- Este verano, mientras muchos de nosotros hacíamos vacaciones, murió José. Un hombre que hizo de la calle su morada hasta que la muerte se lo llevó.
Apenas nadie se enteró de que había muerto, apenas nadie asistió a su entierro, apenas nadie dejó sus vacaciones para acompañarle en su último adiós. José se fue como vivió: solo.
Durante años, Anna María y Mariona lo habían visitado en aquel hueco de acera de la calle Pelayo que José se había apropiado para vivir.
Ellas, todas las semanas, lo visitaban y hablaban con él. Su compañía creó lazos, lazos que unen sentimientos. Ahora, con su muerte, esos lazos se han roto y han dejado huellas de tristeza y de dolor.
Así nos lo explicaban Anna María y Mariona al resto del Equipo de Calle:
Ayer nos comunicaron la muerte de José.
Mariona y yo hacía tiempo que lo conocíamos. Murió solo en el hospital después de haberlo encontrado inconsciente en la calle. Esto pasó el martes, pero hasta ayer no se supo (habían pasado 4 días).
José era un hombre frágil, aunque, cuando las cosas no le iban bien, gritaba y podía agredir a cualquiera.
Esta fragilidad se hacía evidente cuando quedaba perdido en sus pensamientos, en sus recuerdos. Recuerdos de los que le gustaba hablar cuando, en el Viena, nos tomábamos un café con leche, con sus croisants. Eran sus momentos felices.
José por fin podrá estar tranquilo. Ya no le dolerá la pierna al andar. Ni el frío le podrá destrozar la mano, que ahora podrá abrir y cerrar sin que nada se lo impida.
Y podrá ver su Cantabria, de la que tantas veces nos había hablado.
Quizá haya podido abrazar a su abuela, de la que nos comentaba con tanto cariño…