Restos del Muro en el Parque de Berlín de Madrid. © AJR, 2018.
(Al filo de los días). Resulta no sé si sólo casi increíble sino también poco menos que inadmisible: hoy se cumplen ¡30 años! del derribo —que no caída— del Muro de Berlín. Lo cual quiere decir, como mínimo, que nos hemos pasado (mis coetáneos y yo) casi media vida viviendo en la ficción de lo que creíamos, si no inmutable, sí al menos duradero y consistente: el relato del mundo que nos habíamos forjado tan trabajosamente, a costa de intentar escapar o zafarnos de sucesivas cadenas —a saber: la religioso/culposa, la ideológico/miope, la afectivo/sandunguera, la retroprogresimplista, la ingenuo/cínica/exenta y, no la última pero sí la más actual, la narciso/ensimismada/online...—; después de todas esas “liberaciones”, resulta que seguimos presos en la misma cárcel: la del tiempo y su misterio. Estos tres lienzos del muro de Berlín están muy cerca de mi casa. Hoy los miraré recordando, ay, acaso sin venir a cuento, aquellos RIPios de don Ramón de Campoamor que tanta ternura como fastidio me/nos inspiran: «Las hijas de las madres que amé tanto / me besan ya como se besa a un santo». Besos de piedra. Y mutis por el muro.