Toda su ciudad en miniatura se sostiene gracias a las termitas obreras, que mascan la madera muerta de las raíces de encina, la digieren y pasan los nutrientes boca a boca a las demás castas, cuyas mandíbulas son demasiado débiles para raer el leño. Pero, como todos los animales, las obreras no pueden digerir la celulosa, principal componente de la madera. Tal labor corre a cargo de los microorganismos que llenan el tubo digestivo de estas "hormigas blancas", y el más importante de estos microbios parece ser el del dibujo: una gran célula que nada batiendo cientos de flagelos, que no puede respirar oxígeno (carece de mitocondrias) y que engulle sin cesar trocitos de madera. Este pequeño monstruo, Trichonympha, convierte la celulosa en nutrientes más simples que la termita ya puede asimilar. A su vez, Trichonympha no podría hacer esto sin la ayuda de un tipo especial de bacterias que viven dentro de él fermentando celulosa. En su exterior hay otras bacterias con forma de sacacorchos que se agitan sin cesar; son las espiroquetas, y quizás algunas sean responsables de que las termitas puedan fijar nitrógeno del aire, una habilidad tan crucial como rara en la naturaleza. Además, las termitas producen gas natural (metano) porque albergan a microorganismos metanógenos, al igual que hacen las ovejas y demás rumiantes. Realmente, las termitas no serían nada sin sus socios microbianos: sin ellos, mueren.
Asumimos normalmente que un individuo es fácil de distinguir, pero, ¿qué hay de una termita obrera? ¿Es un solo individuo? Más bien una multitud de individuos de distintas especies, que dependen entre sí de maneras tan complejas que da qué pensar... Porque el cuerpo de un animal sobrevive a base de coordinar las relaciones mutuas entre células hermanas, de la misma especie, pero las termitas han avanzado por un camino más difícil aún: sobrevivir concertando la actividad de células de distintas especies. ¿A dónde las conducirá este sendero evolutivo?