Aquí en Espectadores lo despedimos a partir del recuerdo de uno de sus personajes más entrañables, aquel Roberto que -primero a regañadientes, luego con orgullo docente- contribuyó a rescatar a María del Carmen del tedio doméstico y familiar. Rompecabezas se titula la película en cuestión, que Natalia Smirnoff dirigió en 2009.
Allí, el bon vivant a cargo de Goetz seduce en un contexto atípico al ama de casa que encarna María Onetto. Mientras aprende y se entrena en el arte de armar puzzles, y cuando forma dupla con su maestro en los torneos de parejas (¿se los llamará “dobles” como en el tenis?), la protagonista se topa no sólo con la antítesis de su marido y de su rutina sino con una versión -tan desconocida como estimulante y reparadora – de sí misma.
Al promediar el largometraje, Roberto se arroga la autoría de la pasión que revoluciona a María del Carmen e intenta besarla con el derecho que -cree- lo asiste. Ella lo aparta y le recuerda el verdadero objetivo de sus encuentros casi religiosos: ganar el mundial de rompecabezas y sentirse dueños de una suerte de don divino que muchos mortales querríamos extender a los demás órdenes de nuestra existencia, además del ámbito lúdico.
Buscar, comparar, probar, ensamblar piezas hasta reconstruir la pintura, el dibujo o la foto original. Al parecer, esto hizo Goetz con los distintos retazos de su propia vida. Por eso pensamos en el talentoso Roberto cuando despedimos al actor de cine, teatro, telenovelas que también fue economista especializado en Oxford, empleado de la ONU, asesor de “empresas ricas”, vendedor/comprador de caballos de polo, editor de obras de teatro independiente.