El siguiente artículo, bien pudiera etiquetarse dentro de la serie de "Mundo Moderno", pero las categorías son lo de menos, hoy me interesa hablar de la ciudad de Beijing a lo largo del periodo que en Occidente define la Edad Moderna.
Beijing, es la capital de los emperadores manchués, de hecho su nombre significa capital del Norte Nanjing, es la capital del sur, que si bien ha desaparecido en China, si que se conserva en Japón. Durante la mitad del año la capital del norte es azuzada por duros y frios vientos de montaña, y suele ser salpicada por el hielo y la nieve.
Aun así, tenía en el siglo XVII 2 o incluso 3 millones de habitantes. Es interesante el dato si pensamos que en Castilla, en el siglo XVII, existía la matizable cifra de 8.900.000 de habitantes. Pese al frio la gente aguantaba, entre otras cosas por que en China se utilizaba para calentar las estufas, el carbón mineral, y no vegetal. El descubrimiento de los rendimientos del carbón vegetal fue uno de los múltiples impulsos de la revolución industrial en Europa.
Además de las estufas, la gente se abrigaba como podía. El recurso más habitual eran las pieles. Está claro que los ricos siempre las usaron con más frecuencia, sobre todo la de martas cibelinas, pero también es verdad que la piel de cordero estaba al alcance de una gran mayoría. En definitiva ricos y podbres forraban las prendas de invierno de cuero, y aun así cuentan los viajantes europeos del período, que el frio se calaba en los huesos de manera insoportable.
Pero el frio, no solo es una incomodidad que provoque enfermedad, también provoca sed. Como vimos en anteriores artículos, las grandes capitales sufrían casi todas problemas de abastecimiento de agua. En Beijing el río que abastecía la ciudad se congelaba durante 5 meses.
Pero si en un periodo del año el abastecimiento de agua es un problema, en otro son las crecidas. Me explico. Pekín se extiende por dos partes diferenciadas, la parte vieja y la parte nueva. Cada zona estaba franqueada por una puerta y en medio existía una gran llanura donde confluían las carreteras imperiales. Esta llanura baja se encontraba al acecho de los vientos, pero también de las inundaciones, merced de las crecidas del Peiho y sus afluentes, que solían romper los diques que reconducían el agua a la ciudad cuando se congelaba el río principal. Hablamos de inundaciones kilométricas.
La zona nueva de la ciudad estaba más resguarda, más al sur, y se unía a la ciudad vieja por el lado norte. en esta zona nueva se radicaba el palacio imperial, justo en el centro del ordenamiento urbano. Éste palacio sufrió muchas afrentas aunque los chinos solían repararlas con prontitud.
La existencia de dualismo urbano, tiene su sentido. En el periodo Ming la ciudad vieja se había quedado pequeña, así que se comenzó la construcción de una parte sur. No obstante con la invasión tártara la cuestión de la división quedó reducida a un concepto racial: tártaros en la ciudad antigua y chinos en la nueva.
En cualquier caso, todas las calles tenía su nombre. Éste solía venir de la gente que vivía en el lugar, por ejemplo Calle de los familiares del rey, de los leones de hierro, del pescado seco, de los parientes del rey etc. Eran calles amplias, llenas de gente, tanto en el centro como en los arrabales como nos cuenta Magaillans o P. de Halde. Y es que la calle es una espacio público, lleno de vida. Se juega a los cubiletes, se canta y se lee, se cuentan historias, se venden remedios etc. Pero la masiva utilización de la calle se debe a que, siendo una ciudad del tamaño de Londres, en 1793 estaba más poblada que éste.
Con una ciudad tan poblada pero poco extensa, las casas alcanzaron, ya desde época muy temprana, una gran altura, alcanzando con facilidad las 5 o 6 plantas. Los ricos por supuesto, tenían grandes casas y palacios, pero sus lujos, más que al exterior, se orientaban hacia el patio interior, ya que era indecente mostrar más lujo que el emperador. La calle además era del pueblo, del comercio, todo lleno de artesanos y tenderetes, comercios, cargadores de fardos.
En una ciudad tan poblada también existía el problema de la pobreza. en el siglo XVII había unas 1000 familias dedicadas a vender cerillas, según testigos oculares europeos. Otros tantos vivían de puestos ambulantes de sopas de hierbas. Y también había otras personas que reciclaban lo encontrado en la calle para darle un último uso. Dice un proverbio chino, que allí no hay nada abandonado.
Había pues un mundo de pobreza tangible, que contrastaba y mucho con la escena imperial. EL palacio imperial, reconstruido tras 1644, quedaba aislado por murallas de la ciudad. Murallas rojas de ladrillo con un profundo foso. en el interior la ciudad prohibida, o Amarilla, y allí vivía el emperador, es su microcosmos de rigor y tradición. Todo en esa ciudad tenía un nombre y una función casi ritual. Hoy día se maravilla el mundo de sus salas, cuando la verdadera maravilla era la actividad realizada en su interior.
En definitiva, una ciudad, masiva, con contradicciones, pero viva, tanto en el recuerdo como en el presente.