El problema es que Almagro no sólo es hijo putativo de Mujica y del Frente Amplio uruguayo sino también del Pentángono, y donde manda capitán no manda marinero. Por lo tanto, ahora que las embestidas de la OEA contra Venezuela van "in crescendo", hasta el propio Mujica (pícaro como es dentro de su doctrina de “como te digo una cosa te digo la otra”), también ha necesitado correrse a un costado, no sin antes perdonar los dichos del alcahuete de los gringos señalando que "Almagro no es ningún traidor, es abogado, un esclavo del derecho”. En fin, un pusilánime, pero “nuestro pusilánime”.
Como no se debe sentir muy a gusto con retractarse, Mujica hizo lo que Almagro vienen promoviendo: denostar públicamente a un presidente al que Mujica (ex tupamaro arrepentido y traidor indisimulado de los principios revolucionarios que en los 60 levantara Raúl “Bebe" Sendic) no le llega ni a la suela de sus zapatos. “Maduro está más loco que una cabra”, declaró insolente, sumándose al coro de hostilidad que sufre Venezuela bolivariana día a día. Y semejante confesión provocó enseguida que toda la prensa reaccionaria del planeta (desde el ABC, El País y El Mundo de España, los medios gusanos de Miami, pasando por El Universal y El Nacional, de Venezuela) reprodujeran sus palabras reafirmando la “valentía” de haberlas pronunciado en esta ocasión.
Era hora que sucediera, y que se terminara de esta forma con los encubrimientos autistas que muchos hicieron de un personaje que dejó hace mucho tiempo de ser lo que era, y pasó a ser una mala caricatura de sí mismo. Ni Tupamaro, ni progresista ni mucho menos guerrillero revolucionario. Los verdaderos luchadores son los que reivindican el combate toda la vida, no los que agiornan su pensamiento y lo convierten en un cambalache ideológico.
Mujica, antes de decir lo que dijo ahora, había gobernado a favor de las multinacionales, coincidió con Tabaré Vázquez en entregar el Uruguay a las pasteras y las megamineras, convocó en el lujoso hotel Radison de Punta del Este a empresarios argentinos que en su momento le hacían la guerra al gobierno kirchnerista y les ofreció invertir en Uruguay donde “nadie” les pondría retenciones, recibiendo múltiples elogios de lo peor de la oligarquía bonaerense por ese gesto. Tanto que varios de esos ejecutivos declararon que sin dudarlo cambiarían a Cristina por Mujica. No es de extrañar, a los burgueses argentinos (hoy en el gobierno junto a Mauricio Macri) les venía como anillo al dedo un presidente como Mujica que negoció en secreto con EEUU un tratado nefasto como el TISA, que tanta contestación recibió por parte de los trabajadores estatales latinoamericanos.
Pero hay más, Mujica jamás hizo un gesto positivo hacia el juzgamiento de los militares genocidas. No sólo eso, junto con su colega Fernández Huidobro (su ministro de Defensa y también ex tupamaro) hicieron todo lo posible para exculpar a los torturadores porque ya “son viejitos”.
Sin embargo, hasta ahora, parecería que nadie quiso darse cuenta de quien es Mujica y constantemente frente a las pocas voces críticas que se levantaban (entre ellas, la de los auténticos tupamaros que lo conocen muy bien), se imponía esa imagen de anciano bonachón, capaz de decir tonterías o lanzar exabruptos, que siempre eran festejados o perdonados. Un día aspiraba a Premio Nobel de la Paz, otro se convertía en protagonista de una película de Kusturica, o se presentaba como “vasco” para hablar de los bombardeos a Guernica, o posaba muy campante, en su “humilde chacra” con el ex Rey Juan Carlos. Todo por el mismo precio.
A tomar nota: Mujica no es lo que era sino lo que es ahora. Suele pasar con algunos que en sus años mozos adoptaron posiciones combativas y con el correr del tiempo se convierten en sombras de su propio pasado. Hoy, José Mujica cree que Maduro es un “loco", exactamente lo mismo que opinan: John Kerry, Barak Obama, Mauricio Macri, Alvaro Uribe Vélez, Luis Almagro, Ramos Allup y toda la oposición venezolana. Y en función de ello, convocan a derrocarlo.
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