Revista América Latina

Mujeres y Memoria. Revertir la vergüenza y revelar el género de la memoria.

Publicado el 05 noviembre 2013 por Adriana Goni Godoy @antropomemoria
Español: Placa en marmol en homenaje al presid...

Español: Placa en marmol en homenaje al presidente de Chile Salvador Allende. (Photo credit: Wikipedia)

Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) v.13 n.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./jul. 2007

TRADUCCIONES

Revertir la vergüenza y revelar el género de la memoria* 1

Temma Kaplan**
Traducción de Alejandra Vassallo

* Este artículo se publicó originalmente en Signs: Journal of Women in Culture and Society, vol. 28, otoño 2002, págs. 179-200.
** Temma Kaplan es Profesora Distinguida en Historia (Rutgers University).

Cuando conocí a Nieves Ayres me contó su historia, incorporándome así a una larga fila de testigos que se remontaba más de un cuarto de siglo en el pasado. Lúcida militante y feminista dedicada, sus compromisos actuales para con el cambio social y la justicia son una continuación de las batallas que ha librado desde sus épocas de juventud en Chile. Como presa política durante tres años bajo la dictadura de Augusto Pinochet, soportó torturas inenarrables que amenazaron con destruir su identidad política y sexual. Sin embargo, mientras estaba en prisión, logró recrear un sentido de comunidad y encontrar confidentes que aceptaron arriesgar sus propias vidas para difundir lo que le estaba ocurriendo. Armados con su declaración escrita, ellos se convirtieron en testigos de la tortura sexual que tanto ella como otras estaban padeciendo. Así, el relato de Ayress brindó una prueba concreta sobre cómo funcionaba el terrorismo de Estado en Chile y contribuyó a desacreditar a la Dictadura.
La primera vez que conversamos, Ayress me llevó en un recorrido por el centro comunitario que ella y su compañero, Víctor Toro, fundaron en 1984. Como lugar de encuentro especialmente para la población negra, latina y caribeña inmigrante,”Vamos a la peña del Bronx” -conocida simplemente como “La Peña”- es sede de eventos culturales, encuentros políticos y conmemoraciones, como la del Día Internacional de la Mujer, que reúne a mujeres de todas las razas y nacionalidades. La Peña cuenta con grupos de ayuda para gente con SIDA y para mujeres víctimas de la violencia doméstica. Alimenta y viste a cerca de cinco mil personas al año. Los residentes locales, con frecuencia dirigidos por mujeres, marchan desde La Peña para protestar contra los aumentos de alquileres, los incineradores de basura y la represión que sufre la población del barrio en su mayoría inmigrante. Los muros del centro -un enorme garaje reciclado justo detrás del Hospital Lincoln- están cubiertos de afiches, pinturas de la hermana de Ayress y de otros artistas, y copias impresas de las ediciones electrónicas de periódicos chilenos. Gran parte de los artículos tratan sobre miembros específicos de la policía secreta y de las fuerzas armadas responsables de la tortura de casi cien mil chilenos y el asesinato de innumerables otros. Con el propósito de reunir evidencia que pueda utilizarse en los juicios para abochornar y castigar a Pinochet y sus esbirros, Ayress mantiene vivo su extraordinario testimonio, un relato en primera persona de las atrocidades cometidas por los militares.
Desde el momento en que fue arrestada y torturada en las postrimerías del golpe militar chileno del 11 de septiembre de 1973, que derribó al gobierno socialista legalmente electo de Salvador Allende, Nieves Ayress ha testificado sobre su calvario como una forma de acción directa. Lo extraordinario de Ayress es que no sólo está dispuesta a hablar como una mujer sobre el dolor y la humillación sexual que sufrió a manos de los militares, sino que ella contó su historia por primera vez cuando aún estaba en prisión. Pero su propio valor no habría sido suficiente si no hubiera encontrado testigos que también se atrevieron a transmitir su denuncia. Inés Antúnez, una compañera de prisión que partía al exilio, escondió en su vagina el relato garabateado y luego se lo pasó a una organización en pro de los derechos de las mujeres, dando así a conocer el suplicio de Ayress al mismo tiempo que éste continuaba. La propia madre de Ayress también hizo público su testimonio. Así, estas dos mujeres valerosas probablemente salvaron su vida al publicar el testimonio directo de la víctima en los periódicos más importantes. Una vez liberada de prisión después de tres años, Ayress habló con vigor renovado, brindando detalles íntimos de su propio caso y el de otras mujeres de los que ella había sido testigo mientras estaba en la cárcel. Al utilizar su historia para desacreditar y, con suerte, ayudar a derribar la dictadura de Pinochet, Nieves Ayress y sus aliadas revirtieron la vergüenza que el gobierno intentó imponerles al sexualizarlas y al mismo tiempo privarlas de su feminidad, humanidad y capacidad de resistencia. Entrelazado en cada elemento de su historia, se descubre su feminismo, el compromiso revolucionario que le ha servido de armazón en todos los aspectos de su vida y su capacidad para modelar los contextos en los que se insertan sus propias historias.
Más allá de las descripciones horrorosas, lo que hace distinto el testimonio de Ayress es que se centra en lo que le sucedió en tanto mujer. En la mayoría de los lugares donde los torturadores han cometido atrocidades -países como la Argentina, Chile y Sudáfrica-, las mujeres muy pocas veces han relatado sus propias experiencias personales (Goldblatt y Meintjes, 1996: 4). La modestia malentendida, además del dolor, con frecuencia inhibe cualquier referencia a la violación grupal y otras formas de violencia sexual, incluso entre las propias prisioneras. Con la creencia de haber sido mancilladas por la tortura infligida, muchas veces no pueden o no quieren recordar lo que sufrieron. Su vergüenza de hecho las coloca en una conspiración de silencio junto a sus torturadores, como si las víctimas acarrearan alguna responsabilidad por lo sucedido. Por el contrario, Nieves Ayress, la mayor de seis hijos de una familia de larga tradición en su compromiso con la justicia social, tuvo la ventaja de tener una madre que había sido maestra, socialista y feminista. Con el apoyo de su madre, el testimonio de Ayress surgió entonces en el contexto de la lucha política, al que pertenecía por derecho propio. Tanto en la cárcel como ahora, Ayress sigue conservando la misma identidad que construyó cuando era una mujer joven. Aunque ferozmente castigada por sus ideales políticos, sin embargo se mantuvo fiel a ellos durante todo su calvario.
Al difundir su historia, Nieves Ayress eludió la deshumanización. En su testimonio personal llamado La situación de las mujeres, Ayress explicó su determinación de dar a conocer su mensaje: su mayor preocupación era que “todos supieran qué era el fascismo y qué es todavía” (Edelman, 1975). Su capacidad para revertir la vergüenza y luego poder hablar en público sobre cómo sus torturadores intentaron humillarla reveló la brutalidad de estos últimos y la ayudó a mantener su lugar en la comunidad política que la sostenía. Su historia, que sirvió y aún es utilizada como herramienta política para generar conciencia sobre las violaciones generalizadas a los derechos humanos, le permite utilizar su memoria de género como forma de resistencia política.

