones, objeto de consumo, carnada comercial para vender carros, llantas, cervezas, electrodomésticos, comidas, cosméticos, vestimenta, productos de limpieza, todas las cosas que mantienen y mueven el capitalismo y el capital. Ha sido objeto de deseo y lascivia, receptáculo de misoginias, violencias, cuya manifestación actual son los feminicidios y nuestro control por medio del miedo: miedo a decir lo que pensamos y sentimos en las estructuras patriarcales; miedo a hacer, vestirnos y movernos como queramos en los espacios públicos varoniles, como la calle.
En el sistema patriarcal los varones se adjudican el poder y el derecho de propiedad sobre nuestros cuerpos y los controlan por medio de la violencia física, sexual, emocional, económica y social. Independientemente de la clase social, económica o cultural que pertenezcamos, hemos sido reducidas a objeto, un “bien”, una propiedad privada que se manipula, que se vende y que se compra. ¿Por qué el tema de la privatización de los cuerpos de las mujeres y el derecho de propiedad que los varones asumen sobre nuestras vidas no ha estado presente en el debate sobre los comunes? ¿Cuáles serían las consecuencias de esta problemática en dicho debate? Considero que estas serían las primeras interrogantes sobre las cuales reflexionar, discutir y dialogar, si queremos que el debate sobre los bienes comunes haga justicia con la realidad concreta de las mujeres, tanto en el pasado como en el presente. Y no se trata de “incluirnos” como “eje transversal”, tal como hacen algunas políticas gubernamentales y algunos enfoques de las organizaciones y movimientos sociales. Lo que queremos es un debate honesto que reconstruya los espacios del poder, de construcción de conocimientos que abogue por una transformación real del sistema, y no costuras en algo caducado por medio de parches de inclusión.
2. Los Saberes de las mujeres como bien común
Las mujeres hemos sido torturadas y quemadas vivas en la hoguera por conocer las plantas medicinales, por ser parteras y desafiar el mandato divino del parir con dolor; por ser médicas y conocer los misterios de la vida y de la muerte. Son muchos los ejemplos en donde las mujeres, en la civilización patriarcal, hemos sido penalizadas con la muerte por pensar y saber; hemos tenido que usar pseudónimos masculinos para poder publicar nuestras obras; en otros casos nuestras ideas y pensamientos fueron usurpados por el padre, el marido, el amante o el “tutor”. El discurso sobre los bienes comunes con respecto a los saberes y al conocimiento no puede ser neutral en este aspecto.
Durante siglos los conocimientos y saberes de las mujeres han sido patentizados o entonces invisibilizados en el discurso neutral de los saberes de la “humanidad” o de la “comunidad”. Como todas lo sabemos, las comunidades humanas no solamente tienen conocimientos diferenciados de acuerdo al sexo, edad y status de cada miembro, sino que también una desigual división sexual del trabajo y, por lo tanto, accesos desiguales a los elementos del ecosistema, a las tecnologías, al poder y a la toma de decisiones.
Una vez que hemos sido y somos cuerpo-para-otros, a las mujeres no se nos reconoce como seres pensantes y forjadoras de culturas o civilizaciones. Históricamente, las mujeres hemos sufrido trabas de todo tipo para disponer del conocimiento como bien común y no hemos sido reconocidas como productoras de conocimientos, aunque sí los hemos producido a montones – que el sistema político luego se apropia y lo transforma en “eje transversal” o “programas” compensatorios. Algunas de estas trabas son nuestro menor nivel de escolaridad, nuestro menor poder adquisitivo para comprar libros, computadoras e internet, nuestro tiempo y bienestar reducido por la carga laboral en el hogar (que dicho sea de paso no es remunerada). Está lo suficientemente hablado y documentado que las mujeres somos las más pobres entre los pobres, de modo que por tener menos dinero, tenemos menos escolaridad y, consecuentemente, nuestro acceso a las tecnologías de información y comunicación es notoriamente menor que el acceso que tienen los varones.
