Muros ha habido siempre. Y siempre los habrá
Este muro, del paleolítico superior, tiene una antigüedad de 23.000 años.
En los albores del holoceno, hace unos 10.000, en áreas de la media luna fértil, los humanos desarrollaron la agricultura. Es un periodo de transición del nomadismo al sedentarismo que denominamos mesolítico.
Los humanos se asientan en lugares muy determinados y acumulan excedentes alimenticios que deben proteger. Los muros surgen como un recurso defensivo que no abandonaremos. En el oriente próximo, durante la denominada cultura natufiense, aparecen las primeras murallas de las que tenemos noticias. Jericó, a 25 kilómetros de Jerusalén, es una ciudad cananea del valle del Jordán. Su muralla es extraordinaria: 9.000 años antes de Cristo tiene una longitud de 650 metros, 4 metros de altura y 2 metros de ancho. Con una torre situada dentro de la muralla.
Jericó es un recordatorio de la violencia, del abuso y la necesidad de preservarnos contra los
O puede que no.
Un grupo de cazadores-recolectores del neolítico temprano, apenas 40 o 50 miembros en el mejor de los casos, no debían ser adversarios contra una población, la de Jericó, de más de 1.000 habitantes.
Una muralla defensiva no tiene demasiado sentido si no se tienen enemigos.
Hay una explicación alternativa para los muros de Jericó. Su situación, cerca de una ladera, le hacía vulnerable frente a las inundaciones y acometidas de agua y barro en épocas de lluvia. La muralla, por consiguiente, tenía como fin salvaguardar las viviendas, graneros y edificios públicos.
La ciudad de Beidha, en Transjordania, también disponía de un muro de retención contra las inundaciones 6.000 años antes de Cristo.
Sin embargo, la guerra pronto se adueñó de nuestra vida. 4.000 años antes de Cristo la increíble fortaleza de Lichashen, en Armenia, contaba con una muralla de 5 kilómetros de longitud, 7 metros de altura y 22 torreones. Sin lugar a dudas, Lichashen, situada en un alto a 100 metros sobre la llanura, tenía una función defensiva. Y debía ser inexpugnable.
Hay un detalle curioso: los chinos no pretendían tanto evitar la llegada de los combatientes mongoles como impedir que pudiesen pasar con sus caballos, unos animales no muy grandes pero veloces y resistentes, a cuyos lomos los arqueros se convertían en un arma terrible.
La muralla cayó.
Todas las murallas caen, sin excepción.
Sin embargo, tampoco los limes consiguieron preservar al Imperio Romano del embate de los pueblos vecinos.
Lo he dicho: raramente los muros son infranqueables.
El muro más resistente y exitoso fue, en mi opinión, la Muralla de Teodosio, que protegía Constantinopla y mantuvo inexpugnable la ciudad durante 1.000 años. Sólo la llegada de la pólvora logró claudicar su fabulosa fortaleza.
En fin; esta perorata sin mayor interés no tiene más causa ni justificación que poder mencionar la confirmación de que se va a construir un gran muro que recorrerá toda la frontera entre los EEUU y México.
Bromas aparte, le auguro un escaso éxito al muro. Dudo incluso que sean capaces de realizarlo todo a lo largo de la frontera.
La historia demuestra que los muros son un síntoma de debilidad.
De miedo.
Antonio Carrillo