Género y cambio social

Nacida el 5 de octubre de 1948 en una familia socialista de clase media, Luz de las Nieves Ayress Moreno fue un clásico “bebé rojo”. Sus abuelos militaron en los primeros sindicatos y cooperativas en las salinas del norte de Chile. Sus padres, Virginia Moreno y Carlos Orlando Ayress, fueron activistas igualmente comprometidos con el arte y la política y simpatizantes de la Revolución Cubana y de su visión del cambio revolucionario en América Latina. La familia se mantenía con el producto de una pequeña metalúrgica que fabricaba instrumental médico para laboratorios y hospitales. Como muchos pequeños fabricantes, los Ayress Moreno vivían cerca de su taller, en el barrio de clase obrera de San Miguel, en la zona sur de Santiago.
 Nieves Ayress estudió psicología en la Universidad de Chile, especializándose en desarrollo infantil. Convencida de que lo que América Latina necesitaba a fines de los años sesenta era un cambio radical profundo, luchó con dedicación para conseguir vivienda digna, alimento, obra social y educación para todos, más allá de raza, clase o sexo. Ansiosa por ser parte del movimiento internacional, viajó a dedo por Chile, Perú y Bolivia, contactándose con jóvenes revolucionarios de todo el Continente. Se unió al Ejército de Liberación Nacional de Bolivia del Che Guevara después de la muerte de su líder, trabajando con la guerrilla, aunque criticó su trato para con las mujeres. Al regresar a Chile en 1970 apoyó al gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende. En 1971 partió de Chile una vez más al ganar una beca para estudiar producción de cine y televisión en Cuba, pero regresó un año después para seguir sus estudios graduados en psicología infantil. Al mismo tiempo, comenzó a militar en La Legua, en la zona sur de Santiago. Este centro fabril prestó un apoyo tan sólido al gobierno de la Unidad Popular de Allende que los militantes hacían bromas acerca de que después de que el Ejército marchara sobre el palacio presidencial de La Moneda, se dirigirían a La Legua.
El 11 de septiembre de 1973, el día del Golpe de Estado, la broma se volvió trágicamente profética. En sus esfuerzos por liderar el derrocamiento de la democracia chilena, las fuerzas armadas y la policía, bajo las órdenes del General Augusto Pinochet, intentaron destruir toda posible oposición. Arrestaron a obreros, estudiantes, indígenas, militantes de base y a la mayoría de los funcionarios electos del Gobierno que habían derrocado. Golpearon a algunos hasta matarlos y se llevaron a otros a las afueras de las ciudades y pueblos, adonde los ejecutaron y los arrojaron a tumbas colectivas. Pero a pesar de la retórica militante en los meses que precedieron al golpe, la resistencia armada fue muy escasa excepto en muy pocos lugares, como La Legua. Cuando los militares atacaron el barrio, los obreros de la zona resistieron y el Ejército tuvo que replegarse después de sufrir pérdidas. Unos días más tarde rodearon el distrito, arrestaron a todos los activistas conocidos y a sus familias e intentaron averiguar si tenían armas almacenadas que pudieran utilizarse en el futuro. El golpe y el período que le siguió resultaron en la muerte de entre 5000 y 15.000 personas, la desaparición de casi 4000 y la detención y tortura de 50.000 a 150.000 habitantes, en una población que apenas superaba los 10 millones.2
Poco después del levantamiento armado, un vecino denunció a Ayress como militante de izquierda y los militares la interrogaron sobre un posible almacenamiento de armas y municiones. Le preguntaban acerca de los submarinos soviéticos en las costas chilenas y dónde planeaba la fuerza aérea rusa tirar las bombas “como si Moscú fuera a contarme sus planes”, comentó sarcástica Ayress más tarde (Res, 1977: 2). Afortunada sobreviviente, logró salir viva del Estadio Nacional, donde 25.000 personas fueron detenidas y en el que muchos -como Charles Horman, hijo, cuyo caso saltó a la fama por la película Missing- fueron asesinados (Costa-Gavras, 1982). Luego Ayress volvió a trabajar en el movimiento clandestino y junto a sus amigos de La Legua intentó descubrir la ubicación de las prisiones clandestinas del Ejército. Así, logró rastrear una en el área cercana a la iglesia de San Francisco, próxima a la Alameda, la avenida principal de Santiago.3
El comandante Alberto Esteban, un hombre que se presentaba como un revolucionario argentino, infiltró el grupo de Ayress y se ofreció entrenarlos para la guerra de guerrillas urbana y proveerlos de armas. A pesar de las objeciones de Ayress de que un levantamiento en ese momento estaba destinado al fracaso, once personas de su grupo lo siguieron. A fines de diciembre de 1973 aparecieron sus cuerpos, marcados por las cicatrices de la tortura. Ayress abandonó inmediatamente la Universidad y se ocultó con el nombre de “Valeria”. El 30 de enero de 1974, un mes después de que se descubrieran los cuerpos de sus compañeros, partió de la casa clandestina en la que se ocultaba y fue a visitar a su padre en la fábrica de la familia, cayendo en una emboscada. Se encontró al argentino Esteban y su tropa que tenían de rehén a su padre, su hermano de quince años y a varios empleados. Llevándose a los tres familiares, el grupo se dirigió al que luego se convertiría en el famoso centro de detención de Londres 38, a una cuadra de donde el grupo de Ayress había adivinado estaba la prisión clandestina. Y así comenzaron los 27 días de tortura intensiva.4
Ayress fue violada en grupo y mutilada mientras su padre y su hermano eran forzados a observar todo sin poder hacer nada. Luego, todos fueron torturados en forma simultánea y sus verdugos la amenazaron con que obligarían a su padre y a su hermano a violarla. Luego de simular que matarían a sus familiares, los soldados de hecho asesinaron a un joven de La Legua frente a ella, con la esperanza de hacerla hablar sobre posibles planes de resistencia. Luego los tres Ayress fueron trasladados junto a otras personas de La Legua a un campo de concentración cercano a una base militar. Allí fue torturada por más de un mes: la golpearon y le aplicaron la picana eléctrica en todo el cuerpo y le introdujeron roedores en su vagina a través de tubos. Fue colgada de sus propios brazos y piernas y obligada a comer excremento. La forzaron a realizar actos de sometimiento sexual con hombres y perros y yacía cubierta en su propia sangre, sin poder limpiarse mientras sus carceleros hacían comentarios groseros sobre su cuerpo (Edelman, 1975; Jacobson ,1976: 6; Ramos, 1992; Soria, 1998; Villalón, 1998; Weyland, 1999: B-2).
Lo que sucedió en los años siguientes se convirtió en parte de una historia de terrorismo de Estado que se diseminó por Chile, la Argentina y muchos otros países de América Latina, África, Europa y Medio Oriente en el último cuarto del siglo XX. Gobiernos autoritarios, con la esperanza de obtener información que les permitiría deshacerse de toda oposición, intentaron en forma sistemática deshumanizar a los prisioneros infligiéndoles tormentos insoportables. Incapaces de controlar sus funciones corporales, ridiculizadas por menstruar, infantilizados y dependientes de otros para sobrevivir, presos y presas apenas si eran capaces de pensar en otra cosa que en su propio sufrimiento, ya que la única facultad de pensamiento que quedaba se concentraba en su propia humillación. Demasiado avergonzados para admitir lo que les había ocurrido muchos hombres y mujeres guardaron silencio. La militante sudafricana Thenjiwe Mthintso recuerda: “tu sexualidad era utilizada para quitarte la dignidad, para socavar tu sentido del yo” (Krog, 1998: 179). Y la antropóloga y psicóloga danesa Inger Agger, que atiende a refugiados de campos de detención en Medio Oriente y América Latina, nos ha hecho tomar conciencia acerca de cómo, al cometer actos violentos que parecen sexuales, los torturadores intentan socavar el propio sentido de agencia y poder de sus prisioneros (Agger, 1994). Si, tal como sostiene Agnes Heller, es la vergüenza lo que hace que los niños se sometan a la dominación, aunque la fuerza no se ejerza directamente (Heller, 1985), es la fuerza en sí la que arranca a las personas de su contexto social, los desorienta y deshumaniza e inhibe su capacidad de aliarse con los demás. Para reorientar a las sobrevivientes traumatizadas, Agger las ayuda a recuperar las identidades políticas que alguna vez detentaron, relatando las historias de las que se enorgullecen, “historias que narran su intento por construir sociedades más equitativas y socialmente justas”. Nieves Ayress pudo hablar a pesar del dolor y los esfuerzos por humillarla, porque su subjetividad estaba enraizada en su sentido de comunidad y porque tuvo testigos que compartieron ese rasgo. Gracias al apoyo de su madre y de Inés Antúnez, Ayress asegura que jamás perdió contacto con el movimiento por la justicia social del que formaba parte.5

