Multiuniverso

Por David Porcel

Me pregunto si una historia de la filosofía bien contada debería comenzar por cuestionar los principios antropocéntricos con los que se han construido la mayoría de historias de la filosofía. Para empezar, suponer que la belleza, o la verdad, o el bien, están ahí para ser vistos, comprendidos o estimados por el ser humano es de lo más antropocéntrico que puede decirse, más vanidoso todavía que decir que el universo puede ser asimilado o que si algo escapa a nuestro control es porque no ha pasado el tiempo suficiente. Y el caso es que, en cualquiera de sus formas, este antropocentrismo aberrante se halla todavía incrustado en nuestro lenguaje, por ejemplo, en el del historiador que confía que el progreso de la humanidad nos aleje del mal y la codicia; en el del hombre de ciencia, que con cada descubrimiento celebra todo lo que sabe frente al ignorante o el bobo; o en el del padre, que satisface su ego pretendiendo hacer de su hijo un ser perfecto y sin defectos.

Y así es como hay historias de la filosofía que se han construido sobre la base de que, desde sus comienzos, el universo se ha formado a la medida del ser humano y que, por ello, tenemos de antemano garantizado el éxito para entrar en él y conquistarlo. Sin embargo, ni el universo se ha hecho a la medida de lo humano ni la medida de lo humano garantiza que podamos comprender el universo. Es por ello por lo que, quizá, en lugar de armarnos con métodos y enseñanzas con vistas al control y la conquista podríamos mirar más a nuestro alrededor y, simplemente, ver que hay tantos universos como formas de vida existen fuera.