Mujeres y ciencia

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Allá por el año 2009, Carmen del Puerto (que por aquel entonces dirigía el Museo de la Ciencia y el Cosmos de Tenerife), me propuso embarcarme en un proyecto teatral en el que quería contar, uniendo realidad y ficción, la historia de una mujer, Henrietta Swan Leavitt, una de las que formaron parte del lamentablemente conocido como 'harén de Pickering'. Este señor, Edward Pickering, contrataba a mujeres para analizar placas fotográficas con imágenes del cielo porque salían mucho más baratas que los hombres. Cobraban menos y eran muy eficientes. De ese harén salieron figuras científicas de primera línea que, literalmente, sentaron las bases de la astrofísica del siglo veinte. Dale una lupa a una mujer y conquistará el cielo... La obra de teatro se llamó " El honor perdido de Henrietta Leavit " y conmemoraba el Año Internacional de la Astronomía (2009).

Creo que fue uno de mis primeros contactos mezclando ciencia y teatro... La representé junto con Débora Ávila y Javier Martos. Y fue toda una experiencia. Pero lo que quiero contar hoy aquí, dentro de todos los eventos que conmemoran el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, es lo que sentía en una de las escenas durante la obra. Débora (que representaba el papel de otra gran astrónoma de ese grupo de mujeres tan peculiar, Annie Jump Cannon), empezaba a describir todas las injusticias que se habían cometido con Henrietta. Y es que resulta que esta mujer descubrió la primera forma de medir grandes distancias en el universo, pero su jefe la retiró de esa investigación y el mérito se lo acabaron quedando otros señores. No la dejaban firmar sus trabajos como primera autora (y gracias a que al menos añadían una frase diciendo algo así como que "en este trabajo ha participado..."). La lista de despropósitos que iba lanzando Débora aumentaba tanto en el nivel del desprecio científico al que había sido sometida como en el tono enojado de su voz... y yo acababa llorando, no como Henrietta, sino como Natalia. Una Natalia entristecida, dolida, impactada, que intentaba retomar el hilo de la obra con la voz entrecortada porque sabía lo que seguía a continuación: la lista de cosas que legó a su madre cuando murió a los 53 años de cáncer. Una lista en la que constaban los objetos de la casa que poseía, silla, mesa, libros, cama, colchón... Su legado no llegaba a los 350 dólares.

Cuatro años después de morir la propusieron para el Nobel. El Nobel no se concede a título póstumo. Ahí queda el dato.

Admiro la figura de Henrietta porque me veo (salvando las distancias, por supuesto) un poco reflejada en ella: una mujer de letras que se acaba enamorando de la ciencia, en concreto de la astronomía. Una mujer con una mente brillante que amaba lo que hacía. De la que sabemos muy poco.

Por eso hay que celebrar días como estos, días para reivindicar que nuestras niñas pueden ser lo que les dé la gana. Para reivindicar que deben cobrar lo mismo por el mismo trabajo. Porque no es solo un legado económico: es un legado de vida.

Dale una lupa a una mujer y conquistará el cielo.

P.D.: El año pasado volvió a representarse la obra de teatro, con dirección de Helena Romero, Sigrid Ojel como Henrietta, Débora Ávila repitiendo como Annie Jump Cannon y Daniel Sanginés como Edward Murrow. Las funciones acompañadas con intérpretes de lengua de signos corrieron a cargo de Judith González, Verónica Redrado y Lidia Medina. Pueden verla entera aquí.

Disfrútenla.