Revertir la vergüenza

De hecho, fue gracias a su capacidad para crear comunidades a las que podía pertenecer (incluso cuando estuvo incomunicada por tres meses), que Nieves Ayress logró combatir la vergüenza. Al igual que Alicia Partnoy, que fue torturada bajo las órdenes de la Junta Militar argentina (1976-1983), Ayress utilizó el lenguaje como una forma de conexión con la sociedad. Mientras estuvo en prisión, Partnoy recordaba las rimas infantiles que recitaba junto a su pequeña hija. Según Jean Franco, al repetir esos versos sin sentido también se dio “[a sí misma] el modelo que le permitió tanto sobrevivir como mantener el sentido de su propia humanidad y la de los demás, incluso al experimentar sufrimiento” (Franco, 1992: 112). Entre sesiones de tortura, Ayress cantaba para sí o le hablaba a objetos inanimados. Para ridiculizarla, los guardias se burlaban, preguntándole a quién se dirigía y ella solía responder: “La puerta, los barrotes, la ventana”. Como quien trata de permanecer alerta aunque esté borracha, ella se aferraba a su subjetividad fabricando relaciones sociales, aunque fuera con objetos inanimados. Elaine Scarry asegura que el dolor destruye el lenguaje de la víctima y Jean Améry -sobreviviente de la tortura nazidecía: “el aullido de dolor va en contra de la comunicación a través del lenguaje”; sin embargo, esta visión no representa a todas las víctimas (Scarry, 1985; Améry, 1998). Es evidente que para sobrevivir, Ayress necesitó comunicarse y dar testimonio. Todavía hoy lo hace, ahora en condiciones menos violentas.
A fines de febrero de 1974, después del primer mes de tortura, Ayress fue transferida por un breve período al Correccional de Mujeres de Santiago. Alguien, tal vez un miembro de la institución, hizo una llamada anónima a la madre de Ayress, Virginia Moreno, que había escrito decenas de cartas por día con la esperanza de encontrar a su esposo y a sus hijos. Después del secuestro, Moreno había enviado a sus otros cuatro hijos a vivir a casa de amigos en la Argentina, Cuba e Italia, mientras pasaba los días yendo de un lado a otro de la ciudad buscando información sobre el resto de su familia. Otros padres en Chile también buscaban a sus familiares desaparecidos, como la Agrupación de Familiares de Detenidos/Desaparecidos lo hacía en Chile, como lo harían más tarde las Madres de Plaza de Mayo y las Co-Madres en la Argentina y El Salvador. Esa llamada y el hecho de que Ayress hubiera sido trasladada momentáneamente a una prisión oficial en lugar de un centro clandestino le dio a Moreno la oportunidad que toda familia anhelaba: el poder interceder a favor de su hija, de dar testimonio por ella.
Ayress aprovechó el contacto limitado con otras prisioneras que le permitían en el Correccional de Mujeres y fiel a su consumada experiencia de organizadora política, relató el calvario que había sufrido durante un mes a Inés Antúnez, con quien ya había trabajado en diversos movimientos políticos. Aunque Ayress estaba débil y sufría de infecciones en todo su cuerpo, las dos mujeres decidieron que debía escribir su testimonio y que Antúnez -a punto de salir al exilio- se lo llevaría secretamente con ella. Antúnez viajó a Cuba vía la Argentina, donde contactó a Fanny Edelman, quien como Secretaria General de la Federación Democrática Internacional de Mujeres (WIDF), fundada originalmente por mujeres francesas sobrevivientes de campos de concentración nazi y de la Resistencia, encontró la forma de difundir el testimonio de Ayress. Inés Antúnez y Fanny Edelman dieron testimonio del sufrimiento de Nieves Ayress y atrajeron la atención internacional sobre su caso.
Cuando Ayress vio a su madre por primera vez el 8 de marzo de 1974, le contó lo que le había sucedido. Su madre se dirigió entonces al tribunal local de justicia criminal y presentó un recurso de hábeas corpus en nombre de su hija, a quien nunca habían arrestado o acusado formalmente. En ese escrito Virginia Moreno describió la tortura y la violación de su hija y aunque esta acción directa convirtió a Moreno en una formidable enemiga del régimen, su mayor logro fue el de difundir la historia del calvario de su hija en los periódicos extranjeros. Revirtiendo el orden generacional por el cual es costumbre que sean los padres quienes dejen sus recuerdos a los hijos, Moreno dejó registrado los relatos de tortura y prisión de su hija, dando testimonio público por ella. Las llamadas telefónicas anónimas de amenaza nunca la detuvieron y fue en gran parte gracias a sus esfuerzos que liberaron a su marido y a su hijo en mayo de 1976 y a su hija en diciembre de 1976.
 Al transformar la tragedia familiar en una épica nacional, Nieves Ayress y su madre revelaron las características de género de la represión política. El recurso de hábeas corpus presentado por Moreno brindó un relato detallado de la dimensión sexual de la tortura de su hija.6 El corresponsal del Washington Post en Chile, Joseph Novitski encontró el recurso -que aunque rechazado aún seguía archivado- y publicó el testimonio de Ayress en un artículo principal publicado en el Washington Post del 27 de mayo de 1974, donde describió algunos de los horrores de los que era responsable el gobierno chileno. Novitski recordó a sus lectores que “los cargos por tortura son difíciles de probar y las negativas de la junta militar son difíciles de evaluar ya que las víctimas han permanecido en su mayoría anónimas” (Novitski, 1974: A- 16). Por lo tanto, el testimonio de Ayress podía tener efectos devastadores para el régimen, pues suministraba una evidencia detallada de la brutalidad de los dictadores militares.
En un intento por controlar el daño a la imagen pública del régimen pinochetista, Rafael Otero, un columnista chileno destacado en Washington, respondió acusando a Ayress de haber ido a Cuba a estudiar ciencia ficción en lugar de cine. Bajo el seudónimo de Paz Alegría, Otero cuestionó las conclusiones y la evidencia presentadas por Novitski y luego simpatizó con las víctimas de violación quienes, según él, mantenían un silencio modesto en lugar de difundir las formas en que hombres perversos las habían humillado (Alegria, 1974; Otero, 1974). Ignorante de los artículos que salían en el periódico e interrogada por sus torturadores acerca de ellos, Ayress debió soportar una represión aún mayor como resultado de la misma difusión que probablemente le salvó la vida. Sin embargo, nunca dudó de la estrategia de su madre. Juntas, tanto Moreno como Ayress y Antúnez se negaron a permanecer calladas sobre lo que las Fuerzas Armadas chilenas habían hecho. Al detallar las atrocidades cometidas contra ella, estas mujeres revirtieron la vergüenza, devolviéndosela a la dictadura chilena a la que realmente pertenecía.
Las militantes como Nieves Ayress representaban un desafío único al orden que Pinochet pretendía establecer. A pesar de la represión generalizada, el gobierno pinochetista se sentía amenazado por cualquiera que representara una alternativa al régimen autoritario, por lo que arrestar a los miles de simpatizantes del antiguo gobierno jamás sería suficiente. Más que nada, Pinochet necesitaba neutralizar el poder de sus adversarios con la esperanza de convertirlos o de aniquilarlos. Ayress era líder de un grupo en La Legua y su negativa a seguir al Comandante Esteban, el agente provocador, la convertía en un adversario pensante y por lo tanto, de mucho cuidado. Dejarla libre significaba que podría convertirse en líder de un movimiento de oposición que era lo que el gobierno más temía. La tortura fue entonces una forma de marcarla como mujer vulnerable y dejarla fuera de la competencia por el liderazgo.
