Los textos sagrados se aderezan con sobredosis de metáforas, símiles, alegorías y toda clase de licencias literarias para ser interpretados según intereses. Con ciertas virtudes y esta estrategia, algunos libros se perpetúan en el tiempo aunque también posibilitan una lectura sesgada, literal y atroz de los mismos. En todo caso, si lees eso de que primero fue la palabra, si lees que el verbo se hizo carne, considera que se trata de un recurso expresivo más. En realidad, a la palabra le precedió el sonido.
En los sonidos de la naturaleza, en el trino de los pájaros, el rugido del viento o el batir constante de las olas, puede que se encontrara el origen de la música. El hombre escucha, imita, se sirve de su propio cuerpo hasta convertirlo en el primer instrumento musical. Inflexiones de la voz y cierta entonación, golpeo rítmico de pies, palmas con ambas manos o sobre los muslos; palos percutiendo entre sí o sobre troncos huecos y más tarde —precedidos por el silbido—, los primeros instrumentos de viento elaborados con cañas o huesos de animales; por último, los instrumentos de cuerda. Aunque de la época prehistórica solo nos han llegado algunos restos arqueológicos de instrumentos y representaciones pictóricas, la música bien pudiera ser el arte más antiguo que practicara el hombre. En cualquier caso, tanto la palabra como la música son el fruto de la necesidad de comunicación. Cuando el ser humano necesitó expresarse, utilizó movimientos del cuerpo a los que añadió sonidos, ritmo, melodía y, por último, palabras. Música y palabra comparten el mismo objetivo: comunicar, expresar sentimientos y estados de ánimo.
Cierto poeta francés afirmó que la música tiene una capacidad comparable a las drogas en su poder de penetración en la mente humana. No dijo nada nuevo, ya nos lo contó Homero siglos antes cuando Ulises, en su afán por escuchar el canto de las sirenas, ordenó que todos los tripulantes se taponaran los oídos y que a él lo ataran al mástil de la embarcación, con la orden de no ser desatado bajo ningún pretexto hasta dejar atrás la isla. El canto de las sirenas era tan delicioso y seductor que Ulises suplicaba para que le desataran y dejaran ir hacia ellas, pero sus marineros no podían escuchar sus exigencias y lamentos. En tiempos de Homero ya se conocía el poder de la música y de cómo actúa sobre nuestro cerebro: la música puede ser excitante, proporcionarnos alegría o tristeza; puede evocar nuestro pasado, transportarnos en el espacio y en el tiempo. La música es reflejo, tal vez, necesidad. Todos tenemos nuestra propia música.
Si en sus orígenes se escuchaba siempre en compañía de otros: ceremonias antes de la caza, invocaciones a las fuerzas de la naturaleza para que les fueran propicias, ritos iniciáticos, suplicas a los dioses; cantos para aliviar el trabajo o por puro divertimento. Ahora, con el desarrollo de la era tecnológica, está pasando a ser una actividad cada día más íntima. En la actualidad la música tiende a escucharse en solitario, con los auriculares para aislarnos del ruido de fondo, en silencio con nosotros mismos. Es fácil, solo hay que darle al play para desconectar en un mundo conectado. Por cierto, ¿qué música llevamos dentro cuando hacemos lo que nos gusta?
Es lunes escucho a Eric Warren:
La música: la droga auricular universal Manhattan Jazz Quintet Como conservar el optimismo De verdad que sólo hay jazz si cierras los ojos… ¿Está el ser humano preparado par escuchar música a diario? Epistrophy La música y el canto alivian el cansancio La vida es búsqueda
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