Munich

Por Maria Mikhailova @mashamikhailova

Siempre me ha gustado viajar. Algunos sitios los repito, porque creo que te dan una perspectiva nueva de la ciudad o del rincón que visitas… las estaciones cambian y las ciudades se transforman. También nosotros cambiamos y las ciudades muestran otro rostro. Las circunstancias, el entorno, el estado de ánimo, de salud, incluso de dinero. Las ciudades viven y se vuelven diferentes con el paso del tiempo, al igual que personas.

Volví a Munich después de casi dos años de vivir en esa ciudad, de haberme sentido muchas veces cansada, incomprendida, extraña, perdida, preguntándome cuál era mi lugar. Y ahora que he vuelto como turista, por fin la disfruté. El buen tiempo también ayudó, todo hay que decirlo. Pero no es lo mismo vivir en un lugar que venir de visita. Para realmente disfrutar de una ciudad como residente a veces no son suficientes unos meses o siquiera años. Algunas ciudades, además, se resisten más a ser adiestradas, y este al parecer es el caso de Munich.

El turista viene despreocupado, con ganas de conocer lo superficial, pues sabe que no tiene tiempo suficiente para adentrarse ni captar la esencia del lugar que visita. Le llegan sonidos, olores, edificios, los transeúntes, las calles y plazas… todo es nuevo y todo tiene el encanto de lo desconocido por descubrir. A un turista no le importa si no se funde con la ciudad, pues tiene un estatus adquirido por derecho propio como trabajador de vacaciones que es, y todo debe ser positivo, todo es diversión.

Pero no todas las ciudades son iguales. Al igual que personas, las ciudades viven y respiran, a veces están cansadas, otras veces les apetece jugar, pueden mostrarte su mejor cara o abofetearte con una lluvia inesperada en el momento menos apropiado. Las ciudades te dejan siempre algún recuerdo, te guste o no.

Munich es una ciudad de otoño. Mientras viví allí adoraba la llegada de la primavera, pues la urbe se volvía verde y tras un largo invierno el sol comenzaba a brillar tímidamente. Los días eran cada vez más largos, la brisa gélida se volvía dócil y las bicicletas revolucionaban sus calles. Mientras fui parte de esta ciudad, amé la primavera en Munich.

Como turista me enamoró su otoño. Munich se vuelve elegante con los mantos amarillos de hojarasca en sus parques y perfectas plazoletas que surgen en cada rincón de la ciudad. ¿Cómo no me había fijado antes en sus plazoletas improvisadas, sus calles casi perfectas y anchas, los edificios de colores pastel formando filas de casitas de juguete ordenadas por algún niño alemán muy obediente?

Los viejos vagones de metro, con su específico olor, podría sentirlo incluso manteniendo los ojos cerrados. Al cabo de dos años, cuando por fin tuve que abandonar ese lugar, al volver allí meses después, me di cuenta de que era una ciudad bella. Cierto es que al despedirme sentí cierta nostalgia, abandonaba aquella urbe en uno de sus veranos más calurosos. Subida a la colina del Parque Olímpico en un día irrespirable de agosto, presenciando un hermoso atardecer coronado por la torre de la TV muniquesa, le dije adiós, dejando atrás sus edificios antiguos y equilibrados formando patios geométricos a caballo entre marrón claro y beige, sus tejados rojizos en forma de pico, sus iglesias católicas y austeras salpicando la urbe aquí y allá; a la derecha, un poco más cerca el original museo BMW formando un cilindro que saluda la prosperidad y el progreso, más lejos el iluminado en rojo cinturón del estadio Allianz-Arena – espacio de adoración de los bávaros, después de sus obligatorios Biergarten claro –  alzándose los montes al fondo, de un azul pálido, anticipando tal vez el final del verano.

La ciudad cambió para mi. Volvía a ser turista disfrutando de su orden, su aparente tranquilidad alemana en cuyo corazón laten pasiones, sus apacibles, indiferentes habitantes, su idioma cada vez más comprensible para mis oídos… Munich volvía a sonreír, tal vez porque de pronto una ráfaga de verano irrumpía cual huésped inesperado en un día de finales de octubre con un guiño que quisiera decirme: ¿te gustaría volver?

 Fotografía cedida por Ester Pérez