 La tortura sexual fue también una forma de quitarles a los hombres su capacidad de resistencia. Forzarlos a ser testigos pasivos -como sucedió con el padre y el hermano de Ayress mientras un miembro de su familia era torturado, en especial, una mujer o un niño-, debilitaba los sentimientos de autoridad que ayudaban a estructurar la identidad masculina en Chile en aquel período (Agger, 1989: 313; Goldblatt y Meintjes, 1996: 33). Asimismo, muchos de los propios prisioneros varones fueron obligados a asumir una condición sexualmente subordinada, similar a la de las mujeres golpeadas. El coito forzado, la violación anal y las constantes golpizas hacían que los varones sólo pudieran pensar en su propio cuerpo, mientras los comentarios de los torturadores sobre sus cuerpos incrementaban todavía más su vergüenza y el dolor físico bloqueaba su sentido del yo, interfiriendo así con su capacidad mental para resistir. Aislados de los demás, algunos llegaron a someterse a la autoridad dominante de los militares.
Aunque los objetivos de destruir a la persona y eliminar la oposición potencial pueden aplicarse por igual a varones y mujeres, la tortura sexual los afectó de forma diferencial (Franco, 1992: 104). Las mujeres en los campos de detención de América Latina experimentaron una forma de distorsión de género que exageraba la sexualidad que su socialización les había enseñado a ocultar. De acuerdo a Agger, se crea en las mujeres un sentimiento de culpa, porque la tortura que se les inflige “es la activación de su sexualidad para provocar vergüenza y culpa” (Agger, 1989: 313; Goldblatt y Meintjes, 1996: 33). Una mujer delgada recordaba cómo sus torturadores se burlaban de su cuerpo, porque no tenía grandes pechos y curvas generosas. Otra hablaba de cómo sus verdugos le decían que una mujer gorda como ella sólo se metía en política para conseguir un hombre (Agger, 1994: 72; Krog, 1998: 179). Casi todos los sobrevivientes recuerdan cómo los torturadores se mostraban asqueados por sus cuerpos sucios, olorosos y cubiertos de sangre (Agger, 1994: 71). Al reducir a las mujeres a meros cuerpos, considerando el cuerpo femenino como despreciable y sexualizando la violencia contra ellas, la inteligencia militar intentaba transformar la identidad de una mujer de militante política a víctima patética. Luego de sufrir esa vergüenza, las mujeres con frecuencia se sentían cómplices, como si hubieran aceptado la autoridad de sus captores en lugar de sólo sucumbir ante su poder. El restablecimiento de los lazos solidarios con sus aliadas políticas en la prisión y fuera de ella se convirtió así en un elemento esencial para preservar sus recuerdos de antiguas aspiraciones y reconectarse con identidades personales de las que se sentían orgullosas.
Incapaces de preservar su sentido del yo, tal como pudo hacerlo Ayress con el apoyo de su madre y de Antúnez, las refugiadas políticas que Inger Agger atendió en Dinamarca tuvieron que reconstruir sus aniquiladas identidades sexuales y políticas. Pero en lugar de intervenir para imponer sus propias interpretaciones de los recuerdos de quienes recurrieron a su ayuda, Agger intentó dar testimonio activo, tal como lo hicieron Moreno y Antúnez en el caso de Ayress. Como Agger tenía una sensibilidad especial en cuanto a la pérdida que experimentaban las mujeres activistas cuando se rompían los lazos con sus comunidades políticas, lo que hizo fue ayudarlas a despertar nuevamente los recuerdos positivos de solidaridad y sentido social de sus pasados militantes.
Según Agger, la recuperación requería que las sobrevivientes hablaran sobre los hechos que les provocaban vergüenza (Agger, 1994: 115). Sin negar los traumas que habían sufrido, se rehusó a reducirlas meramente a su dolor y ayudó a las mujeres exiladas a reconectarse consigo mismas como militantes políticas, acompañándolas para que recapturaran el orgullo que tenían de esa identidad. Para aquellas que habían sufrido, porque fueron compañeras o familiares de militantes políticos, las ayudó a crear una memoria histórica que las insertaba en una comunidad política. Promovió el relato de sus vidas con la esperanza de asistirlas en la reapropiación de un sentido de conexión con los demás. Combinando técnicas testimoniales con técnicas de concienciación, desarrolló las prácticas que algunas de las mujeres -a las que se les permitía hablar entre sí en los campos de prisioneras- adoptaron cuando pudieron describir lo que les había sucedido. A través de contar historias y dar testimonio, algunas mujeres -aunque no todas- pudieron limpiarse del sentimiento de vergüenza asociado con la mancha sobre su identidad femenina, vulnerada por las humillaciones sexuales de los torturadores (Agger, 1994: 122-23). En forma intuitiva, Nieves Ayress desarrolló algunos de los mismos métodos por sí sola. En su último año en prisión, organizó a las compañeras de prisión para hacer artesanías y establecer redes de apoyo para quienes agonizaban por las heridas y enfermedades contraídas en la prisión. En las conversaciones sobres sus vidas antes y después de ser capturadas, las mujeres que fueron parte de la última comunidad de Ayress en prisión lograron servir de testigos una de la otra. Algunas, como Ayress y la sobreviviente del centro clandestino Pilar Calveiro, pudieron afirmar: “alguien [sobrevivió] para dar testimonio y contar la historia; alguien… preservó la memoria de los campos de detención” (Calveiro, 1995: 114).
Como militantes políticas consumadas, Virginia Moreno y Nieves Ayress se rehusaron a permanecer calladas: difundieron los crímenes del gobierno pinochetista, haciendo hincapié en la naturaleza sexual de la violencia a la que Nieves se vio sometida, aunque ella y su madre se arriesgaran al oprobio público por hablar tan abiertamente sobre la tortura sexual. Al sexualizar a las prisioneras, las fuerzas armadas esperaban reducir a mujeres como Nieves Ayress a sus cuerpos maltratados y arrancarlas del cuerpo político, quitándoles su subjetividad e impidiéndoles resistirse activamente. Según un cálculo perverso, la violencia contra mujeres “inocentes” y modestas con frecuencia parece peor que la violencia contra mujeres “culpables”, como se define a aquellas con una vida sexual activa o comprometidas con la lucha política de izquierdas. Sin embargo, tal como increpó Moreno en una carta que escribió luego de visitar a su hija en marzo de 1974, “incluso si fuera culpable de los peores crímenes, no deberían haberla tratado como lo hicieron”.7 Negándose a que las autoridades privaran a su hija de su dignidad, Moreno en cambio sostuvo que habían sido los propios torturadores quienes se habían manchado al intentar humillar a su hija. Con un marido y dos hijos en manos del Ejército, Virginia Moreno igual se atrevió a revelar la brutalidad de la Junta que encabezaba Augusto Pinochet. Nieves Ayress y su madre se rehusaron a dejar que la Dictadura tuviera el poder de definir los estándares de comportamiento de género. Estaban decididas a demostrar que los militares no eran hombres de principios, sino monstruos que intentaban avergonzar y destruir a todos los que temían.

