Lamentablemente este mundo sigue siendo casi tan igual a cómo era hace 25 años, si bien las tensiones ya no son tan claras entre dos grandes superpotencias, lo que significaba aquel muro, el límite preciso -físico- en una ciudad como Berlín, en un país como Alemania, dividido en una República Federal y una República Popular, ya no es sólo la división entre capitalistas y comunistas. En el actual mapa geopolítico, los enfrentamientos toman diversas magnitudes y se ven reflejados en muros de cruel concreto o en ideologías, políticas o religiones a las cuales no es preciso poner calificativos.
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La última frontera visible entre el capitalismo y el comunismo es sin dudas las dos Coreas. Tan distintas como lo pudo ser en su momento la Unión Soviética de Estados Unidos, cada uno predicando sus libertades, recortando la vida de las personas de una manera u otra, y dando titulares jugosos para los medios de comunicación de la ideología contraria. Y por supuesto creando tensiones cada cierto tiempo para que el mundo recuerde que ahí están, divididos, pero presentes y qué en cualquier momento pueden estallar, igual que en aquella Guerra Fría en la cual se vivía con más miedo que en peligro real.
A la superada Guerra Fría, aunque habría que matizar con los intentos de posicionamiento de la actual Rusia, pero eso es tema de otro costal, habría que agregarle la actual cruzada yihadista en el Medio Oriente. Esta región del mundo lleva años hirviendo de una manera u otra, como mismo en su momento en Occidente los cristianos aún no habían dejado imposiciones y evolucionado. Al temor por el mundo islámico que desde finales de la Guerra Fría se fue alimentando en Occidente, en 2001 después del ataque a las Torres Gemelas, se le unió la llamada Guerra contra el Terrorismo, otra cruzada, esta comandada por el por entonces presidente Bush y seguida por Obama, que no ha hecho sino reavivar viejas heridas y crear pequeños-grandes monstruos como el Estado Islámico que hoy combate en regiones como Libia o Siria.
La religión como pretexto, la libertad como bandera, no son legítimas cuando en su nombre se matan millones de inocentes y no se crean puentes, si no que se edifican muros de odio entre pueblos y entre personas.
Los muros físicos sin dudas son dañinos, pero los mentales llegan a ser peores cuando tras estos se esconden intereses políticos y económicos, que benefician a solo unos pocos. En un mundo globalizado, donde se supone todo está más cerca, la libertad de movimiento es bandera, las fronteras cada vez son más difusas entre los países, esa globalización tan soñada por muchos, por quienes menos tienen en su tierra de origen, al final solo es utilizada por quienes más dinero poseen, por las grandes multinacionales y por quienes tuvieron la dicha de nacer en los llamados países desarrollados.
Los otros, los que toda la vida han sido unos sin voces y seguirán siéndolo, tienen que conformarse con quedarse en su lugar de origen o arriesgar su vida en un viaje por tierra o mar para llegar a lugares donde tener mayores posibilidades, aunque en algunos de ellos, lo primero que se encuentren sea un gran muro, o leyes anti-inmigración que reducen la movilidad natural del ser humano.
En Palestina no solo hay un muro más grande que el de Berlín, sino que Israel les tiene impuesto también un embargo económico y cada cierto tiempo, tienen que resignarse con los bombardeos indiscriminados de su vecino que merma sus únicas vías de entradas de alimentos, esos túneles por los cuales también se supone que entraban armamentos.
Los muros siguen existiendo 25 años después, incluso en países tan lejanos o desconocidos como Australia que imponen unas duras condiciones a quienes decidan migrar a su país y no aceptan a ni una de las deplorables embarcaciones que salen de las islas de Oceanía. Donde quiera hay muros, la percepción depende de dónde vengas. Nunca serán iguales para un europeo que para un latinoamericano o para un africano. Aquello de que el dinero no compra la felicidad puede ser cierto, pero cierto es que sí derriba muros.