Debido a ello, el acceso diferenciado (o casi nulo, dependiendo del lugar desde donde se hable) de las mujeres a la información, a la educación, debido a su mayor pobreza y a las violencias de las que son objeto, y el parco reconocimiento y valoración de los saberes de las mujeres es un elemento que debe estar presente de manera contundente en el debate sobre los comunes con respecto a la información, a las tecnologías y el conocimiento. ¿Cómo tendría que ser este debate? ¿Cuáles serían los aportes de las mujeres latinoamericanas, desde nuestra exclusión de los espacios formales e informales de creación de conocimientos, al debate sobre los comunes?
3. Mujeres y comunes: ¿cómo heredar lo que no tenemos?
De acuerdo con el Tomales Bay Institute, en su reporte “El estado de los comunes”, los bienes comunes “son la suma de todo lo que heredamos en conjunto y que debemos transferir, sin merma a nuestros herederos” y para ello tenemos que partir “de la premisa de que somos todos copropietarios de un tesoro compartido. Los regalos de la naturaleza como el aire, el agua, y las creaciones sociales como la ciencia y el Internet, son los activos que constituyen nuestra herencia compartida” (Tomales Bay Institute, 2004, El estado de los Comunes, pág. 36).
Desde el estado mexicano de Chiapas, la experiencia ha demostrado que la propiedad colectiva de la tierra muy pocas veces ha incluido a las mujeres en pie de igualdad, derechos y oportunidades con los hombres. Aquí, la gran mayoría de las mujeres campesinas ha estado excluida de la propiedad colectiva de la tierra, ya que las normas del derecho indígena –cuya costumbre impide que las mujeres sean herederas–, no sigue las pautas de las normas de derecho constitucionales. Aunque las mujeres campesinas sí trabajan la tierra, y lo hacen muchas veces solas cuando los varones migran, ellas no son reconocidas como sujetos de derechos y con poder de decisión en las asambleas comunales, en los distritos de riego, por ejemplo. De hecho, está lo suficientemente demostrado que las mujeres son las que más lidian con el agua, las semillas, las plantas medicinales, el bosque, entre otros comunes y que, sin embargo, no han sido reconocidas como sujetos de derechos y con poder para la toma de decisiones sobre sus usos y distribución.
La experiencia demuestra que no solamente el mercado ha privatizado la tierra, el agua, las semillas, los alimentos y otros comunes de la naturaleza, sino que también la cultura y la sociedad patriarcal lo hacen a cada momento. Las privatizaciones capitalistas son uno de los tantos ecos y ramificaciones de la civilización y culturas patriarcales, y esta constatación ha estado ausente del debate sobre los comunes. ¿A qué se debe esta ausencia? La tierra, el agua, los bosques, las semillas son un bien común, y este común históricamente ha pertenecido exclusivamente a los varones. ¿Qué enfoque, perspectivas y análisis debemos de desarrollar para que el debate sobre los comunes puede revertir esta situación?
Para terminar, ¿qué horizontes queremos construir?
Las mujeres hemos estado ausentes y excluidas de los espacios de la civilización patriarcal, de su “humanidad”; hemos sido despojadas de nuestros saberes y hasta castigadas por pensar; nuestro cuerpo ha sido cosificado, privatizado como propiedad privada de los varones y asimilado a la naturaleza a la cual dominar y despojar; no hemos sido consideradas como seres humanas en pie de igualdad con los varones y como sujetos de derechos en la “comunidad”. Esta realidad debe de ser incluida seriamente en el debate sobre los comunes, pues si no es así, el mismo carecerá del potencial de fomentar una real transformación del sistema patriarcal y sus exclusiones. Como dice la feminista del afuera Margarita Pisano, en su libro Julia, quiero que seas feliz, “nosotras, mujeres latinoamericanas, deberíamos aprender de nuestra historia de explotación y hambre; sin conciencia de esta historia y sin relacionarla con otros continentes, no podremos desear e imaginar otras civilizaciones”.
Angélica Schenerock es coordinadora de Agua y Vida: Mujeres, Derechos y Ambiente AC de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México. Desde 2009 trabajan con mujeres indígenas y mestizas en el tema del buen vivir y de los comunes, y ahora están desarrollando una Escuela Mujeres y Bienes Comunes. Para conocer más el trabajo de la organización, visita http://www.aguayvida.org.mx/
Por Angélica Schenerock
Fuente: Pillku.org