Dar testimonio

Difundir la historia de Ayress no sólo ayudó a salvar su vida al convertirla en una figura pública, sino que creó un lazo inquebrantable entre aquellos unidos por su testimonio. El relato pasó de su madre a Novitski y de Antúnez a Fanny Edelman y la WIDF. Edelman, una argentina con una larga trayectoria en los movimientos por los derechos humanos y la paz, sobre todo referidos a mujeres y los niños, asumió la causa de la resistencia chilena y se convirtió en una de las principales defensoras de Ayress. De hecho, muchas organizaciones de mujeres en Europa, Sudamérica y los Estados Unidos se enteraron por primera vez sobre la familia Ayress en un comunicado fechado entre el 18 y el 21 de febrero de 1975, leído ante la Tercera Sesión de la Comisión Internacional para la Investigación de Crímenes Cometidos por la Junta Militar de Chile. Edelman y la WIDF dieron a conocer su historia en un comunicado de prensa que incluía el testimonio completo de Ayress, titulado “La situación de las mujeres”.8 Para corroborar las pruebas proporcionadas por Ayress sobre las atrocidades del gobierno chileno, el informe de Edelman incluía evidencia adicional de un médico que trabajaba con la Asociación Internacional de Mujeres. Luego de examinar a algunas presas recluidas en el Buen Pastor en Santiago, notó que tenían marcas de quemaduras y heridas abiertas, claro indicio de que también habían sido torturadas (Edelman, 1975: 4). Junto con un grupo especial de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos y otras asociaciones de derechos humanos a los que había escrito uno de los hermanos exilados de Ayress, el comunicado de prensa de Edelman brindaba una prueba detallada sobre el terrorismo de estado en Chile. Al dar testimonio, Edelman y la WIDF ayudaron a mantener viva la historia de Ayress como un relato histórico de género de la dictadura de Pinochet y como un llamado a la acción contra esta última.
Tanto en Moreno como en Inés Antúnez, Ayress encontró quien la apoyara tanto en lo personal como en lo político, en una relación totalmente desinteresada. Cualquiera de estas dos mujeres podría haber negado la verdad de lo que ella afirmaba. Cualquier de las dos podría haber compartido su destino si el gobierno hubiera sabido el verdadero alcance de su apoyo. La solidaridad y el amor que ambas le demostraron deben haberla ayudado a mantener la sensación de que aún formaba parte de una comunidad. En aquel tiempo, cuando los únicos hombres que Ayress veía eran los torturadores, los guardias y los médicos que apoyaban al régimen, es posible que ella haya asociado a Antúnez y a su madre con una comunidad de mujeres. Sin embargo, es importante recordar que no todas las mujeres le habrían mostrado su apoyo: mientras Ayress permaneció en el Correccional de Mujeres de Santiago, estuvo bajo la estricta vigilancia de monjas chilenas, mujeres que jamás desafiaron la autoridad del gobierno ni a los torturadores.
La narración del coraje y el heroísmo de Ayress corroboran la fuerza de voluntad que le demandó recordar para dar testimonio como lo hace aún hoy, cuando muchos prisioneros borran por completo su memoria. Pilar Calveiro explica: “cuando un militante es capturado, no sólo pretende no saber, realmente olvida: se olvida de la información que podría poner a otra gente en peligro; olvida nombres, casas e incluso rostros. Pierde su capacidad de recordar información precisa, sobre todo la que tiene que ver con nombres y direcciones. Éste es un patrón recurrente entre los sobrevivientes” (Calveiro, 1995: 106). Sin embargo, es evidente que Ayress necesitó recordar para mantener la conexión y que tuvo la confianza suficiente en su capacidad para soportar la tortura sin traicionar a sus amigos y atreverse a mantener un registro histórico, no sólo de hechos específicos, sino de sus significados.
Ayress logró sobrevivir en la prisión hasta diciembre de 1976, cuando partió de Chile rumbo al exilio y una vez liberada reivindicó para sí su propia historia (Ramos, 1999). Por un tiempo viajó a Alemania, Italia, Cuba y México junto a sus padres, donde se presentaba a hablar en público cuestionando la declaración del gobierno chileno de que con ella y los otros 303 prisioneros que habían sido liberados de los campos de concentración chilenos el 8 de diciembre de 1976, todos los que habían estado detenidos quedaban libres (Jacobson, 1976: 6). Como sobreviviente, sus palabras tenían una autoridad especial, un hecho del que Pinochet debe haber sido consciente cuando ordenó a un vocero describirla como una “pobre criatura demente a la que no podía darse ningún crédito” (Jacobson, 1976: 6). Sin embargo, Ayress habló y demostró que no sólo no estaba loca, sino que tenía una excelente memoria y una voz potente.
 Dori Laub, sobreviviente y testigo de los traumas de otros, es un psicoanalista que ha dedicado su carrera a ayudar a los sobrevivientes del Holocausto a contar las historias detalladas del trauma que con frecuencia han ocultado a sus cónyuges e hijos. Laub cree que el trauma es un proceso continuo sin ninguna forma precisa y que éste sigue repitiéndose hasta que se lo externaliza y cobra forma en relatos o historias (Felman y Laub, 1992: 69).
Nieves Ayress, que se considera una militante víctima de la brutalidad de sus enemigos políticos, ha intentado dar significado a sus experiencias traumáticas insertándolas en historias específicas. Puntualiza sus relatos sobre los campos de la muerte refiriéndose a personas particulares, como el médico de la prisión que experimentaba sobre las embarazadas para ver cuánto dolor podían soportar o el médico de la Universidad Católica que la felicitaba por darle un hijo a la patria antes de que ella abortara espontáneamente el feto concebido como resultado de una violación grupal. Más que revivir el trauma, Ayress intenta documentar lo que ella y otros sufrieron para preservar las pruebas que un día podrían utilizarse contra Pinochet y sus secuaces en un tribunal.
Afirmar que Ayress fue capaz de preservar su voz no es lo mismo que decir que ella habla de la tortura y la degradación en un tono de voz normal. Aquellos que la hemos escuchado hablar sobre sus experiencias en persona o a través de vídeos, somos conscientes de las diferencias entre la forma en que se refiere a su vida como revolucionaria antes y después de estar presa y la forma en que habla sobre la tortura (Universidad del Estado de Nueva York, 1999). Resulta claro que disfruta al discutir las fortalezas y debilidades de los movimientos radicales de fines de los años sesenta y principios de los setenta y es rápida para cuestionar tanto la homofobia como el sexismo de la izquierda, mientras reflexiona sobre cómo algunos ideales culturalmente más radicales podrían haber ayudado a la izquierda internacional.9 Por el contrario, Ayress habla de la tortura como en un estado de trance, o como si estuviese leyéndolo de un libro. Las palabras se suceden sin ninguna inflexión, como es común en los testimonios de las mujeres golpeadas, los sobrevivientes del Holocausto o cualquier otra víctima de la tortura. No le resulta difícil recordar los crímenes por los que Pinochet es responsable. Narrar lo que sucedió en Chile durante los diecisiete años que duró la dictadura de Pinochet es para ella una forma de acción directa, inherente a su trabajo como militante de base y como feminista. Por lo tanto, se la ve ansiosa de contar su historia y hacer que otros cuenten la suya. En ese caso, su voz cobra un timbre más alto y habla rápido, sonríe y utiliza su cuerpo y sus manos para puntualizar lo que le parece más importante.
Resulta evidente que Ayress le ha impuesto una forma, una secuencia y un cierre al trauma que sufrió a manos de las fuerzas armadas chilenas. Pero ¿cómo pudo hacerlo cuando su suerte aún estaba en manos de los torturadores que podrían haberla ejecutado en cualquier momento, y si no tenía ninguna razón especial para creer que saldría con vida de prisión? Esto puede explicarse en parte volviendo sobre otro de los conceptos de Laub. Al hablar del Holocausto, asegura que muchos sobrevivientes se sienten culpables, como si ellos “y no los perpetradores fuesen responsables de las atrocidades de las que [fueron] testigos” (Felman y Laub, 1992: 80). A veces, ellos piensan que sobrevivieron a costa de otros y se odian a sí mismos por no haber sido capaces de salvar a sus amigos y familiares.
