Por inevitable, pero también buscada, asociación de ideas (sin excluir la analogía, poderosa herramienta poética) busco y cuelgo este estremecedor fragmento de la película de Pink Floyd, The Wall (1982), que por pura casualidad zapeadora volví a ver hace dos noches en el canal TCM, cuando tan poco faltaba para el vigésimo aniversario del suceso del Muro (1989, es decir, siete años después; hoy mismo, a estas horas).
Hay muchas reflexiones posibles, pero puedo resumirlas en dos:
Primera. Los muros más difíciles de derribar suelen estar dentro. Segunda. Los muros sólo es posible derribarlos, verdaderamente, desde el interior. Y siempre nos quedará… Berlín.