Gracias a sus fuertes convicciones políticas -derivadas de su familia y de sus propios compromisos para con el cambio social radical- Ayress parece no haber dudado jamás al considerarse una presa política. Consideraba que sus adversarios eran despreciables y, paradójicamente, no le sorprendía su salvajismo. Aunque el trato que le dieron fue inenarrable, ella fue capaz de narrarlo. La tortura en sí – pensada tanto para exagerar su sexualidad como para hacerla sentir antifemenina podría haberla hecho sentirse avergonzada, pero ella pudo revertir la vergüenza. Aún hoy habla de sus torturadores como monstruos y de sí misma como una militante revolucionaria que lucha por la justicia social. Ayress puede comprender el caso de otros, como una amiga de La Legua no pudo soportar el dolor y el abuso sexual y la identificó en una fotografía que la policía ya tenía de “Valeria”. Sin embargo, busca que los colaboradores, que cooperaron con las autoridades luego de quebrarse en la tortura, sean acusados, arrestados, juzgados y encarcelados por sus crímenes contra aquellos que murieron a manos de la dictadura de Pinochet debido a su complicidad.
Ayress, quien durante la conversación puede sonar desconcertada o furiosa cuando habla de los torturadores, deja entrever en cambio una furia ciega contra aquellos hombres que rechazaron a sus compañeras por haber sido violadas en prisión (Soria, 1998: 5). Lo que impulsa a Ayress es una indignación justiciera, que muchas veces va acompañada de un sentido irónico, no de vergüenza.
El segundo aspecto a resaltar de la historia de Ayress es su capacidad para crear testigos que den testimonio: Inés Antúnez y su madre, que transmitieron su historia desde la prisión; Novitski, Edelman y la Federación Democrática Internacional de Mujeres, que dieron a conocer lo que le había sucedido; los periodistas que la entrevistaron apenas salió en libertad y fue al exilio; los grupos de apoyo en toda Europa, América Latina y los Estados Unidos, con quienes habló después de su liberación; antropólogos como Ximena Bunster, quien en la década de 1980 dio a conocer su caso junto con otros que “sobrevivieron más allá del miedo” (Bunster, 1993); los periodistas del New York TimesEl Diario y Las Noticias ante quienes repitió su testimonio cuando Pinochet fue detenido en Londres para ser extraditado posiblemente a España. También estuvieron los estudiantes graduados y los historiadores como yo, a quienes les ha contado su historia. Y están quienes la escuchan cuando habla en público, o que leen sobre ella en trabajos como éste.
Quienes han trabajado principalmente con los testimonios de los sobrevivientes del Holocausto, hacen hincapié en hasta qué punto los sobrevivientes que pasaron por el trauma guardan silencio, sin voluntad y sin poder contarle a nadie lo que les sucedió con exactitud. Sin embargo, a pesar del costo personal, Ayress ha insistido en relatar su historia. Inés Antúnez podría haberse rehusado a creerle; podría haberla reconfortado y haber esperado antes de hacer algo y estar ella misma a salvo en Cuba. De hecho, tanto ella como Ayress se arriesgaron a sufrir tormentos inimaginables si alguien hubiese encontrado el testimonio escrito que Antúnez sacó secretamente de la prisión. Pero es evidente que ambas mujeres creían que transmitir el testimonio directo de Ayress era una acción política necesaria en la lucha contra Pinochet y los militares.
La madre de Nieves, Virginia Moreno, arriesgó la vida de toda su familia para brindar pruebas concretas contra Pinochet. La descripción de la tortura sexual que soportó su hija era parte del llamado de atención sobre el régimen. Ni ella ni su hija sabían al principio dónde tenían a su padre y a su hermano, ni siquiera si aún estaban con vida cuando Moreno presentó el recurso de hábeas corpus. Laub asegura que a veces los testigos se sientes impotentes y descargan su enojo contra aquellos a los que no pueden ayudar. Sin embargo, al parecer Moreno jamás dudó, tal vez porque a su vez tenía su propio testigo, su hermana menor, Amalia Moreno. Amalia, modista y sindicalista que luego también habría de caer presa, estuvo allí para dar testimonio de los horrores que su hermana relataba todos los días. Aunque Virginia a veces lloraba de rabia al regresar a casa después de visitar a funcionarios que no la ayudaban a liberar a su esposo y a sus dos hijos, ella reprimía su furia cuando estaba frente a las autoridades. Pero la primera vez que Moreno vio a su hija en prisión y supo que estaba embarazada como resultado de la violación grupal a la que la habían sometido, Moreno se lamentó: “¿De qué sirve esta vida de mierda si no puedes ayudar a los que amas?” (Ramos, 1999: 16). Luego se preparó para luchar, se sobrepuso rápidamente a su impotencia y tuvo la audacia de ir a los tribunales con la historia de su hija. A pesar de enfrentarse a la humillación, al ridículo y a la muerte, se convirtió en la principal defensora pública de su hija, aunque jamás mencionó el embarazo que terminó en un aborto espontáneo al mes siguiente.
 La tercera razón por la que el testimonio de Nieves Ayress se ha mantenido vivo es porque ella lo vuelve a insertar una y otra vez en campañas políticas contemporáneas. Una parte esencial de sus opiniones actuales sobre la justicia social está basada en su feminismo, aunque éste no formaba parte de la conciencia política de los movimientos radicales latinoamericanos de los años 60 y 70. Sin embargo, Chile había tenido un movimiento feminista importante que es posible haya continuado resonando en la cultura chilena. Ante todo, el Movimiento de Mujeres de Chile (MEMCh) tuvo tanta influencia sobre la izquierda en los años treinta y principios de los cuarenta que incluso el Partido Comunista chileno trató de convertirlo en una comisión auxiliar. Pero el MEMCh desapareció a principios de la década de 1950, víctima de la misma represión que sufrió la izquierda chilena después de 1948, cuando Chile experimentó su propia versión del macartismo (Rosemblatt, 2000: 111-15). Es posible que Virginia Moreno y su hermana Amalia hayan estado cercanas al MEMCh en algún momento, aunque se habrían proclamado socialistas más que feministas. Sin embargo, Ayress afirma que en Bolivia ella se indignó, porque sólo las esposas y las novias de los guerrilleros alcanzaban puestos importantes dentro de la organización y se suponía que las mujeres debían reconfortar a los varones revolucionarios a través de la comida y el sexo. Ayress recuerda que algunos guerrilleros incluso la acusaron de querer destruir intencionalmente al movimiento con sus constantes demandas de igualdad de género. Al preguntársele por los orígenes de su feminismo, afirma que lo aprendió de su madre, que trataba a todos sus hijos por igual.10
No tengo dudas de que Virginia Moreno era una militante de la igualdad. También creo que Ayress, como la primogénita de seis, ocupaba un lugar especial en el corazón de su madre y lo siguió haciendo mientras estuvo en prisión. Incluso si Ayress no tuvo un contacto directo con la Federación de Mujeres Cubanas cuando asistió a la universidad en La Habana en 1971, es probable que hubiera estado al tanto del creciente compromiso de ese movimiento con el control de la natalidad, el aborto y las leyes de divorcio progresistas que se cristalizaron en el Código de Familia de 1975. También es probable que luego de su liberación en 1976, el contacto con un mundo más amplio de feministas en Europa, América Latina y los Estados Unidos intensificara su conciencia del carácter específico de género de la tortura sexual que había sufrido. Creo que la conciencia feminista le brindó a Ayress un contexto en el cual pudo insertar su sufrimiento y la ayudó a encontrar otro sentido a lo que le había sucedido.
El modo en que Nieves Ayress da testimonio complacería a la poeta sudafricana y comentadora de radio Antjie Krog. Al hablar de sus esperanzas para la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en su propio país, Krog reflexionó sobre lo que ésta podría lograr si se preocupara por “la compilación más amplia posible de las percepciones, historias, mitos y experiencias de la gente, [que podría haber] escogido restaurar la memoria y promover una nueva humanidad”. Ella creía que de esa forma la comisión lograría hacer “justicia en su sentido más profundo” (Krog, 1998: 16). Al dar testimonio -tanto en el sentido de testimoniar como en el de ser un testigo moral-, Ayress ha construido una historia de identidad política y sexual, manteniendo una memoria del pasado que reconoce lo que ella y otros soportaron a través de la solidaridad. En un esfuerzo por preservar un relato histórico en el que no sólo ofrece una crónica de las atrocidades, sino que explica el significado de los hechos, Ayress ha contado en repetidas ocasiones su historia, en especial haciendo hincapié en las continuidades, incluyendo su propio trabajo como una militante feminista de base.
Quisiera agregar una acotación final. Si testificar sobre el propio sufrimiento puede convertirse en una acción de resistencia política, ¿qué podemos decir de la necesidad, del deseo o la voluntad de los historiadores de registrar dichos testimonios y analizarlos? Debo confesar que en este punto me siento algo incómoda. Ayress emplea un tono de voz monótono al hablar de la tortura y yo escribo sobre ella en voz pasiva. El espantoso sufrimiento que debió soportar fue parte de la razón por la cual los periodistas se interesaron en ella y muchas de las entrevistas que concedió después de su liberación pueden haber provocado respuestas voyeuristas y pornográficas. Mientras Ayress estaba en prisión, Virginia Moreno tuvo que correr ese riesgo para atraer la atención pública necesaria para salvar la vida de su hija. Todos los testigos e historiadores de los abusos contra los derechos humanos deben decidir cuántos detalles son necesarios. Los relatos detallados transforman las acusaciones generales contra gobiernos autoritarios en censuras específicas. Así, la lista de crímenes -con frecuencia sexuales- brinda las pruebas que podrían utilizarse en una corte si los quinientos miembros de la policía secreta que administraban los campos de detención y todavía permanecen en servicio activo en Chile fuesen llevados a juicio por sus crímenes. En la medida en que la justicia implica la exposición pública de los criminales, aquellos que han sufrido graves abusos contra sus derechos humanos deben documentar esos abusos, si está a su alcance.
Hablar del sufrimiento, en particular referido a la violencia sexual, es particularmente difícil, tal como lo demuestra muy bien la historia de silencio en torno a la violación. Y no queda claro aún cuánto debe saber el público. Es posible que los profesionales que se dedican a asistir a las víctimas precisen los detalles para poder ayudarlas a externalizar los sentimientos que subyacen a sus traumas, pero ellos ofrecen algo inmediato a cambio. El psicoanalista Dori Laub sostiene que es necesario contar con un testigo que simpatice emocionalmente para avanzar en el proceso de dar testimonio sobre el trauma. Pero el crítico Dominick LaCapra nos previene que como académicos y escritores, sólo somos testigos secundarios (Felman y Laub 1992: 10; LaCapra, 2001: 97). Ver o escuchar las entrevistas a los sobrevivientes, o leer artículos como éste nos da información sobre el pasado, pero la mayoría de nosotros simpatiza desde lejos. ¿Es preciso un detalle pormenorizado de los hechos que subyacen al trauma? LaCapra piensa que los académicos funcionan, en el mejor de los casos, como testigos expertos que ofrecen un contexto para un conjunto de ideas e interpretaciones variadas. La crítica Kalí Tal va aún más allá en su preocupación por comprender el trauma y a sus sobrevivientes en un contexto político. Más importante aún, su interés se centra en explicar cómo la forma de otorgar sentido a los hechos traumáticos forma parte de un proceso político mayor en el que todos nosotros estamos muy implicados (Tal, 1996: 49-59).
Cuando Pinochet fue arrestado en Londres el 16 de octubre de 1998, Ayress de inmediato contactó a la prensa de habla hispana en Nueva York y encontró un nuevo público para su historia de tortura y supervivencia. “Mucha gente, en especial los jóvenes y los políticos chilenos no sabían [acerca de los abusos contra los derechos humanos] o no querían recordar. Pero cuento esto para que no vuelva a suceder nunca más en ningún lado y para que la gente comprenda lo que es una dictadura militar” (Ramos, 1998: 16). A pesar del dolor evidente que vuelve a sentir al hablar de la tortura, Ayress busca esa difusión porque la suya es una historia de solidaridad y resistencia femenina y porque los detalles de su caso constituyen pruebas contra Pinochet. Sin el impacto y el dolor que provocan estos detalles, su testimonio se confunde con tantas otras historias de violencia sexual y actos abominables cometidos a lo largo del siglo, que resultan muy duros incluso para que lo soporten quienes son simpatizantes de estas causas.
Los periodistas probablemente ocupan un lugar en el proceso de documentar lo que los regímenes autoritarios han estado haciendo en los últimos treinta años, pero ¿cuál es el papel de los estudiosos? Sin tener delirios de grandeza, algunos escritores y académicos desean contribuir con las luchas por los derechos humanos y la igualdad de género recolectando historias orales y testimonios de aquellos que han logrado sobreponerse al dolor, la vergüenza y el miedo a la muerte para luchar contra la represión política y sexual. Y es aquí donde la interrelación entre quienes hablan y sus públicos se torna tan importante. Como la mayoría de los historiadores que trabajan con la oralidad, me preocupa tomar los testimonios de las personas sin darles algo a cambio. Sin embargo, para Ayress eso no es un problema. Ella me cuenta sus historias tal como lo ha hecho con otros testigos, para transmitirlas como una forma de crear comunidades de personas comprometidas con la lucha por la justicia social.
Ese proceso nunca fue tan visible como en el período posterior al 11 de septiembre de 2001. Cuando Nieves Ayress y yo finalmente pudimos comunicarnos por teléfono esa noche después de que dos aviones impactaran sobre el World Trade Center en Nueva York, compartimos nuestras experiencias. Ella se había despertado esa mañana sintiéndose deprimida por el aniversario del golpe de estado de 1973 en Chile. Al día siguiente nos encontramos mientras algunas de sus vecinas inmigrantes intentaban encontrar a sus maridos y amigos que seguían desaparecidos, porque trabajaban en el World Trade Center. Al horror de las desapariciones se sumaba la ausencia de registro de que efectivamente trabajaban allí, ya que eran trabajadores indocumentados. En las semanas siguientes, compartimos la preocupación por las leyes antiterroristas y el predicamento de quienes vivían en el barrio y no tenían los documentos de inmigración legales. El creciente poderío de la policía y la reducción de los derechos civiles para los inmigrantes nos retrotraían a otros períodos represivos que Ayress ya había experimentado en carne propia. No acostumbrada a permanecer inactiva, Ayress organiza a su comunidad e intenta dar a conocer lo que sucede a su alrededor. Me convence para que asista con ella a las reuniones y porque somos muy amigas y cree que soy alguien que tiene acceso a personas como ustedes, me cuenta las historias que desea que yo transmita. Nieves Ayress siempre ha considerado el dar testimonio sobre su vida y sus percepciones como una forma de acción directa. Ahora me considera a mí como una más en una larga lista de testigos que dan testimonio de sus luchas.

Notas

1 Agradecimientos: Amigos y colegas muy cercanos me han ayudado a pensar sobre las ramificaciones políticas de la memoria histórica. Le debo mucho a Laura Kopp por su ayuda en la investigación y a Mary Marshall Clark, Marianne Hirsch, Brooke Larson, Robert G. Moeller, Amalia Moreno, Margot Olvarria, Grey Osterud, Margaret Power, Margarita Romano, Bennett Sims, Valerie Smith, Heidi Tinsman, Barbara Weinstein y a un lector anónimo. Principalmente le estoy agradecida a Nieves Ayress.

2 Estas cifras están aún en debate, ya que los distintos grupos cuantifican el terrorismo de Estado de diferente forma y porque muchas desapariciones y muertes todavía no han sido informados. La Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación nombrada en 1990 fue autorizada a incluir sólo aquellos que habían muerto en forma violenta entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990. La Comisión ubicó la cifra de los asesinados en 2279. Pero el conteo oficial es de 3236, que incluye a 957 personas cuya muerte no se atribuyó a causas políticas, o para quienes la Comisión no encontró información suficiente (Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, 2 vols., Santiago, Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, 1991, vol. 2, págs. 883-885. También existe una versión en inglés, Report of the Chilean National Commission on Truth and Reconciliation, 2 vols., traducción de Phillip E. Berryman, introducción de José Zalaquett, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1993; para las estadísticas, véase vol. 2, págs. 899-904). Las cifras sobre cantidad de muertos proporcionadas por los defensores de los derechos humanos y la Agrupación de Familiares de Detenidos/Desaparecidos son más altas y también incluyen al gran número de detenidos y torturados (Conferencia de Pedro Alejandro Matta, sobreviviente de la tortura, al Council for International Exchange Seminar, Santiago, junio 19, 2000).

3 Entrevista personal con Nieves Ayress, Washington, D.C., enero 20, 2001.

4 Entrevista personal con Nieves Ayress, Nueva York, diciembre 16, 2000.

5 Entrevista personal con Nieves Ayress, Nueva York, enero 9, 1999.

6 Archivos de la Fundación Vicaría de Solidaridad, PA 12-03-74. Virginia Moreno, “Copia exacta del original manuscrito entregado el 11 de marzo de 1974″.

7 Archivos de la Fundación Vicaría de Solidaridad, PA 06-03-74. Carta de Virginia Moreno Ayress para Raquel Lois, Visitadora Social Nacional, Secretaría de Detenidos, Ministerio de Defensa Nacional, con fecha del 14 de marzo de 1974.

8 El comunicado de prensa de cuatro páginas, cuya copia fue distribuida por la propia Nieves Ayres a fines de octubre de 1998 luego de la detención de Pinochet en Londres, apareció primero bajo el nombre de Fanny Edelman, Secretaria General de la Federación Democrática Internacional de Mujeres.

9 Entrevista personal con Nieves Ayress, Nueva York, 10 de agosto, 2001.

10 Entrevista personal con Nieves Ayress, Nueva York, 9 de enero, 1999.

Referencias

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